Ahora está de nuevo en la pizzería. No llega al mostrador cuando el dueño, un boliviano petiso de ojos achinados, le extiende una caja con la boleta encima. 

Mira la dirección y vuelve a la moto. ¡Rrrrmmm, rrrrmmmm!…, acelera nuevamente, y sale disparado. Aparecen otra vez los puntitos luminosos sobre la visera del casco. Ya no son figuritas sino pequeñas líneas en movimiento, que se deslizan de izquierda a derecha. Sacude la cabeza, nervioso; las líneas desaparecen de inmediato. 

Va nuevamente en dirección al centro, por la misma avenida, aunque sin llegar tan lejos como en el viaje anterior. Al cabo de unas pocas cuadras gira a la derecha, y después de hacer menos de veinte metros se detiene. 

Chequea la dirección y toca timbre: es un edificio de departamentos. Al cabo de unos segundos vuelve a tocar, pero no responde nadie. Repite el chequeo; la dirección es esa. Inquieto, pulsa una vez más el timbre, de manera más sostenida e intensa. Si hay alguno allí lo voy a volver sordo, se dice, sin dejar de apretar el botón, esperando que desde adentro le respondan.

Pero nadie le contesta. La puta madre, exclama, haciendo arrancar la moto, para regresar a la pizzería con el pedido a cuestas.

Cuando vuelve a la pizzería arroja la caja sobre el mostrador. El boliviano lo interroga con un gesto, y él le dice: no había nadie. Fui al pedo.

Impertérrito, el otro le responde: si no entregás no cobrás el viaje. 

Lo mira poniéndose colorado, de bronca. Siente ganas de agarrar al boliviano del pescuezo y retorcerlo hasta que se retracte, pero sabe que eso no va a ocurrir. El boliviano lo tiene atrapado, porque tiene claro que necesita ese laburo, negrero y mal pago.

Entonces sale del negocio y trepa nuevamente a la moto. ¡Eh, qué hacés!…, le grita el boliviano. 

Me voy al médico, contesta, saliendo raudamente. Antes de partir hace un corte de manga, sin saber si el otro lo habrá visto. No importa demasiado, porque el gesto puede tener muchos destinatarios, y el boliviano no es más que uno entre tantos. En realidad, el mundo entero los contiene, diseminados sobre su enorme superficie.

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