El museo Juan B. Castagnino inauguró Trance y otras pinturas, un recorrido por las obras recientes del artista rosarino Daniel García, que toma la forma de peregrinación hacia el lugar de lo sagrado, pasando por distintas series en que habita lo profano.

Una pequeña obra nos recibe, lleva por nombre La muerte y la doncella. Es una pintura resuelta con unas pocas pinceladas que representa a un esqueleto rodeando el cuerpo de una muchacha. La imagen parece anticipar un camino arduo. Recorrer esta muestra se vuelve entonces un acto de peregrinación. Un tránsito hacia el lugar de lo sagrado cargado de momentos emotivos. 

“Trance y otras pinturas” reúne diversas piezas realizadas por Daniel en el transcurso de los últimos tres años. Algunas pinturas han sido vistas en diferentes exposiciones de Rosario y Buenos Aires, otras fueron pensadas específicamente para esta ocasión teniendo en cuenta el montaje y la concepción que el mismo artista diagramó.

Ni bien ingresamos a la primera sala, entre un conjunto variado de obras de pequeño y gran formato, encontramos la serie “Improvisaciones”. Un grupo de pinturas donde cuerpos desarticulados, letras y formas geométricas se desarrollan en composiciones ortogonales siempre bajo un espíritu lúdico y no exento de humor. También hay jarrones enigmáticos con ojos, caras o motivos macabros, variaciones de obras anteriores, como sus figuras femeninas geometrizadas, entre otros muchos ejemplos. A todo este teatro de calamidades compuesto de seres y objetos extraños se les suman acróbatas y contorsionistas que llevan al límite sus cuerpos. Sin embargo, en medio del anonimato habitual de la obra de Daniel García, un rostro reconocible se hace evidente: la figura de Gilda Di Crosta, poeta, docente y pareja del pintor fallecida en 2019. Su imagen y su recuerdo constante impregnan toda la muestra. Descubriremos sus rasgos en multitud de ocasiones. Retratada a la manera tradicional o caracterizada como algún personaje, la tierna mirada de Gilda nos dejará perplejos.

A mitad de nuestro recorrido vemos tres grandes telas. Son figuras de terracota de la antigua china que representan mujeres danzando. Estos cuadros custodian otros dos que se ubican justo enfrente. Son pinturas con motivos de jarrones de estilo oriental. La naturaleza exuberante de estos últimos hace pensar en un paraíso exótico. El hechizo pronto se desvanece cuando notamos las calaveras sutilmente disimuladas, los rayones, las tachaduras y las marcas que el mismo artista dejó en su superficie. Se trata de un recurso que utiliza el pintor para “vandalizar” su propia obra.

Otra de las estrategias que utiliza con frecuencia Daniel es la de reciclar, reelaborar y combinar su variado repertorio. Esto queda de manifiesto más adelante, en pinturas donde el interior y la naturaleza muerta se mezclan y desplazan con resultados a veces inquietantes. ¿Qué hace que estas pequeñas obras se vuelvan por momentos tan opresivas?

Frente a estas piezas hay un conjunto de cabezas encajadas en rectángulos. Seres de pesadilla que prefiguran las salas sucesivas. Inmediatamente después dos telas saltan a la vista: un par de demonios de estilo medieval que giran en movimiento perpetuo y circular anunciando la caída hacia el abismo.

En la serie “Catástrofe” y “Disoluciones” el cuerpo se convierte en despojo. Sus partes se diluyen en un todo amorfo hasta casi desvanecerse. El trayecto en esta instancia se torna trágico y desgarrador.

Después de esto accedemos a la última sala: nos recibe una serie de pinturas que tienen a Gilda como protagonista. Su cuerpo rodeado de espacios oscuros adopta posiciones imposibles. Se la puede ver suspendida en el aire presa de algún sortilegio o doblando su espalda hacia atrás de forma antinatural. El tono irreal de este conjunto se vuelve dramático. En estas obras, como en otras tantas, la superficie de la piel se confunde con el fondo. Daniel logra este efecto por un proceso de desgaste y repintado del lienzo. Una cualidad fantasmal que hace que las imágenes parezcan hallarse en estado de transición. Es como si de un momento a otro pudiesen definirse del todo o desaparecer por completo. Como si la representación dejara en evidencia su lado más tremendo: el de la ausencia.

Finalizando el recorrido vemos el cuadro de una escultura de un pájaro. Su figura nos cautiva con su extraña simpleza. Por su simetría y su hieratismo nos recuerda a las estatuas devocionales. La obra parece devenir lugar de mediación entre lo sagrado y lo profano. Su presencia nos detiene en seco, imbuidos como estamos en miles de pensamientos y, a partir de aquí, nos devuelve nuevamente en dirección contraria, hacia la salida.

“Trance y otras pinturas” puede visitarse hasta el 6 de noviembre en la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (avenida Pellegrini y bulevar Oroño) de martes a domingos de 11 a 19.

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Un comentario

  1. María Emilia Díaz

    16/08/2022 en 12:15

    Corrijan la información para visitar el museo, esta desactualizada

    Responder

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