Yo no sé, no. Pedro después de besar a su abuela Aitii le preguntó qué pasaría con el tiempo. Su abuela, acomodando con una ramita las últimas brasas de su fuego tempranero, le contestó: “Para la tarde se nos avecina una lluvia”. Era un viernes de noviembre, con días de temperaturas agradables y, si el pronóstico se cumplía, habría que cambiar de planes pues por poco que lloviese, la cortada (Moss) a la altura que se encuentra con la calle Rioja, se convertía en una gran laguna receptora de fuertes corrientes de agua. Se guardaría la pelo y desplegaríamos nuestra gran flota de embarcaciones hechas de corchos, de cáscaras de nueces, de broches para la ropa (los de madera) y hasta de papel de diarios. Estos últimos eran los favoritos para ganar las carreras, lo único que tenían en contra era que si la lluvia persistía, se mojaban y quedaban fuera de competencia.

Mientras tanto, la laguna que estaba pegadita al tambo de Tito (Castellanos y Centeno, dirección actual) esperaba con ansias que se le avecinara una lluvia. Laguna que para mediados de noviembre parecía agonizar hasta  que aparecían esos torrentes de gotas que la revivían. Pegadito a la casa de Pedro, con o sin lluvias, entre el yuyal se avecinaban unos zapallos enormes que, sin pedir permiso, se adueñaban, medio ocultos, casi clandestinos, de gran parte del terreno. Con Pedro medíamos la intensidad de las tormentas con lluvias fijándonos en el nido de una torcaza que estaba en la horqueta de un álamo cercano y que, aunque pareciera precario y en realidad lo era, resistía fuertes vientos.

Otros noviembres tendríamos algunas lluvias como la del día del regreso del General, que ese día fue como una buena vecina que se sumó al recibimiento. Cuando los de la Municipalidad vinieron con sus agrónomos y sus aparatos para medir la laguna del tambo, ahí supimos que se nos avecinaban cambios en el barrio: adiós canchitas, adiós tambo, adiós laguna. Igual o peores fueron los cambios que la sangrienta dictadura nos hizo. Y también los 90, esa sí que no la vimos venir.

El otro día, mientras caían las primeras gotas y se nos avecinaban unos aromas a tierra mojada, Pedro me dice: “¿Sabés qué?, presiento que buenas lluvias se avecinan, a pesar de que el poder económico, judicial y mediático apueste a la tormenta de siempre. Quizás si nos juntamos con terrenos vecinos donde la buena lluvia se avecinó para fortalecer esos brotes de Patria que siempre están, ¿quién te dice?…”.

Y mirando ese pedazo de terreno donde supieron avecinarse aquellos zapallos, concluye: “Si atravesamos las tormentas, todas las lluvias venideras serán buenas”.

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