Yo no sé, no. Al otoño de aquel 63 lo sentíamos en la piel con un viento que desde la mañana se presentaba como moderado en su velocidad, como acompañando nuestro caminar, pero que después se volvía furioso y todo lo arrasaba, hasta los peinados. A Pedro, esto último lo preocupa pues ese año estrenaba el jopo y dejaba atrás el flequillo. De camino a la escuela, y a la vuelta también, se miraba en las vidrieras de los comercios que eran tres: la de la farmacia, la de la granja y la del bar de Santiago y Mendoza. En casi todas, el reflejo era tan bueno como en el mejor de los espejos. Pedro con la palabra reflejo tenía cierta incertidumbre, porque unas semanas antes el médico, al golpearle la rodilla, puso una cara como diciendo “de los reflejos estás bien”, pero al mismo tiempo la seño les decía: “Lo que ustedes ven frente a un espejo, es el reflejo de su imagen”.

El mejor espejo, por lo grande y porque estaba justo a su altura, era el que estaba en el vestíbulo de la casa de la abuela äiti y Pedro notaba que siempre el reflejo de su imagen era el que esperaba, quizás porque ahí, en esa esa casa que estaba en una cortada casi en el límite entre Echesortu y Azcuénaga, siempre se estaba bien. Más de una vez, antes de ir a la calle a jugar, se paraba frente a ese espejo y aparte de mirarse a la pasada el peinado, se golpeaba la rodilla a ver cómo andaba de reflejos pues seguro pintaba un partidito.

Llegaron otros otoños, con otros vientos y con la necesidad de verse reflejado en zapateos colectivos, otoños con vientos políticos para nada moderados que hacían imperiosa la necesidad de estar bien de reflejos. Mientras tanto, en la radio alguien decía: “El buen jugar y los éxitos deportivos de los equipos de esta ciudad reflejan que las cosas se hacen bien cuando no se olvidan de su historia”. Y en ese reflejo, de imágenes de un pueblo que quería tener Patria, nos veíamos.

Hoy, cuando uno ha pasado por tantos espejos, por tantos vientos otoñales, a veces le esquiva la mirada a su imagen individual reflejada: no sea cosa que nos guste y nos pase lo de Narciso. Uno desea tener los reflejos de cuando era joven, aunque sabe que no es probable que eso suceda, porque si no seguro nos vence el reflejo distorsionado de la realidad y de nuestra historia que los medios afines al coloniaje nos tratan de imponer. 

El otro día, mientras miraba a unos pibes que, rápidos de reflejos porque se venía el bondi, buscaban su propio reflejo para ver si seguían peinados, Pedro me dijo: “Pasar por vidrieras en las que hay más gente mirando que comprando es el reflejo de una realidad (esas caras no mienten) que hay que cambiarla”. Y termina: “Ojalá que volvamos a sentirnos reflejados  cómo parte de la historia de una Patria que, aunque por tantos vientos esté despeinada, siempre, siempre nos está llamando.

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