“Las prácticas docentes de Ángela están pensadas para ese contexto y para esos niños en particular. Para los Reimundos, las Clementinas y las Claudias. Por ellos y para ellos, apostando a lo que desde su concepción sería la posibilidad de un futuro mejor. En función de esto, desarrollaría una enorme capacidad de entrega”, escribe la educadora María Beatriz Jouve, al resaltar la tarea educativa de Ángela Peralta Pino, la docente santafesina que enseñó en el norte provincial entre 1940 y 1962. Cada 9 de noviembre -fecha de su nacimiento- se celebra en la Argentina y en su homenaje el Día de las Maestras y los Maestros Rurales.

 

Ángela Peralta Pino desarrolló una singular tarea pedagógica en una escuela rodante, acondicionada en un vagón de tren, lo que le valió el apodo de “Maestra caracol”. Durante mucho tiempo esa escuela (N°942) quedó abandonada en La Hiedra hasta que en 1982 es recuperada, convertida en museo y desde entonces está ubicada en el ingreso a la ciudad de Tostado.

La educadora y escritora María Beatriz Jouve escribió el artículo Entre quebrachos y pizarrones, para el tomo I de Maestras Argentinas (entre mandatos y transgresiones), del que se reproduce aquí buena parte de ese texto.

Maestras Argentinas fue compilado por Eduardo Mancini y Mariana Caballero. Una colección editada por Centro Cultural La Toma Ediciones, Asociación Inconsciente Colectivo y la Cooperativa de Pensamiento Margarito Tereré. Los tomos 1 y 2 -son 5 en total- están disponibles en internet, en el sitio de la Sociedad Argentina de Investigación y Enseñanza en Historia de la Educación (Saiehe), de donde se pueden bajar en forma libre y gratuita.

Museo Histórico Regional de Tostado
La escuela rodante donde enseñó la «maestra caracol». Foto: Museo Histórico Regional de Tostado

 

Entre quebrachos y pizarrones

Ángela Peralta Pino nació el 9 de noviembre de 1901 en Providencia, una pequeña localidad del departamento Las Colonias, provincia de Santa Fe.

Sus padres fueron Josefa Pino y Ángel Peralta, quien falleció en 1908, cuando ella era una niña de apenas siete años. Por ese motivo la familia debió mudarse a San Cristóbal, donde finalizó sus estudios primarios. En 1912 su madre Josefa volvió a contraer matrimonio con Cecilio Pino. Siendo adolescente comenzó a estudiar la carrera de magisterio en Rafaela en la Escuela Normal Domingo de Oro, compartiendo ese primer año con Leticia Cossettini.

Sin embargo, la oposición familiar fue más fuerte y tuvo que regresar al hogar y abandonar los estudios.

Por cuestiones laborales, la familia se trasladó transitoriamente a Tostado. Allí le ofrecieron dar clases a los hijos de los peones en la estancia La Carreta, iniciándose de ese modo su camino en la docencia. En efecto, la escasez de maestros en la provincia y en el país era tan grande que Ángela pudo ejercer sin tener el título que la habilitara.

Debido a dificultades económicas regresaron nuevamente a San Cristóbal, donde una vez más la llamaron para dar clases, esta vez en la estancia La Lucila. Luego trabajó en la Escuela Rivadavia donde su tía era vicedirectora, pero también realizó numerosos reemplazos e interinatos por escuelas del norte, ubicadas todas ellas en zonas rurales e inhóspitas. En el año 1937 fue nombrada directora interina en la escuela N° 749 de Los Saladillos; en 1938, directora suplente en la Escuela N° 557 en Campo Garay, departamento 9 de julio; en 1939, directora interina en El Amargo, del mismo departamento

En el año 1936 se realizó en San Luis el primer Congreso Pedagógico de Instrucción Pública. Las cifras del analfabetismo en el país eran alarmantes.

La delegación de Santa Fe, representada por Pío Pandolfo, presentó la propuesta de construir escuelas rodantes y flotantes para llegar a los lugares más recónditos. La iniciativa fue muy bien recibida, pero en los hechos sólo fue puesta en práctica en Santa Fe. La misma fue recogida por el senador Leiva, quien presentó un proyecto a la Cámara de Senadores a partir del cual se convirtió en ley. Poco después se realizó la licitación de la Primera Escuela Rodante de la Provincia destinada al obraje Los Guasunchos, Departamento 9 de Julio.

Así fue cómo se acondicionó un vagón de ferrocarril dividido en dos partes: una como aula y la otra como casa habitación. Este sería el novedoso dispositivo para que las infancias pudieran aprender a leer y a escribir, a realizar las cuentas, a memorizar las lecciones. Este mismo vagón abrigaría de las intemperies del monte a la maestra y a la portera que se atrevieran a protagonizar semejante cruzada.

La Escuela Rodante N° 942. Foto: Fernando Raber / Libro Amsafé

Ángela era reconocida por su trayectoria en escuelas rurales. Si bien no tenía título docente, su capacidad e idoneidad para ejercer esta profesión estaban demostradas con creces en la práctica y plasmadas en los informes de desempeño realizados por el Inspector Valentín Antoniutti. Su nombre resonó en las oficinas ministeriales: sin dudas ella era la maestra indicada, y así lo entendió el entonces ministro de Educación Dr. Lorenzo de la Torre. El Consejo General de Educación la designó como directora de 6ª categoría y maestra de grado de la Escuela N° 942 de Los Guasunchos.

El 26 de marzo de 1940 se realizó la toma de posesión y a los pocos días Ángela, su tía Laura Pino de Pereyra (que tendría a su cargo las funciones de portera) y el conductor del tractor al que estaba enganchado el vagón escuela partieron desde Tostado. Así atravesaron el monte, venciendo obstáculos… ¡Si hasta quedaron atrapadas las ruedas del tractor en un enorme hormiguero en plena noche! Pero, tal como narra Ángela en su diario y recopilado en el valioso libro de Fernando Raber (Ángela Peralta Pino. Historia de una pasión. Escuela Rodante N° 942, Ediciones Amsafé), con “la bandera izada y avanzando majestuosa entró la Escuela Rodante en el pueblo Santa Margarita a las 9,45 hs. después de un recorrido de 170 km. y de dos días de penoso viaje”.

Debieron permanecer ocho días más hasta que la escuela fuera conducida por un tractor Diesel, dispuesto por el ingeniero de Santa Margarita, hasta el obrador Los Guasunchos. Una vez allí, debajo de un algarrobo y a 110 metros de la Administración del obraje quedó instalada la escuela “como un faro luminoso, como un emblema, como un signo de la civilización”.

Las prácticas docentes son prácticas históricas y sociales, no se producen en el vacío. Por lo tanto, no se puede hablar de la Escuela Rodante sin hacer referencia a La Forestal. A fines del siglo XIX y principios del XX esta compañía de capitales extranjeros se instalaba en el norte de Santa Fe para explotar los bosques de quebracho. Por supuesto, esta empresa no se asentó sobre la nada. En el año 1884 el presidente Julio A. Roca se había encargado de preparar el terreno con la campaña militar a la región chaqueña. La misma tuvo por objetivo reducir a los pueblos originarios y quitarles sus tierras para poder entregarlas a la explotación industrial. Continuaría así la gran tarea histórica de civilizar “salvajes” para consolidar el Estado nacional.

Lo cierto es que mientras Ángela crecía, también lo hacía el gran pulpo: la empresa llegó a ser la primera productora de tanino a nivel mundial. Fueron propietarios de más de 20.000 km² de tierras, donde radicaron unas 30 fábricas, 40 pueblos, numerosos puertos y 400 kilómetros de vías férreas. La Forestal emitía moneda propia para abonar los salarios y contaba también con su fuerza represiva: la gendarmería volante. El trabajo estaba organizado en los obrajes, a través de contratistas que reclutaban a los trabajadores (hacheros, carreros, peones de playa) y les proveían de las herramientas de trabajo. La mayoría de los hacheros venían de Corrientes, Santiago del Estero y Paraguay. Sus condiciones de vida eran miserables: pasaban sus días internados en los bosques, aislados de los poblados. Les pagaban en vales y fichas, que regresaban a manos del contratista a cambio de alimentos, vestido y bebida, que sólo podían obtener en los almacenes de La Forestal, ya que estaba prohibido el comercio minorista en toda la región. (…)

Pero llegaría el día en que, hartos de tanta explotación, los trabajadores lograrían organizarse sindicalmente para protagonizar, entre 1918 y 1921, heroicas huelgas. La patronal no dudó en mostrar su rostro más cruel, desatando una feroz represión donde murieron cientos de obreros. Fue ésta una de las peores masacres de la historia argentina.

En los años sesenta, Rodolfo Walsh (1998) recorrió la región y escribió el artículo Las Ciudades Fantasmas, publicado en el año 1969 en Georama.

Allí analizaba: “Pasando los años, todo será de La Forestal o dependerá de La Forestal. Un sistema de gobierno, una arquitectura, un modo de vida, una moneda apuntala un dominio material y espiritual como no se ha visto desde las misiones jesuíticas. Irónicamente, el resultado será el mismo: ruinas”. Y es que, a partir de la caída de la demanda de tanino, la empresa comenzó a cerrar los obrajes y aserraderos para invertir en África. En su retirada, como señala Walsh, convirtieron en pueblos fantasmas las ciudades que habían fundado. Y por si esto fuera poco, ocasionaron un verdadero desastre ecológico, ya que talaron casi el 90 % de los bosques.

Angela Peralta Pino
Angelita montando un burro y llegando al monte. Foto del libro de Fernando Raber.

En ese contexto, entre 1940 y 1963, en el norte santafesino, con los hijos y las hijas de familias de hacheros, internándose junto a ellos en el monte desolado, Ángela desarrolló su práctica educativa.

Tuvo que convertirse en “maestra caracol” para poder acercar la escuela a estas comunidades; los obrajes eran lugares de población transitoria debido a que, cuando se terminaba la explotación del quebracho en determinada zona, se trasladaban en el ferrocarril a otras. (…)

En materia pedagógica, Ángela tenía absoluta claridad de que la escuela debía adaptarse al medio: para ello era necesario flexibilizar los horarios y los programas, y fundamentalmente mantener la escuela abierta: “Las escuelas rurales, y máxime las del Norte de nuestra provincia deben adaptar la  enseñanza a las condiciones reales de la vida y al ambiente en que se desarrollan los niños. La escuela internada en el monte no puede tener programa ni horario fijo. Debe recibir al alumnado en el horario que puede llegar (…) Así hay niños que llegan a las diez y otros que llegan a las doce debiendo retirarse a una hora prudencial porque deben atravesar largas y traicioneras picadas. A cualquier hora estos niños, hijos del monte, encontraron abierta la escuela y mi corazón”. (Del libro de Raber).

Claramente, las prácticas docentes de Ángela están pensadas para ese contexto y para esos niños en particular. Para “los Reimundos, las Clementinas y las Claudias”. Por ellos y para ellos, apostando a lo que desde su concepción sería la posibilidad de un futuro mejor. En función de esto, desarrollaría una enorme capacidad de entrega. (…)

Muchos fueron los lugares recorridos por Ángela Peralta Pino con su escuela a cuestas: Los Guasunchos, Los Quebrachales, Itapé, Los Guanacos, El Mate, La Avanzada, La Carreta, La Hiedra. Y muchos fueron también los avatares políticos que atravesarían a la provincia y al país durante esos años. La lectura de las actas de visitas realizadas por los inspectores permite recuperar algunos de los ejes de las políticas educativas que enmarcaron su práctica docente.

Sin agotar las posibilidades de futuras indagaciones sobre esta valiosa experiencia, quedan planteadas algunas líneas para repensar las prácticas docentes en su contexto, ya que éste configura el acto pedagógico. En el caso de Ángela, habitada por las contradicciones del tiempo histórico en el que le tocó vivir, sostuvo la convicción de que la educación sería la llave maestra para mejorar la sociedad y actuó en consecuencia. Lejos de los discursos vacíos, puso el cuerpo y el alma en la enseñanza de las infancias más pobres de la provincia. Quizá estas palabras sinteticen algo de lo que “la maestra caracol” sintió y pensó mientras ejercía la docencia: “Viviendo el dolor de mis niños, mi corazón de mujer y de maestra ha llorado de hambre, de frío y de alegría” (Del libro ¿Quién es ella en Santa Fe?, Gloria Bertero).

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