Dos historias de vida, la de Cuti Romero y la de Pablo Díaz, refuerzan el valor social que tiene terminar la escuela obligatoria. El pedagogo Gustavo Galli destaca el reconocimiento simbólico que mantiene la educación en la Argentina.

“Apenas debuté en Primera largué el colegio. Estaba en 4° año y ahora me arrepiento”. La confesión la hizo pública el jugador mundialista Cristian Cuti Romero. Rápidamente circuló por las redes cómo su paso por la escuela había sido desplazado por el fútbol, una decisión de la que estaba arrepentido y que quería reparar para graduarse del secundario. Lo dijo de una manera muy sentida: “No es un ejemplo. Ahora que tengo 24 años quiero retomarlo y terminarlo. Es importante para mí, un ejemplo para mi hijo y para todos los niños que me conocen”.

A su historia se une otra conocida recientemente, la de Pablo Díaz, sobreviviente de la Noche de los Lápices, quien a los 64 años logró terminar la escuela secundaria. Lo hizo rindiendo una materia que por años tuvo pendiente. Al recibir el título, recordó emocionado a sus compañeros víctimas del terrorismo de Estado: “Se recibieron conmigo, rindieron la última materia conmigo”.

Los dos testimonios reviven el valor que tiene la escuela secundaria, en estos casos para “ser ejemplo de los hijos” o “para hacer memoria”. Resultan un empujón hacia adelante para quienes dudan o piensan que ya es tarde para seguir estudiando.

Esa relevancia social que tiene el secundario y mantiene la educación en tanto reconocimiento simbólico es la que resalta el director de Educación Secundaria de la provincia de Buenos Aires, Gustavo Galli. El funcionario del gobernador Axel Kicillof es un reconocido pedagogo, formador de docentes, investigador de la Universidad Nacional de Hurlingham (Unahur) y ha trabajado como profesor y director en escuelas secundarias. Además es autor y coautor de distintas publicaciones educativas, entre ellas Escuela secundaria y educación popular (La Crujía) y La judicialización de las relaciones escolares. Conversaciones con Philippe Meirieu (Noveduc).

“Lo que demuestran las declaraciones de Cuti Romero, y de otros jugadores que se expresaron sobre lo mismo, o el ejemplo de Pablo Díaz, es que todavía la educación secundaria, a pesar de que muchas veces se la denosta, sigue teniendo un valor simbólico y una relevancia social muy importante”, dice Galli a El Eslabón.

Foto: Página 12

Es que –como sostiene– “bien se puede pensar que jugadores de fútbol de élite, que juegan en los mejores lugares del mundo, con pagos exorbitantes para nuestra realidad, no necesitarían un título secundario”. Y que algo parecido podría suceder con una persona con la trayectoria y la historia de vida de Pablo Díaz, quien a esta altura tampoco requeriría de un título secundario. “Sin embargo, ellos y muchas personas adultas mayores suelen salir en las noticias y sorprendernos con la novedad de que terminaron la escuela secundaria a los 90 años, por ejemplo. Eso marca la relevancia social que tiene la escuela secundaria, la importancia que le otorgamos y con que este es un país en el que la educación sigue siendo importante”, expresa el educador.

Resulta muy interesante que estos testimonios –opina–, como los de Cuti Romero, Pablo Díaz o de otras personas, “se difundan también de cara a las nuevas generaciones, que también podamos reflexionar con ellas y podamos encontrar sentidos para la escuela secundaria”.

Galli remarca que una preocupación importante que rodea hoy a la escuela secundaria “es dotarla de nuevos sentidos”; y estas noticias, estos testimonios, “nos ayudan a pensar en esos nuevos sentidos para esta escuela”.

Por primera vez

Cientos de historias hablan de cómo personas jóvenes y adultas abrazan la oportunidad de recibirse. “Para mejorar el trabajo”, “para cerrar una etapa”, “porque no pude hacerlo en su momento”, “porque tuve que cuidar a mis hermanos y no pude seguir”, “porque me echaron de la escuela y no quise volver”, “porque no tuve una escuela cerca”, se escucha argumentar con frecuencia.

También cómo desde que este nivel de escolaridad es obligatorio –desde el año 2006– cientos de jóvenes son la primera generación en sus familias en terminar el secundario. Doble valor y gratificación para quienes alcanzan estos estudios. Un empujón en lo social, en garantizar derechos, y otro a pensar en otros futuros.

La ley de educación nacional (26.206) es clara en ese sentido y acompaña cada una de esas metas personales. Establece que la educación secundaria en todas sus modalidades y orientaciones busca que adolescentes y jóvenes tengan herramientas para “el ejercicio pleno de la ciudadanía, para el trabajo y para la continuación de sus estudios”. 

La experiencia del Fines

Pablo Díaz pudo obtener su título secundario gracias al Plan Fines (Finalización de Estudios), un programa destinado a personas mayores de 18 años que no han podido concluir la primaria o la secundaria en los tiempos formales fijados por el sistema, y adeudan alguna materia. Fue creado en 2008, durante la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner y cuando Juan Carlos Tedesco era ministro del área educativa.

Al momento de su creación –según el Ministerio de Educación de la Nación–, “los datos censales señalaban que 14.200.000 argentinos y argentinas de 18 o más años no habían iniciado o completado su educación primaria o secundaria”.  Es decir se trata de “aproximadamente el 51 por ciento de la población mayor de edad del país, porcentaje que difiere entre las distintas jurisdicciones”. Desde el comienzo del programa, ya se han graduado más de un millón de personas. 

El plan está ideado para que se pueda cursar lo pendiente de manera semipresencial, en la escuela más cercana al domicilio de cada estudiante y en el horario más conveniente para quienes cursan. La posibilidad de anotarse en el Fines se abre cada nuevo año.

Leyes, programas, becas y debates en torno a la educación secundaria que hace falta hablan del reto que sigue representando este nivel de aprendizajes para el sistema educativo argentino. Las historias como las de Cuti Romero o la de Pablo Díaz contribuyen a seguir poniendo en alto el lugar de la escuela. Mucho más que un título.

“No vuelvas a la escuela”

La historia de que Pablo Díaz había terminado el secundario se conoció a mediados de diciembre pasado, a través de una entrevista que le realizó la periodista Luciana Bertoia, de Página 12. Pablo había rendido la última materia del secundario que adeudaba el 30 de noviembre pasado: matemática, con un siete. Lo hizo a través del Plan Fines y a los 64 años. Recordó entonces, como sobreviviente de la Noche de los Lápices, que antes de ser liberado, un jefe militar (Sánchez Toranzo) le advirtió No vuelvas a la escuela

Reconoció que terminar la secundaria representaba una reivindicación con su historia personal y para con sus compañeras y compañeros secuestrados, torturados y desaparecidos en 1976: Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Daniel Racero, Claudio de Acha, Horacio Ungaro y Francisco Panchito López Muntaner”.

Pablo no hizo caso a las recomendaciones del militar de la dictadura y prosiguió sus estudios en el Colegio Don Bosco de La Plata. El pedido que le hizo un sacerdote salesiano (el padre Juan Velasco) era que no contara a sus compañeros qué le había pasado. Sin embargo, su historia trasciende igual. En ese tiempo se presenta a declarar ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), comienza a viajar de La Plata a Capital, termina el quinto año pero le queda como materia previa matemática de tercer año. La que pudo aprobar varios años después.

Lo que siguió en su vida fue una sucesión de hechos vinculados a la militancia por los derechos humanos, desde el Juicio a las Juntas hasta el lanzamiento de la película La Noche de los Lápices (1986) y una beca en el Servicio Universitario Mundial para poder dar testimonio. “La verdad es que en el trabajo nunca me pidieron el analítico, pero en un momento determinado sentí vergüenza. Pensé: en la fundación en la que trabajo estoy motivando a terminar la escuela secundaria para que ingresen a la universidad o a un terciario y yo tengo una previa. Me pareció meritorio hacer el esfuerzo para que mis compañeros de trabajo también sepan que yo estoy terminando la escuela al igual que ellos”, compartió en esa entrevista con Página 12.

Pablo vive hoy de manera muy sentida tener el certificado de la escuela secundaria, lo vive en memoria de sus compañeras y compañeros víctimas del terrorismo de Estado: “Se recibieron conmigo. Como los sostengo en las condenas o los contengo en el juicio y castigo a los culpables. Sí, se mezcla todo, pero el tema es que rindieron la última materia conmigo”.

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