Según el más reciente informe de las Naciones Unidas, el hambre y la inseguridad alimentaria continúan aumentando. La pobreza y los niveles de desigualdad cada vez más altos y persistentes se encuentran entre las causas profundas (y menos destacadas en el texto).

La investigación se titula “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” y tiene 262 páginas. La publicó la agencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FOA, por su sigla en inglés). “En el informe se pone de relieve la necesidad de una reflexión más detenida sobre la mejor manera de hacer frente a la situación mundial de la seguridad alimentaria y la nutrición”, señala la introducción. 

La desigualdad social se cuenta entre los factores más profundos, que se agravan cada año. El texto señala que para comprender la manera en que el hambre y la malnutrición han alcanzado niveles tan críticos, se debe partir de los factores causantes del hambre. “Dichos factores, cuya frecuencia e intensidad van en aumento, constan de los conflictos, la variabilidad y las condiciones extremas del clima y las desaceleraciones y debilitamientos de la economía, todo ello agravado por las causas subyacentes como la pobreza y unos niveles de desigualdad muy altos y persistentes. Además, millones de personas en el mundo padecen inseguridad alimentaria y distintas formas de malnutrición porque no se pueden permitir el costo de las dietas saludables”, asegura la investigación.

“En general, el mundo no va camino de cumplir las metas mundiales de ninguno de los indicadores en materia de nutrición para 2030. El ritmo al que se avanza en la actualidad con respecto al retraso del crecimiento infantil, la lactancia materna exclusiva y el bajo peso al nacer es insuficiente. En cuanto a los avances en materia de sobrepeso y emaciación (malnutrición) infantiles, la anemia en mujeres en edad reproductiva y la obesidad en adultos, han quedado paralizados o la situación está empeorando”, señala el texto de la FAO.

“La FAO es la agencia de las Naciones Unidas que lidera el esfuerzo internacional para poner fin al hambre. Nuestro objetivo es lograr la seguridad alimentaria para todos, y al mismo tiempo garantizar el acceso regular a alimentos suficientes y de buena calidad para llevar una vida activa y sana. Con 195 miembros (194 países y la Unión Europea), la FAO trabaja en más de 130 países en todo el mundo. Todos podemos desempeñar un papel importante en la erradicación del hambre”, indica la página oficial de la organización.

El documento de la FAO destaca que en los últimos años varios factores principales han desviado al mundo de la senda que lleva a poner fin al hambre y la malnutrición mundiales en todas sus formas para 2030. Las dificultades aumentaron a raíz de la pandemia y de las medidas para contenerla. 

Entre los principales factores que contribuyen a esta situación, el relevamiento señala que durante los últimos 10 años han aumentado considerablemente la frecuencia y la intensidad de los conflictos, la variabilidad y las condiciones extremas del clima y las desaceleraciones y debilitamientos de la economía. 

A raíz de la mayor incidencia de estos factores principales, aumentó el hambre y se vieron socavados los avances en la reducción de todas las formas de malnutrición, en particular en los países de ingresos medios y bajos.

El informe explica que cuando los debilitamientos de la economía (que son factores clave) estuvieron acompañados de otras causantes (desastres relacionados con el clima, conflictos o una combinación de ambos factores), se produjo un mayor aumento de la prevalencia de la subalimentación, tal como se registró en África, seguida por Asia.

La FAO asegura que cada uno de estos factores causantes principales interactúa en detrimento de la seguridad alimentaria y la nutrición, creando efectos combinados en múltiples aspectos de los sistemas alimentarios.

El 70 por ciento de los países de ingresos medios y bajos se ven afectados por al menos uno de los anteriores factores causantes, y el 41 por ciento (38 de 93 países) presenta también un alto grado de desigualdad de ingresos, lo cual agrava sus efectos.

La mayoría de las personas subalimentadas y de los niños que padecen retraso del crecimiento viven en países afectados por múltiples factores causantes. 

En los países de ingresos medios, el alto grado de desigualdad de ingresos agravó los efectos negativos de los factores determinantes de la inseguridad alimentaria. Así, mientras que en los países de ingresos medios afectados por estos factores se registró un aumento de la prevalencia de la subalimentación de un 2 por ciento, el aumento fue dos veces superior (4 por ciento) en los países donde la desigualdad de ingresos era elevada.

Se disponen de nuevos datos que parecen indicar que el grado cada vez mayor de inaccesibilidad de las dietas saludables va ligado a un incremento de la inseguridad alimentaria tanto grave como moderada, especialmente en los países de ingresos medios bajos.

Foto: Luis Tato | FAO

La investigación afirma que ya mucho antes de la pandemia no se estaba en camino de cumplir el compromiso de poner fin al hambre y la malnutrición mundiales en todas sus formas para 2030. Y tras la pandemia, se complicó considerablemente este objetivo. 

“Según se confirma en nuevas estimaciones, el hambre no se erradicará para 2030 a no ser que se adopten medidas audaces para acelerar el progreso, en particular para hacer frente a la desigualdad en el acceso a los alimentos. De mantenerse constante todo lo demás, unos 660 millones de personas podrían seguir padeciendo hambre en 2030”, indica el texto publicado por la FAO, que también menciona la existencia de una brecha de género: el hambre afecta más a las mujeres que a los hombres. “Las mujeres padecieron inseguridad alimentaria moderada o grave a razón de un 10 por ciento más que los hombres”, asegura la investigación.

En función del contexto, la FAO propone una serie de vías que conducen a la transformación de los sistemas alimentarios. Entre ellas, la integración de las políticas humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz en las zonas afectadas por conflictos. Asimismo, la intervención en todas las cadenas de suministro de alimentos para reducir el costo de los alimentos nutritivos. 

Y también, aunque el informe no le da un lugar muy destacado, “la lucha contra la pobreza y las desigualdades estructurales, garantizando que las intervenciones favorezcan a la población pobre y sean inclusivas”. 

“La coherencia en la formulación y la aplicación de políticas e inversiones entre los sistemas alimentarios, sanitarios, ambientales y de protección social también es esencial para aprovechar las sinergias con miras a encontrar soluciones más eficientes y efectivas a fin de que los sistemas alimentarios aporten dietas asequibles y saludables de forma sostenible e inclusiva”, señala la FAO entre una larga lista de expresiones de deseo que no siempre incluyen señalamientos precisos sobre cómo enfrentar la acumulación obscena de cada vez más riquezas en cada vez menos manos. 

“Los mecanismos e instituciones de gobernanza eficaces e inclusivos, sumados al acceso a tecnología, datos e innovación, deberían funcionar como importantes aceleradores en las carteras integrales de políticas, inversiones y leyes dirigidas a transformar los sistemas alimentarios”, señala la agencia internacional sin prestar atención a que la “gobernanza” se encuentra en medio de una lucha por el poder económico en la que las protagonistas son las grandes ausentes del informe: las corporaciones.

Menos trabajo, más desigualdad

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó que el mundo registró un déficit de 112 millones de puestos de trabajo de tiempo completo en el primer trimestre de 2022 en relación con los últimos tres meses previos a la pandemia.

Después de avances significativos durante el último trimestre de 2021, el número de horas trabajadas a nivel global se redujo en los primeros tres meses de 2022 a un 3,8  por ciento por debajo del índice prepandémico, especifica el organismo en su informe “Monitor del Mundo del Trabajo”, publicado en 2022.

La OIT atribuye el retroceso a la combinación de las crisis que asolan al mundo con las crecientes desigualdades tanto al interior como entre los países.

La inflación, la turbulencia financiera, el endeudamiento excesivo y la interrupción de la cadena de suministro mundial son algunas de las crisis interconectadas que afectan los mercados de trabajo y más aún, presagian un mayor deterioro en los próximos meses, advierte el documento de la OIT.

La investigación destaca también la pronunciada desigualdad que hay entre la recuperación del trabajo en los países pobres y ricos.

Mientras que las economías de renta alta mostraron una recuperación en las horas trabajadas, las de renta baja y media baja sufrieron reveses en el primer trimestre de 2022 con una baja de 3,6 por ciento y 5,7 por ciento, respectivamente, en comparación con el punto de referencia anterior a la crisis, y con el riesgo de empeorar.

La OIT señaló que esto se agrava ya que en algunos países la situación fiscal precaria a causa de la crisis derivada de la pandemia, sumada la dudosa sostenibilidad de la deuda, provocan la incertidumbre en las empresas y dejan a los trabajadores sin acceso suficiente a la protección social.

Para el director general de la OIT, Guy Ryder, “el impacto sobre los trabajadores y sus familias, especialmente en el mundo en desarrollo, será devastador y podría traducirse en un problema social y político”.

A la hora de señalar posibles soluciones, la organización menciona “el apoyo oportuno y eficaz para mantener el poder adquisitivo de los ingresos laborales y el nivel de vida general de los trabajadores y sus familias”. 

Asimismo, se recomienda “un diálogo tripartito urgente” para implementar ajustes salariales justos, fortalecer los sistemas de protección social, y apoyar los ingresos y la seguridad alimentaria cuando sea necesario.

Se indica, además, la necesidad de que las políticas macroeconómicas “aborden las presiones relacionadas con la inflación y la sostenibilidad de la deuda mientras impulsan una recuperación inclusiva y rica en empleo”.

La FAO señala la necesidad de brindar asistencia “a los grupos y sectores más afectados, con énfasis en los trabajadores vulnerables y en los que transitan de la economía informal a la formal”. 

El organismo incluye en la extensa lista de consejos y buenas intenciones la implementación de políticas sectoriales “bien diseñadas y de largo plazo que promuevan la creación de empleos decentes y verdes, apoyen la sostenibilidad y la inclusión, y ayuden a las empresas, particularmente a las micro, pequeñas y medianas”.

Los datos que los organismos internacionales ofrecen resultan indispensables para hacer un diagnóstico preciso de los problemas y pensar las posibles soluciones. Pero es obvio que la clave está en profundos conflictos de intereses que sólo la acción política puede modificar. Los conflictos son los de siempre: entre capital y trabajo; entre democracia y corporaciones, por solo mencionar algunos. Y las corporaciones y sus referentes políticos de ultraderecha vienen demostrando que están cada vez más dispuestos a utilizar la violencia y atentar contra la democracia en favor de sus intereses. Y el hambre es la consecuencia directa de la acumulación de riquezas.

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