En su paso por la ciudad para participar del Congreso sobre Democracia que organizó la UNR, la doctora en Filosofía Alicia Entel reflexionó en torno a lo que se viene para el país, la región y el mundo.

“El futuro de ellos no es el nuestro. El futuro que quieren es que haya dos, tres mil millones de habitantes menos en el planeta”, afirma Alicia Entel, doctora en Filosofía y magíster en Ciencias Sociales; docente, investigadora en comunicación y cultura, escritora. 

Desde hace décadas, Entel sostiene una conducta intelectual de la que, además de su paso por las aulas, abundan registros –libros, artículos académicos, columnas periodísticas–, que tienen una matriz: iluminar la contemporaneidad rastreando huellas en la historia y revitalizando el pensamiento de filósofos y científicos sociales, a los que pone en diálogo de manera exquisita, sin banalizar ni simplificar; todo ello sin renunciar a la intervención. Es que no acuerda con dejar que el presente fluya y nos confine a la subsistencia, ni con aceptar que el futuro es algo inexorable. “¿No hay que pensar más en el futuro?, ¿hay que pensar en una suerte de fluir sin proyecto?”, se interroga e interpela.

Esto viene a cuento de que esta nota trata de recuperar parte de lo dicho en una reciente conferencia en el Congreso Nacional e Internacional sobre Democracia de días atrás y la posterior conversación con El Eslabón. Pero su verdadero propósito es promover la lectura de su obra y, así, seguir el andar y dialogar con un pensamiento que rejuvenece día tras día. 

En sus últimos escritos, Entel aborda lo que ha definido como “un cambio de época” de la cual, dice, “la pandemia es la punta del iceberg” de un “capitalismo de saqueo”, que agota los recursos, y siembra hambre, pestes y guerras. Reivindica la construcción colectiva del futuro y la plantea como un desafío para los proyectos populares y democráticos. A la vez, alerta sobre “el giro fascista”, término clave para ir más allá de los “copitos” y “revolucionarios federales”, desandar el camino y comprender hechos que responden a una planificación que excede a episodios recientes y tiene alcances globales. 

Días atrás, Entel ofreció la conferencia “Afrontar el cambio de época: desafío de los proyectos democráticos y populares” –coordinada por la docente e investigadora Susana Frutos– en el marco del Congreso de Democracia, que organizó la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). Y recientemente ha publicado El futuro. Miradas desde el sur (Ediciones Imago Mundi), en el que colaboran Celeste Choclin, Paula Klachko y Mariano Belassi, con quienes lleva adelante un proyecto de investigación en la UBA, que da sustento al libro.

Foto: Candela Robles

—¿Cuál es la razón por la que eligen el futuro como objeto de estudio?

—Yo empecé a hacer crítica a concepciones posmodernas en el otro libro, ¿Quién cuenta la verdad? La información por otros medios (Imago Mundi); porque en ese momento se hablaba de la crisis del relato de la verdad; o sea, eso de que cada uno tiene su verdad había sido, de alguna manera, avalado por pensadores posmodernos como (Richard) Rorty y otros, quienes no tenían en cuenta que, así sea histórico, el conocimiento verdadero puede existir. Será válido para una época, pero eso no quiere decir que no exista.

Por ese mismo camino, veía que Marcuse en Acerca del carácter afirmativo de la cultura adjudica al idealismo una suerte de negación de ver la realidad y dice “la historia del idealismo es la historia de su aceptación de lo existente. Están mirando al ente y no se pusieron críticos con lo existente”. Tomé eso, lo trasladé y digo que la historia de cierto pensamiento posmoderno, de alguna manera, ha sido cómplice de que no estemos preocupados por la verdad, de que no estemos preocupados por el futuro. Entonces, ¿no hay que pensar más en el futuro?, ¿hay que pensar en una suerte de fluir sin proyecto? 

—Esto pone a los intelectuales en la posición de avizorar, de anticipar escenarios. En tu conferencia criticabas esa idea de “vivamos el presente”.

—Claro, es un dato de lo humano. El ser humano produce cultura y, por lo tanto, hace prospectiva; y si nosotros la perdemos, perdemos una parte de la condición humana. Y no es que todos hayan perdido la capacidad de planificar. Preguntale a los chinos o a las élites económicas de Estados Unidos si no planifican. Sí, lo hacen; mientras grandes sectores de población estamos en la supervivencia básica o en la disolución de la idea de proyecto.

—Años atrás, oí decir a un candidato político que todo jefe de Estado debía tener, al menos, una vez a la semana una conversación con intelectuales destacados de la época, para ir viendo…

—… cómo viene la mano, ja ja.

—Ahora, ¿qué ocurre con esto de pensar el futuro y su posible articulación como insumo para proyectos políticos?

—Bueno, creo que hay una crisis. No es que los presidentes no se rodeen de intelectuales. De hecho, tenemos intelectuales; pero a veces, en poco tiempo, se transforman en operadores o en aceptadores de lo existente. Cuando un político, popular, democrático, le pregunta a un intelectual, no es para que este diga lo que el político quiere escuchar. Si no, ¿para qué le pregunta? Para que pueda avizorar futuro. Por ejemplo, todavía hay quien cree que la degradación de la energía no va a existir y que, por más que se rompa todo, se va a volver a restaurar. Bueno, leemos a Edgar Morin desde hace treinta años sobre esa cuestión, pero parece que no importa. 

—Respecto del cambio de época que venimos transitando, ¿cuándo empezó? Cuesta darse cuenta cuándo empiezan los procesos…

—Pasa en toda la historia de la Humanidad: la adaptación es posterior al acontecimiento. En Europa dijeron Edad Media mucho tiempo después, porque a los historiadores se les ocurrió. Lo mismo pasó con la Modernidad. Son categorías pensadas a posteriori, pero está bueno darnos cuenta antes.

—Digo pensando en el sujeto como constructor del cambio de época y no como destinatario.

—Justamente, no hay un destino absoluto. El futuro es una construcción social, económica, política y, entonces, es fundamental pensarlo. Es fundamental que las usinas intelectuales estén pensando qué futuro quieren para nuestro país.

—Sería ese el lugar de los intelectuales…

—Sí. Si no, Gramsci, pobre, renace y se vuelve a morir.

—A partir de esta idea de cambio de época, se pueden pensar fenómenos contemporáneos: ¿cómo se explica en el cambio de época lo de Brasil, tanto el triunfo de Lula como la paridad del resultado?

—Bueno, no tengo la verdad absoluta, hago algunos indicios. Por un lado, como dijo (el presidente de Colombia, Gustavo) Petro: “Nosotros no vamos al socialismo, nosotros vamos a completar la modernidad”. La Modernidad inconclusa de América Latina: hay que industrializar, desarrollar ciencia, elevar tecnología, ampliar la alfabetización en todo sentido. Entonces, hay que tratar de que el cambio de época nos encuentre en las mejores condiciones posibles. 

Ahora, hay un rasgo del cambio de época que tiene que ver con la devastación. Este capitalismo de saqueo se ve muy fuertemente en Brasil, como lugar estratégico por tener gran parte de la Amazonia. No es casualidad que hubiera ganado Bolsonaro. Tuvieron que meter preso a Lula. Entonces, es el momento terrible de la disolución. Eso es lo que está viviendo Brasil. ¿Y qué quieren Lula y muchos otros? Resistir a eso. Hacer una transición diferente.

—Días atrás, publicaste una columna sobre “el giro fascista”.

—Bueno. Yo le pongo giro, porque se habló del “giro lingüístico”, del “giro afectivo”, pero la academia está estudiando poco lo que llamo el “giro fascista”, que son las experiencias de todos estos movimientos organizados, pagados por las derechas internacionales para que los gobiernos populares no existan más.

—Y lo hacen con planificación, pensando en el futuro.

—Por supuesto, pero el futuro de ellos no es el nuestro. El futuro que quieren ellos es que haya dos, tres mil millones de habitantes menos en el planeta.

—En La revolución es un sueño eterno, Andrés Rivera le hace decir a Juan José Castelli: “Si ven al futuro, díganle que no venga”. ¿Qué pensás?

—No, el futuro es inevitable, por más que no queramos; pero hay que luchar para que no sea el de ellos.

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