Se inauguró el 75° Salón Nacional de Rosario que coincidió con el aniversario número 18 de la apertura del Museo de Arte Contemporáneo. De unas 600 propuestas fueron seleccionadas 25, las artistas premiadas fueron Verónica Meloni y Florencia Palacios.

En la imagen que muestra un televisor que parpadea se puede ver el corte de cinta y las primeras visitas durante la inauguración del Macro en un lejano 2004. Se trata de un material audiovisual cedido por Rubén Lescano y que brinda algunas pistas de la recepción del público en esos primeros momentos de la cultura rosarina en los inmediatos años de la crisis. Al inicio podemos leer “Mis 18” en una tipografía que funciona como un guiño a las ediciones rudimentarias de las casi extintas casas de fotografías. El Macro cumple la mayoría de edad y el Salón Nacional de Rosario inaugura su edición número 75.

Los relatos personales en forma de imágenes y textos, las posibilidades y combinaciones de las distintas materialidades y sus significados asociados, las características mismas de los certámenes artísticos y el tiempo como una preocupación creciente ante un futuro incierto son algunas de las indagaciones que se conectan y ramifican en las diversas salas de exposición.

Haciendo un recorrido por la estructura ascendente del museo (uno de tantos posibles) encontramos en el primer piso la obra que se llevó el Premio Salón Nacional de Rosario: “Auras”, de Verónica Meloni. Una serie de piezas de yeso lijadas, cuyas formas transformadas por la acción del desgaste recuerdan las curvas de las piedras erosionadas por el viento. Y si bien aún intuimos los referentes iniciales, estos objetos guardan un misterio que la misma indiferenciación formal pone de manifiesto. “Grito tu nombre” es un dibujo de gran formato hecho con carbónico azul por Malcon D’Stefano. Muestra una escena parcialmente vedada tras una celosía cerámica. Una ensoñación que incluye leones al trote y estatuas. Es una obra que demanda una mirada detenida que intenta recomponer una escena intencionadamente fragmentaria. La sutileza cromática es el tono distintivo del óleo titulado “Paisaje de piel y paso del tiempo”, de María Josefina Labourt. Una superficie viva representada por la artista que también puede pensarse como un óleo abstracto. Otro óleo, esta vez un cuadro sobre el suelo con un rectángulo que parece rejilla en su centro, es la obra “En mi cuerpo me escondo de mi cabeza”, de Sofía Bohtlingk. Candela Pietropaolo presenta su “Cromatografía del Paraná”, serie que sistematiza su percepción de los colores del entorno del río. En cada marco de madera figuran las fechas y las horas exactas de ejecución de cada una de las piezas. “Knittingismo”, de Lucrecia Lionti, es un patchwork que funciona al mismo tiempo de bandera y de pancarta. Su superficie se llena de explosiones de colores en forma de rectángulos cosidos.

Pasamos al segundo piso. La presión que la birome ejerce sobre el papel de molde imprime una tensión que se ve reforzada por motivos angulosos y una marcada estética punk en el dibujo de gran formato de Sofía Risso que lleva por nombre “Cómo arruinar algo”. El forzamiento de ciertos materiales y soportes se aprecia también en “Cardán”, de Juan Hernandez. En estas piezas, una serie de manchones, que recuerdan espacios siderales, desarticulan el marco del papel que los contiene. Por otro lado, en los dibujos que forman “PASADO PRESENTE PASADO”, de Malena Pizani, es el tiempo el que se desarticula. La linealidad planteada desde el montaje contrasta con escenas que convocan una narración esquiva. Para “Curandera”, Sol Divi crea un objeto que funciona como un revival de culturas precolombinas en una pieza que resulta sumamente enigmática.

Ingresando al tercer piso los bastidores blancos impregnados de olores de Cecilia Catalin invitan a la proximidad con la obra y a la ampliación de la experiencia perceptiva. Mientras tanto, en la obra de Guido Ignatti, las bases del mismo salón son leídas al frenético ritmo de un locutor radial explicando una promoción. La propuesta deja en evidencia las instancias burocráticas y formales de los procesos artísticos. En su instalación “Señales para María Juana”, Mariela Vita también deja en evidencia parte del proceso de construcción de la obra con algunos guiños al espectador, como herramientas o materiales que señalan un trabajo que podría retomarse. En el grupo de obras que conforman “Núcleo íntimo de mi Tierra”, de Erik Arazi, las tabletas de Fuyí usadas incorporan una serie de disonancias mínimas a un concepto geométrico sumamente diagramado. Alejandra Mizrahi en “Decha2” presenta un grupo de telas teñidas con elementos naturales. Estas telas están tensadas con hilos de algodón finísimos a un soporte de metal y sobre su superficie clara se dispersan diversos motivos sumamente sutiles.

Al ingresar al cuarto piso, Mimi Laquidara dispone sus dibujos de estilógrafos sobre el suelo. Son posturas y estiramientos que implícitamente remiten al cuerpo que las realiza o a su ausencia o posibilidad. “La conquista del reino de los medios” es un patchwork de composición impecable realizado por Celina Eceiza. En él vemos una escena de apariencia idílica con una figura desnuda apoyada sobre una palmera sosteniendo frutas en su mano.

“Sin título” es una fotografía de Clara Miño que había formado parte del Primer Salón Jamaica Posible. Se trata de una captura que muestra en detalle un cuerpo reclinado. En su vulva vemos apoyado un cigarrillo encendido. Estratégicamente dispuesto a su lado está el “Autorretrato”, de Lolo y Lauti. Videos en duplicado en los que se aprecian dos actores simulando la actividad de pintores que miran al frente y representan el fuera de campo. Finalmente descubrimos que todo ese tiempo no hicieron más que pintarse ellos mismos en el acto de pintar volviendo el video en un bucle infinito. Un bucle en el que lo representado y la “realidad” son parte de la misma cosa. En sintonía, Kevin Sanchez pone de manifiesto la clásica discusión sobre los discursos en torno al arte y su enunciación, en un caso de recursividad cargada de ironía. El nombre de la obra anuncia exactamente lo mismo desde un cartel que juega con las tipografías de publicidades de la vía pública pintados a mano: “Arte? Sí! Arte!”.

Llegado al quinto piso encontramos “Creo que sé todos tus datos”, de Ulises Mazzuca, un enorme dibujo en el que el recuerdo parece fundirse con el personaje representado borrando los límites de una añoranza que se vuelve prácticamente material. Por su parte, Elian Chali muestra su proyecto rechazado en el concurso de cambio de diseño de la pintura exterior de los Silos del Museo. Se ven carpetas y archivos que contienen una propuesta que esta vez sí ha sido seleccionada pero en la instancia del Salón poniendo de manifiesto, otra vez, los criterios de selección y sus formalidades. “La cicatriz del tronco”, es el nombre de la escultura de Carla Grunauer en las que unas retorcidas formas blancas alojan un pequeño trozo de madera en un gesto casi táctil. “Espinas Punzó” es una tela de gran formato teñida de rojo con consignas en forma de estandarte de Gisella Scotta. Forma parte de su serie “Encarnación” y en ella se percibe no sólo una proclama sino una casi solapada nota de humor. A su lado, las pinturas “Las mesas” de Inés Beninca presentan espacios interiores apenas sugeridos que despliegan exquisitas relaciones cromáticas en las que los colores desaturados extremadamente claros hacen carta de presentación.

“Museo de las Esperanzas y Expectativas de Vida en la Tierra”, es el título que lleva la propuesta planteada por la curadora Sofía Dourrón para la presente edición del Gabinete que se encuentra en el sexto piso. En la postura de arqueólogos de un futuro distante la visita a esta sala se nos presenta como una invitación a la reflexión sobre aquellos objetos que merecen ser preservados y puestos a resguardo.

Emojis, el logo de una aplicación para móviles, y una serie de caños de plomería pueden verse en las obras digitales impresas de Florencia Palacios. También se presentan sus esculturas híbridas que mezclan elementos orgánicos y artificiales. Son piezas de impronta cyborg que podemos emparentar con la figura yaciente modelada en 3D de Princex 13. Una imagen repartida en dos pantallas titulada “Alien softcore” que mezcla las formas de una muñeca y un androide. “ASDFGHJ”, además de ser del título de la obra de Cintia de Levie, es el orden de una seguidilla de letras en el teclado. Su telón de látex y su perfo, de movimientos medidos y casi robotizados, hablan de nuevo del vínculo entre materiales diversos y de la, cada vez más frecuente interacción, entre lo natural y lo artificial.

Tribuna, platea o podio, la obra en la que un conjunto de papas y medias con mijo se transforman en personajes que miran al espectador constituyen “Te recibimos con amabilidad”, de Marina Daiez. En la instalación de Nina Corto QOA, el uso frottage sobre papel vegetal invoca la presencia fantasmal y fragmentaria de un tronco mientras que un sonido espaciado nos sumerge en una atmósfera inquietante. En la obra de Miguel Harte, que forma parte del patrimonio del museo, un fluido artificial muestra una cara inquietante de la interacción entre naturaleza y tecnología. Sin embargo en la obra de Juan Grela notamos quizás lo contrario. Los seres y las cosas se hermanan en un todo en el que las líneas juegan un papel aglutinante que borra sus límites o tal vez simplemente los suspenden por un momento. El mismo tipo de líneas que también notamos en los seres indefinidos creados por Elba Bairon que se esparcen por las paredes invadiendo una de las caras de la sala.

El 75 Salón Nacional de Rosario puede visitarse hasta fines de febrero los jueves, viernes, sábados y feriados de 14 a 20 y domingos de 11 a 20 en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro), de bulevar Oroño y el río Paraná.

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