Yo no sé, no. El jueves era el día clave para nosotros. En una casilla que había en el fondo de la casa de uno de los delegados de uno de los equipos del barrio, nos reuníamos para entre otras cosas sortear los horarios de los partidos del torneo que habíamos organizado y que se jugaba los domingos en la cancha de Cilindro, a metros del eucalipto, único testigo sobreviviente. Centeno y San Nicolás, maso. Si te tocaba el primer partido te tenías que hacer cargo de que la cancha estuviera bien marcada y de la colocación de las redes, pero lo más preocupante era juntar el equipo un domingo a las 7.30 para jugar a las 8. A la hora de colocar las redes en los arcos, a Pedro se le ocurría hacer como una especie de ceremonia y me decía, en voz baja y mientras acariciaba el tejido de piolines: “Es como una malla que tiene que estar del lado del nuestro y capturar cuánta pelota tiremos al arco”. Mientras tanto, en el país se reconstruía una malla económica para que el tejido social se recomponga y, a pesar de las contradicciones en el campo popular, siempre se mantenía esa idea fuerza de que la situación podía mejorar rápido, fundamentalmente para los sectores populares y sobre todo para los que venían estando afuera de todo. Eran los años en que regresaba el General al país y los jóvenes nos incorporamos a la militancia en forma masiva, como parte de un tejido de una malla que detenía la caída o como vanguardia, en cualquier sector nos sentíamos útiles y partícipes de ese momento histórico.

Con Pedro, al equipo nuestro después de algunas fechas le encontramos la vuelta. El secreto era que los del medio y la línea de cuatro se sintieran como una malla defensiva y a la vez que fuera un tejido que se pudiera abrir para pasar a la ofensiva en forma rápida, con nuestras virtudes tanto individuales como colectivas.

Unos de los últimos partidos que nos tocó jugar a las 8 de un domingo, mientras colocábamos una de las redes, Pedro me preguntó: “¿Es malla o maya?”. En ese momento me encogí de hombros, mientras pensaba: bueno, si hay que hacer una malla hay que hacerla mayando. 

El otro día, mientras volvíamos con Pedro de la salita de salud (el dispensario del barrio) adonde fuimos a preguntar si habían llegado las vacunas antigripales, pasamos por donde estaba la cancha del Cilindro. Al ver a unas pibas y pibes que venían de patear, Pedro me dice: “Debe haber una canchita nueva que nosotros los grandes no conocemos”. Algunos de los pibes en lugar de pantaloncitos tenían puestas unas mallas y se parecían a nosotros, que a la hora de pegarle a la redonda nos poníamos lo que teníamos a mano. 

En un momento, Pedro me dice: “¿Sabés qué? Entre otras cosas tenemos que reconstruir la gran malla, una en la que seamos parte de un tejido hecho de esa idea fuerza que alguna vez nos movilizó. Hagamos una malla, mayando, mayando, que viene de los mayas que eran politeístas. La gran Patria necesita de todos los que la sientan y en parte de esos tejidos, todos son necesarios. El coloniaje está siempre dispuesto a destruir el tejido social y volver a hacer esa gran malla, es la tarea que nos espera si queremos tener Patria.

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