Yo no sé, no. Aquel otoño iba transitando tranqui, como casi todos los otoños, con temperaturas previsibles, pero en la última de abril existía la posibilidad de un cambio abrupto. Una mañana cualquiera podía pasar de un templado a un fresco tirando a frío, y a uno lo agarraba de sorpresa, sin camiseta. Pedro, los sábados a la mañana, que por costumbre se despertaba temprano y tenía cierta autonomía para vestirse, salía al patio y espiaba el árbol de mandarinas de la vecina y observaba el tamaño y el color: si estaban muy verdes, faltaba para el frío amigable. De todos modos, al pasar por la verdulería de al lado, los cajones en la vereda le tiraban una data más cierta respecto de si por la zona de las quintas cercanas el frío sé empezaba a sentir.

Igual, la ausencia de uvas y de sandía le indicaban que el calor ya no volvería. Pedro pensaba que a la hora de verse con las y los pibes de la cuadra tenía que estar vestido como para que vean que cualquier cambio en el clima no lo agarraría por sorpresa. Cuando se mudo de barrio, tardó en encontrar señales de cómo venía el clima porque el descampado hacía que las mañanas fueran siempre frescas, y sobre el mediodía el sol seguía picando, aún entrado mayo. Pero como no tenía muchos amigos ni amigas, el que lo agarrara de sorpresa un viento frío a media mañana ya no le importaba demasiado. Mientras tanto, en el campito empezaban las jornadas de un fútbol interminable y una cosa era arrancar con los cortos y una remera hecha hilachas y que a las tres horas te sorprenda un viento frío y vos con el cuerpo tibio y transpirado.

Los que la tenían clara eran los albañiles, que después del mediodía volvían del laburo en bici con una mudita de ropa en el portaequipaje y seguro que cualquier cambio de temperatura no los agarraría por sorpresa. Pasaron unos años y llegó el 74. En lo climático, con un otoño tranqui, un invierno frío y una primavera como todas, lo que cambió fue el clima político. Si bien algunas cosas eran previsibles, como la muerte del General, la sensación que provocó su ausencia, a algunos nos agarró de sorpresa. Y la posibilidad de un cambio más profundo se alejó un poco. 

El otro día, viendo los títulos en las pantallas que maneja el poder económico, decían: “A los automovilistas los agarró de sorpresa el aumento en los combustibles”. Mientras tanto, a los bolsillos de los sectores populares les pasa algo previsible: la merma en su poder adquisitivo. Por otro lado, la pata judicial del coloniaje, se manda una jugada que a esta altura no nos debería agarrar de sorpresa.

“Nosotros –me dice Pedro–, tenemos que estar preparados para que ninguna jugada de estos miserables nos agarre por sorpresa. Ya llegó la hora de las respuestas rápidas, trabajar por abajo una unidad hasta donde sea posible”. Y mirando lo que alguna vez fue la cancha del Cilindro, viendo un caballo y el gran eucalipto, ahí donde empezaba la previa y donde había un vestuario a cielo abierto, Pedro concluye: “Si aprendimos a que los vientos fríos en un entretiempo no nos agarren de sorpresa, para seguir con el cuerpo caliente, ninguna jugada en el clima político nos puede sorprender. Los fríos, para las mandarinas, serán bienvenidos. Pero enfriar la economía, enfriar el poder político de las mayorías que aún esperan, eso nunca (¡nunca!), si queremos tener Patria.

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