El pueblo francés tuvo que optar “entre la peste y el cólera” para frenar a la ultraderecha. Lo “menos malo” no deja de ser malo y reaviva el viejo debate sobre la incompatibilidad entre capitalismo y democracia.

“Un nuevo viejo presidente”, “Hay que elegir entre la peste y el cólera”, y “Qué suerte que perdió Le Pen, lástima que ganó Macron”, fueron tres de las frases más escuchadas en Francia en torno a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. 

Las recordó la periodista rosarina radicada en Francia Ester Stekelberg, en el marco de una entrevista en el programa La marca de la Almohada, de Radio Universidad Nacional de Rosario. “Es un nuevo viejo presidente porque ya hace cinco años que gobierna y Francia está en crisis. Y Emmanuel Macron no la mejoró. Si en cinco años no lo hizo, nada indica que lo vaya a hacer ahora”, aseguró Stekelberg, al tiempo que explicó el voto a Macron como la búsqueda del mal menor.

El gobierno de Macron, apodado “el presidente de los ricos”, aumentó tarifas y combustibles, lo que repercutió en el costo de vida de las grandes mayorías, y produjo una sensible pérdida en el poder adquisitivo de los salarios, las jubilaciones y las pensiones, además de registrarse una inflación muy alta para los niveles de ese país.

“La idea fue hacer un muro de contención que frene a la ultraderecha. Hay todo un enorme sector que lo votó sin convicción, sólo para frenar a la derecha”, señaló la periodista con relación a los votantes del líder de la agrupación de izquierda Francia Insumisa, Jean Luc Mélenchon, que en primera vuelta logró un histórico 22 por ciento de los votos.

El líder de izquierda, antes de la segunda vuelta, dijo que no había que votar a Le Pen ni abstenerse porque lo mejor siempre es participar: “No podemos dejar de hacer la historia”, fue la expresión del dirigente. Stekelberg hizo además referencia a un titular del diario francés Liberatión: “¿A quién tiene que agradecer Macron sus votos?”.

En este sentido, la analista indicó que son muchos los desafíos que el presidente reelecto deberá enfrentar, y que resultarán decisivas las elecciones legislativas de junio. “La ultra le roba votos a los desilusionados de la vieja política”, señaló Stekelberg.

“Le Pen le habló al bolsillo de la gente, y eso tuvo mucho impacto en el marco de la crisis y el deterioro del nivel de vida”, agregó la periodista, que fue contundente a la hora de marcar una tendencia que se verifica no sólo en Francia: “El avance de la ultraderecha es una realidad”.

Macron ganó la segunda vuelta con el 58,54 por ciento de los votos emitidos frente a su contrincante neofascista Marine Le Pen (41,46 por ciento). El mandatario resultó el primer presidente reelecto en veinte años. El último había sido Jaques Chirac en 2002. El nivel de asistencia a las urnas registrado este domingo 24 fue del 63 por ciento (dos puntos menos que en la primera vuelta), y el más bajo desde 1969. La ultraderecha obtuvo el mejor resultado de su historia. Rompió su techo con más de 13 millones de votos.

El periodista de Página 12 Marco Teruggi analiza el avance de la derecha en la nota titulada “Francia: la extrema derecha, cada vez más cerca”, publicada el 26 de abril: “La extrema derecha perdió por tercera vez en una segunda vuelta presidencial en Francia en veinte años. La primera ocurrió en el 2002, cuando Jean Marie Le Pen obtuvo 17,79 por ciento para un total de 5.525.032 votos frente a Jacques Chirac, la segunda con Marine Le Pen en el 2017 con 33,9 por ciento equivalente a 10.644.118 votos, frente a Emmanuel Macron, y finalmente el pasado domingo con nuevamente Marine Le Pen que logró 41,46 por ciento con 13.297.760 votos, perdiendo contra el reelecto presidente”, señala Teruggi.

“La tendencia es entonces clara en términos numéricos: la extrema derecha es un actor estable, fuerte, que incrementa su peso tras cada elección presidencial. El aumento puede leerse de varias maneras. Por un lado, producto de la estrategia de Marine Le Pen de deshacerse de los elementos explícitos de extrema derecha, incluido su propio padre Jean Marie, para construir un discurso en clave nacionalista-soberanista. Por otro lado, los cambios permanentes en sus propuestas económicas, del reaganismo de los ochenta a un discurso actual de Estado más fuerte, en contraposición al «mundialismo» con el que Le Pen confronta políticamente”, agrega el analista en la nota de Página 12.

Por su parte, el periodista Emilio Taddei analiza algunos de los interrogantes que deja la reelección de un presidente que deberá enfrentar un segundo mandato marcado por la incertidumbre: “El holgado margen de votos obtenido sobre Marine Le Pen (17,08 por ciento) no debe sin embargo invisibilizar tres cuestiones relevantes, que permiten matizar una lectura simplista del triunfo del candidato de la derecha neoliberal. En primer lugar, y como señalaron en este diario Atilio Borón y Eduardo Febbro, el alto índice de abstención electoral (28,2 por ciento), parece reflejar un importante desencanto popular en relación a las reformas neoliberales implementadas y a las falsas alternativas del autoritarismo neofascista. Por otra parte, a causa del desgaste sufrido por el carácter antipopular de su primer mandato, Macron sufrió una pérdida de 7,56 por ciento de los votos respecto a los obtenidos en 2017 (casi dos millones menos). Y en tercer lugar, no puede obviarse el hecho de que su reelección fue también posible en gran medida gracias a la adhesión crítica de votantes progresistas y de izquierda, en particular de la Unión Popular-Francia Insumisa de Jean Luc Mélenchon, atemorizados por un triunfo de la ultraderecha”, señala Taddei en la nota de Página 12 publicada el 26 de abril con el título “Paradojas e interrogantes sobre la victoria de Macron”.

Según el analista, las próximas elecciones legislativas de junio, que renovarán la composición de la Asamblea Nacional, “definirán el futuro inmediato de las contrarreformas neoliberales autoritarias del reelecto presidente”. 

El complejo y atomizado escenario político-electoral puede deparar una amarga sorpresa para Macron, considera Taddei. En este sentido, mencionó que Mélenchon hizo un llamamiento a la unidad de la izquierda para conformar un gobierno popular capaz de frenar el “rodillo compresor” de las reformas neoliberales de Macron. 

“Si bien este escenario no es sencillo, su materialización no resulta imposible. El complejo sistema electoral francés puede deparar un potencial triunfo legislativo de las fuerzas antineoliberales y abrir camino así a una nueva cohabitación política entre un presidente de derecha y un gobierno de signo político opuesto. Ello sólo será posible si las fuerzas de izquierda y progresistas (Partido Comunista, Los Verdes y Partido Socialista) y sus referentes políticos deponen sus mezquindades, convergen en torno a la convocatoria federativa de la Francia Insumisa y logran así forjar un frente popular antineoliberal que ponga freno a la guerra social contra las clases populares comandada desde el inicio de su primer mandato por Macron y la variopinta derecha francesa”, afirmó el analista.

La incompatibilidad entre democracia y capitalismo

Desde hace décadas, politólogos, economistas, sociólogos y filósofos de los orígenes e ideologías más variopintas coinciden en marcar la creciente incompatibilidad entre el capitalismo y la democracia. Se puede afirmar que siempre fue así y que no constituye novedad alguna. Pero también es cierto que resulta necesario analizar las formas, las maneras, los mecanismos concretos que, en cada contexto histórico-social-político determinado, se produce este ataque sistemático a la voluntad popular, verdadero sentido de cualquier democracia que pretenda dejar de ser una mera palabra, un significante vacío que se puede usar con los objetivos más diversos, muchos de ellos contrarios a la idea de voluntad popular. 

Como bien señalan los lingüistas, así como la palabra “perro” muerde, la palabra “democracia” no siempre (sólo en determinadas y muy particulares circunstancias) remite a la voluntad del pueblo. Además, el hecho de concurrir habitualmente a las urnas, por sí solo, nos devuelve una imagen acotada, degradada de la democracia. Sobre este punto se suele utilizar el eufemismo “democracias de baja intensidad”. 

Foto: Candela Robles

En este sentido, y sobre todo en América Latina, Bolivia es acaso el ejemplo más contundente, porque se están practicando formas de democracia “desde abajo”, expresión que remite a una mayor participación popular sobre el terreno y las decisiones concretas (no sólo frente a las urnas). 

Y estas experiencias de democracias más participativas y directas tienen como protagonistas centrales a un amplio espectro de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil, empresas recuperadas, cooperativas, y diversos colectivos que luchan por sus derechos en el espacio público, en la calle, y no sólo en ambientes institucionales. 

No casualmente, en nombre de las manipuladas palabras como “democracia” y “república”, se atacan, reprimen, y deslegitiman estas luchas, que son las que expresan la voluntad popular. Los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos tienen a estos sectores como los enemigos de la sociedad: “Vagos, violentos y antidemocráticos”. Quienes integran estos colectivos son estigmatizados y marcados como “matables”. Las fuerzas de seguridad hacen el resto.   

La antipolítica es una de las más efectivas armas de los discursos neoliberales y neofascistas. Cínicamente, estos sectores hacen política con la antipolítica. 

La estafa del contrato electoral es uno de los más repetidos e impunes engaños. Se necesitan los votos de la ciudadanía para acceder a un lugar desde el cual se va a beneficiar a los poderosos en detrimento de los que votaron contra sí mismos y a favor de sus propios verdugos. 

Nada de esto puede lograrse sin una victoria contundente del discurso corporativo en el plano cultural. Por eso ganan terreno los discursos que critican “a los políticos”, utilizando esa expresión simplificadora y generalizante. 

En cambio, la crítica y la denuncia de los desfalcos, los crímenes (contra la humanidad y contra el planeta), las guerras y las obscenas desigualdades que producen los poderes fácticos sólo son criticados por sectores muy circunscriptos (y divididos), y por los medios cooperativos, autogestionados y en manos de trabajadores.  

En su nota titulada “El neoliberalismo es incompatible con la democracia”, publicada el 17 de julio de 2020 en el diario Página 12, Emir Sader señala que “el neoliberalismo nació en una dictadura, la de Augusto Pinochet, implementada por economistas de la Escuela de Chicago. Pero luego se extendió a gobiernos elegidos, en América Latina y Europa. Sin embargo, con el tiempo, el neoliberalismo ha demostrado ser incompatible con la democracia”.

Por su parte, el historiador, filósofo y lingüística de origen búlgaro y nacionalidad francesa Tzvetan Todorov (1939-2017) profundizó esta idea en una entrevista publicada por el diario catalán La Vanguardia en diciembre de 2014: “En Europa los valores de la vida pública están cada vez más debilitados y el neoliberalismo es uno de los peligros que acechan a la democracia”, señaló, apuntando a una de las cuestiones más considerables del problema. Lo que el capitalismo ataca no es sólo el Estado (de hecho se sirve de él) sino a una noción mucho más profunda y fundamental: lo público. 

“El neoliberalismo es un peligro muy próximo, porque, de momento, es la ideología de nuestros gobernantes. Hay otras ideologías que se perciben que son peligrosas, pero el neoliberalismo sustituye a la democracia, con lo cual nos encontramos en un régimen que ya no corresponde a la definición de democracia”, dijo en la nota titulada “Todorov: El neoliberalismo es uno de los peligros para la democracia”, que lleva la firma de Carmen Sigüenza.

“La vida pública necesita valores, y la caída del Muro de Berlín, paradójicamente, ha debilitado más los valores públicos. La doctrina neoliberal triunfante protege el poder de los individuos sin preocuparse del bien común”, agregó el autor, que en parte de su obra se ocupó de analizar los totalitarismos europeos.

Una de las mayores mentiras del neoliberalismo es su ataque al gasto público y los subsidios. El verdadero problema es cuando se los destina a los más necesitados. Las grandes corporaciones reciben multimillonarios subsidios de las arcas públicas, además de evadir y eludir impuestos con impunidad. Los más ricos son los verdaderos saqueadores del estado.

En este sentido, el abogado norteamericano y profesor universitario dedicado principalmente al estudio del derecho constitucional, derecho administrativo, derecho ambiental y de la economía conductual, Cass Sunstein, destaca cómo el gran capital es dependiente del gasto público y se aprovecha de él: “Lester Ward captó vívidamente el punto en 1885: «Aquellos que denuncian la intervención estatal son los que la solicitan con mayor frecuencia y éxito». El grito de laissez-faire proviene principalmente de aquellos que, si realmente se los dejara solos, perderían instantáneamente su poder de absorción de riqueza”, escribió Sunstein en su libro de 2016 Conspiracy Theories and Other Dangerous Ideas (Teorías conspirativas y otras ideas peligrosas).

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