Reseña de Nos espera el mar, segundo libro de Santiago Garat que será presentado el próximo viernes 22 de abril en el Ateneo Cultural de Lincoln y el sábado 23 en el bar City Rock de Junín.

Aunque un escritor no siempre lo diga, hay preguntas que rondan sus textos; preguntas a veces implícitas, y otras veces dichas por otros.

¿Por qué escribir? ¿Para qué escribir?

Son preguntas inevitables. Escribir no es un acto solipsista, como creyeron los poetas románticos.

Pero tampoco un acto comunicacional, sin más. Lo comunicacional, sobre todo si es mediático, presume de claridad y transparencia, cualidades que les están vedadas a los escritores.

Porque la literatura nunca muestra las cosas como son. Las transforma, las recrea, y las dice por medio de figuras e imágenes que las representan.

La literatura nunca es una mera fotografía de lo real.

¿Es acaso por ello menos verdadera? Todo lo contrario. La literatura es más verdadera que lo comunicacional, porque no se pierde en estereotipos, convenciones rígidas, lugares comunes.

La literatura encuentra la verdad del mundo porque inventa visiones que calan bien hondo en la oscura trama que siempre lo envuelve.

Alguna vez dijo Homero Manzi: en vez de ser un hombre de letras, decidí hacer letras para los hombres.

Era algo más –¡mucho más!– que un mero juego verbal.

Era una verdad raigal, que se desocultaba como hubiera dicho un filósofo alemán que enseñó en Friburgo, para revelarse con toda la potencia de (en) su alétehia.

Ese vocablo griego significa lo que no está oculto.  

Al igual que muchos filósofos antiguos de los primeros tiempos, el profesor alemán no creía que la verdad fuera la correspondencia entre algunas palabras y algunas cosas, sino la emergencia del Ser en medio de lo que lo encubre, y por eso tradujo al vocablo como desocultamiento del ser.

Esa clase de verdad, y no otra, era la que proclamaba Homero Manzi.

Porque no pretendía demostrar nada. Quería, más bien, afirmar lo que genuinamente era, o por lo menos lo que quería ser.

Por linaje, por herencia, por genealogía, la verdad de Homero Manzi es la verdad de Santiago Garat.

Al igual que ese predecesor, Santiago Garat no pretende ser un hombre de letras: ¡y lo bien que hace!

Un hombre de letras es, ante todo, un profesional. Es alguien que ejerce una profesión, con todo lo que ello implica: en primer lugar, y decisivamente, alguien que lucra.

No está mal que un escritor gane con (por) su trabajo; vive, como todos nosotros, en un mundo (cada vez más) mercantil.

Pero el Mercado es, por naturaleza y principio, enemigo del arte.

Al Mercado le interesa el arte en tanto mercancía, lo que significa en tanto producto que responde a los gustos de los consumidores.

Lo cual representa un problema, porque los gustos de los consumidores, para el Mercado, no pueden ser autónomos ni independientes respecto de los paradigmas y valores que él mismo establece.

Por lo cual, los consumidores consumen aquello que el Mercado sanciona deben consumir.

Ese círculo, antes que virtuoso, es repugnantemente vicioso.

Es por ello que Santiago Garat, siguiendo las huellas de Manzi, decidió hacer letras para los hombres.

Lo cual supone asumir determinados principios, éticos y estéticos.

Por ejemplo, no ceder a las imposiciones del mercado.

Por ejemplo, también, buscar la materia de sus creaciones en el mundo de lo popular.

Y por supuesto, y antes que todo, asumir que la literatura es también un espacio de la disputa política.

De la disputa política a nivel de los símbolos, de los sentidos, de las opiniones, de las creencias, de las emociones, de las esperanzas, de los sueños y las utopías, que modelan la vida cultural y social.

Porque no hay sociedad –es decir, lazos entre los hombres– si no hay símbolos, sentidos, creencias, sentimientos y expectativas que los organicen.

Y esa trama jamás es neutra, ni aún menos desinteresada. Siempre está al servicio de alguien. De los que mandan, generalmente.

Pero, cuando el alma popular se levanta, puede estar al servicio de ella.

La literatura no tiene proyecto: no responde a cálculos ni a programaciones que la prefiguren.

Pero tiene sentido. Sentido para sí, sentido para el mundo; sentido para el escritor y sentido para los lectores.

(Negar que tenga sentido es, precisamente, el sentido del posmodernismo neoliberal).

¿Y cuál es el sentido de la literatura de Santiago Garat?

Contar historias, sencillas, breves, creíbles. O escribir poemas asimismo breves que conmueven a quienes los leen.

Historias y poemas que representan lo más prístino del mundo popular. Por ello, el fútbol ocupa un lugar central en esa literatura, visto no desde su dimensión mercantil –cada vez mayor–, sino desde su dimensión humana, aquella que los discursos acerca del fútbol ignoran o niegan.

Volvamos ahora a las preguntas formuladas al principio: ¿por qué y para qué escribir?, pero no para responderlas de manera abstracta y genérica, lo cual resultaría inútil y estéril.

Volvamos a ellas para encontrar la respuesta que nos ofrece Santiago Garat.

¿Por qué y para qué escribir?

No el autor, sino sus textos, nos dicen: escribir para recordar, para sostener la memoria del pueblo, para contribuir a tramar un universo simbólico donde el pasado ilumine el presente y señale el mañana.

Y escribir porque en esa artesanía menuda, laboriosa e incierta, lo que soy, lo que somos, lo que fuimos y seremos se consuma, brindándonos una dignidad que no puede comprarse ni venderse en ningún Mercado, ni siquiera en estos tiempos de horrores.

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