Todo un chiste del destino que McCarthy sea el apellido de uno de los senadores yanquis que se opone al intento del gobierno de su país de legitimar hasta oficializar el manejo de las comunicaciones de acuerdo con su interés autoritario e imperial y sus hipótesis de conflictos interno e internacional. Chistoso porque otro senador de apellido McCarthy fue quien, varias décadas antes, dio origen al término macartismo como sinónimo y justificación a la vez de acción estatal de control, espionaje, vigilancia y persecución contra “los comunistas” primero; y después contra todas otras aristas ideológicas, filosóficas, religiosas, culturales, que no condigan con la supuestamente inexorable avaricia asesina de Tío Sam. Que estos chistes no son joda queda claro tras ver la data repasada por Pablo Bilsky en su nota. Bilsky –le consta a quien le conozca de cerca– suele reírse a carcajadas cuando la cosa va de joda y hasta cuando la tristeza ataca a muerte puede compartir refugio en los barrios del humor. Pero es muy serio si de laburar se trata, incluso aunque se trate de periodismo el laburo. Porque hacer periodismo es todo otro chiste del destino en tiempos de descaros como el de proponer una Junta de Desinformación oficial para evitar la Desinformación terrorista de los enemigos del modo occidental y oxidado de entender la cosa, sea que venga de joda o que sea una cosa seria.

La cosa es que los yanquis juraban amar el napalm y ahora juran amar otros métodos, siempre con el mismo fin: satisfacer su deseo de apropiarse de lo ajeno, de nutrir su ego.

En rigor, lo de guerrear también a través del manejo de la información y las comunicaciones no es nuevo. Lo que resulta novedoso es la centralidad que adquiere ese frente de batalla, que se hace explícito al calor del devenir tecnológico, cuya innovación permanente y en línea no ceja en su desafío de reemplazar y contener con las máquinas la incesante inquietud humana, afortunadamente indomable aún para esos jinetes de Hollywood criados a caballo de utilería.

A quienes les inquieta el devenir de las otras y los otros y todavía buscan la comunión como plataforma válida para embriagarse por fin con el cáliz de la felicidad, la explicitación imperial les interpela fuerte. La confesión de parte que conlleva la iniciativa de crear una Junta de Desinformación releva la necesidad de buscar y exponer pruebas. La corrupción estructural del capitalismo ya no se oculta; y sale a buscar justificación y respaldo con una nueva desvirtuación de la democracia: virtualizarla. Mientras el Congreso argentino debate sobre la boleta única como si la democracia dependiera de eso, el Congreso estadounidense debate la legitimación de las nuevas armas del autoritarismo imperial. Es que ya se supo que a través del manejo de las redes sociales se puede manipular el flujo informacional y comunicacional hasta volcar el resultado de una elección democrática en favor propio. Hasta se supo que no fueron los rusos ni los chinos los primeros que hicieron eso, sino las corporaciones dueñas de los nuevos dispositivos de comunicación occidental. Así que ahora se trata de discutir lo que se sabe. Y la privacidad y la clandestinidad son eso que se registra vía chips y teléfonos celulares y se puede exponer ante el mundo haciendo click aquí o allá. El Bin Laden del momento es Putin, que habla con la prensa. No hay más videos de encapuchados y rehenes. La mentira ya ni tiene patas. Sólo se sostiene con mentiritas presentadas ampulosamente como verdades lapidarias, luego desmentidas pero en tonos mucho menos impetuosos y audibles que los usados mientras se las sostuvo.

A quienes nos inquieta el devenir de las otras y los otros y todavía buscamos la comunión como plataforma válida para embriagarse por fin con el cáliz de la felicidad y además nos dedicamos a ser periodistas, la explicitación imperial nos interpela más fuerte todavía. Las expresiones de las organizaciones sindicales, cooperativas y comunitarias de las y los trabajadores de prensa difundidas en el marco del reciente 7 de Junio, fecha en que se celebra el oficio en la Argentina, dan cuenta de la continuidad y profundización de la explotación patronal y la concentración de la propiedad de los medios en pocos grandes grupos que monopolizan mercados y obstruyen el emerger de nuevos espacios. La diferencia es que acá la cosa no es tan explícita, la confesión de parte todavía se esquiva. Pero las pruebas ya fueron lo suficientemente reveladas como para asumir que esos grandes grupos están del lado de la avaricia imperial, declararon hace rato la guerra y tiran con munición macartista gruesa contra los que los incomoden. Claro que las épocas del McCarthy obsesionado con los comunistas como amenaza para el mundo ya fueron. Encima, acá “los comunistas” delineados y enfocados por McCarthy no tallaron como tales al punto de amenazar la avaricia asesina del Tío Sam. Acá la expresión troncal de la resistencia es la peronista, en tanto principal sintetizadora de una identidad nacional del resto de las aristas que amenazan o al menos incomodan la pretensión capitalista de profundizar su gula apelando a las máquinas para reemplazar y contener la incesante inquietud humana.

Acá en la Argentina la resistencia es peronista. Y acá en este periódico la resistencia peronista tiene un grupo de soldadas y soldados periodistas siempre dispuestos a dar batalla y con plena conciencia de su nuevo rol en estos nuevos modos de la guerra.

Eso es lo que celebramos este reciente nuevo 7 de Junio acá en esta redacción, en la que al mismo tiempo volvimos a lamentar tupido la ausencia del mejor de estos soldados y soldadas que reafirmamos desde qué trinchera batallamos. El mejor es Juane Basso Feresin, que falleció hace un año y medio pero reaviva y revitalizará siempre y como ninguna otra cosa nuestra voluntad de buscar la comunión como soporte de la felicidad plena, aunque de a ratos las muertes y las Juntas de Desinformación nos llenen de tristeza.

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