La artista rosarina Majo Badra presentó un libro en el que reúne dos de sus grandes pasiones: los textos y los dibujos. Palabras que lograron su autonomía y complementan las imágenes seleccionadas. Un mundo de ferias, collages y grafismos hechos en lapicera.

“No sé qué dibujar, pero dibujo igual”, dice la frase que da inicio a la publicación que se presentó el pasado 31 de marzo en la Biblioteca y Archivo de Arte Contemporáneo América Elda Nancy, ubicada en España 2045. Se trata de El dibujo es mi diario íntimo, un libro de la artista rosarina Majo Badra. Su tapa tornasol llena de motivos repetidos con nerviosismo, con pequeñas salpicaduras de textos en cada página, y su materialidad que mezcla la estética del fanzine y el libro de artista, nos transporta a un mundo de ferias donde uno deambula por stands encontrándose de pronto con un hallazgo inesperado. Y es que el hallazgo es uno de los motores de la obra de Majo.

El formato de diario íntimo, no sólo como género literario sino como un objeto que integraba la experiencia de la infancia de los años 90, tiene su resonancia en los materiales y la iconografía que Majo selecciona cuidadosamente. La tapa de celofán iridiscente, por ejemplo, es fruto de sus incursiones por bazares y negocios de baratijas, lugares que son parte de su insumo de trabajo como artista.

En las páginas de El dibujo es mi diario íntimo se intercalan: observaciones triviales, secretos, listados, lineamientos estéticos, anécdotas cotidianas, y hasta desafíos autoimpuestos. Su estructura de collage le da la impronta de un oráculo, objeto al que se consulta en momentos de dudas y urgencias. Sus monólogos hablan del dibujo, de los lugares comunes de lo femenino, del amor y el desamor, de las historias de amigos y familiares pero lo hacen siempre en un tono que va virando de lo cute a lo creepy.

En la obra de Majo Badra la palabra escrita se fue filtrando poco a poco. Entre 2017 y 2019, años en los que se puso a dibujar de manera constante en una serie de cuadernos, el texto se fue asomando por medio del nombre del objeto que copiaba o de alguna frase que iba escribiendo y que partía de lo que sentía en ese mismo instante. El acto de dibujar aparecía como un gesto insistente y vital. Su práctica, que requería ensimismamiento y concentración, se volvió un lugar de intimidad. Ponerse a dibujar motivaba una especie de estado de trance o meditación que desplegaba reflexiones y relanzaba la acción.

A medida que pasaba el tiempo, los escritos que aparecían integrados a las composiciones fueron ganando autonomía y en 2020 fueron recopilados y seleccionados para esta publicación. Sin embargo, si prestamos atención, aún conservan rastros de su convivencia con cerezas, corazones y grafismos hechos en lapicera. Motivos que son invocados en cada página una y otra vez de manera obsesiva.

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