Recientemente un extraordinario artículo (La valija de Lionel, Revista Orsai, Hernán Casciari) mostró con absoluta claridad lo que para muchos es una también absoluta seguridad: cuáles son nuestras raíces, cuáles sus valores, cuál es la tierra de la que se nutren.

Días después, durante los festejos por el mundial ganado, se vio otro aspecto que nos caracteriza y que nos une: la pasión.

La pasión surge como un sentimiento del individuo, pero puede también llegar a ser un sentimiento colectivo y entonces, desactivada la racionalidad, es llama ardiente que se propaga, abrasadora, incontrolada, irrefrenable.

Ese sentimiento colectivo vivido después del triunfo deportivo muestra sin filtros racionales de lo que somos capaces los argentinos cuando nos unimos, cuando nos sentimos uno en la multitud, cuando somos uno porque somos lo que somos en el otro.

El otro es finalmente lo que importa. El otro, el que me abraza, el que me transporta, el que me sostiene, el que también con su ardor me abrasa.

El otro, el que me quiere, el que me falta cuando no está, el que, finalmente, me completa, el que supera mi egocéntrico individualismo con su sola presencia o, si no está, con su solo recuerdo.

Así el otro que encontré hecho millones es también el que refleja mi cultura, el que representa mis raíces, el que tiene comprensión para mis carencias y remedio para superarlas.

El otro, que hoy puede ser ya millones, pero que se suma a otros millones que fueron formando nuestras expresiones populares, nuestra identidad, nuestras pasiones. Así ese otro, multitudinario, frenético, apasionado, incluye al desconocido, al que ya no vive, al que nos dejó una flor o una canción, al que nos dejó su ejemplo solidario de trabajo y amor.

También él está hoy aquí, con nosotros, abrazándonos, como en un eterno e inacabable tango: el desaparecido.

Yo quiero recordar, en la hora del triunfo, a ese otro, el del tango, el que “dejó un pedazo de vida y se marchó”

Porque si algo nos muestra esa multitud (que es una y también múltiple) en las calles es la existencia palpable de valores comunes que no se tocan, pero nos impulsan, como nos impulsa el sol -que tampoco tocamos-, el aire, que sentimos, pero no vemos y el amor, cuya íntima razón de ser está en “algún otro”.

Y no es porque sí que recuerdo al otro.

Es que también a mí, después de 44 años en Alemania, me sigue faltando el otro, el que me complete, el que me contenga, el que sienta como yo, la euforia, la dicha y el dolor de mi ser argentino.

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