Yo no sé, no. “Seguro, seguro el tiempo va a cambiar”, se decía Pedro mientras miraba unas nubes camino a la escuela. Y si llovía, lo que más le preocupaba era que en la tercera hora, después de matemáticas y geografía, tendría lenguaje (hoy lengua) y seguro que la seño le haría escribir algo sobre la lluvia. Lo atormentaba la posibilidad de volver a cometer el mismo error: escribir mal «lluvia». Pensar que con «precipitación fluvial» nunca le erraba, pero para él las gotas que caían desde lo alto podrían venir al renglón del cuaderno con b larga y con “ye”. Ya se imaginaba la mirada de la seño diciendo: “Repetís siempre el mismo error”. Mientras tanto, Pedro miraba la canchita, por cierto con poco verde, y pensaba que de llover, en el partido que jugarían a la tarde estaría toda embarrada, y de jugarla siempre por el medio repetirían el mismo error: empantanarse. 

Ya por la calle Acevedo empezaron a caer las primeras gotas, algunas ventanas se cerraban menos una, la que a él más le interesaba, esa en la que con frecuencia podía ver, y hasta saludarla, a esa piba con la que repetidas veces sus miradas se cruzaban. Respiró hondo, ya no pensaba en cómo escribiría «lluvia», la frecuencia de sus latidos había aumentado un poco e iba con el cuore fortalecido para lo que venga. Antes de entrar a la escuela, se fijó en las montañitas que había pegaditas a la cancha de Acindar y cuando vio que en lugar de zapatos esa mañana tenía puesta las zapatillas, pensó: Hoy hay que aceptar todos los desafíos. Con pasto mojado y con las Flechas, él era uno de los más rápidos en subir y bajar esas montañas sin resbalarse.

Al mediodía la lluvia era más intensa, podía volver en el 53 que pasaba por ese entonces con muy buena frecuencia, para después combinar con el 52, pero lo tentó gastarse esas chirolas en el metegol que tenía el club Acindar y en el que, cuando el día estaba así, casi todos cometían el mismo error: no secarse bien las manos. Con el tiempo se dio cuenta (y yo con él) que el repetir lo que estaba bien era lo que debíamos hacer. “Al final, la frecuencia cardíaca es una repetición constante y a nadie se le ocurre decirle al bobo que cambie”, me dijo. Y, mientras se tocaba el lado izquierdo del pecho, agregó: “Hubo períodos en los que estábamos bien, a veces con frecuencia a tono con los demás pedazos de Patria como Chile, Uruguay, Brasil (con Lula), Bolivia (con Evo), Venezuela (con Chávez). Y, si bien ahora después del temporal neoliberal, la cosa no es igual y faltan algunos, lo que no nos debe faltar es volver a sentir ese desafío que está latente, el de repetir esos momentos en los que la gran Patria tenía una frecuencia cardíaca al ritmo de los deseos de todos.

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