Yo no sé, no. La sombra, la buena sombra, nos quedaba cada vez más lejos. Esa era la sensación que teníamos. Esa sombra que había en el balneario Los Ángeles, en Puente Gallego, a la que cuando éramos niños nos llevaban nuestros padres, no nos parecía tan lejos a pesar de que el 203 te dejaba a 500 metros maso y a que había que cargar con bolsos con bebidas, con algo para picar, la pava, el mate y hasta un trozo de hielo en una improvisada heladerita. O cuando nos llevaban a La Florida, a pesar de esas interminables cuadras por Pedro Núñez desde Rondeau hasta la escalera de la Flora. Pero cuando empezamos a ir solos (sin nuestros viejos) sentíamos que esas sombras nos quedaban lejos, salvo los días medio nublados en los que valía la pena esa caminata. Una sombra muy apreciada era la del gran eucalipto que estaba por Avellaneda (aún de tierra), cerca de una cancha de 11 que si bien no tenía mucho césped siempre estaba con una superficie parejita. A uno de los arcos, a eso de las 6 de la tarde le llegaba la sombra de ese gran árbol. Cuando había torneos, los que llegaban primeros disfrutaban de tener una sombra donde nos cambiábamos y preparábamos las bebidas como si fuera un vestuario con paredes y techo. Esa sombra, a pesar de que había que caminar de lo lindo, nunca nos pareció lejos. Mientras tanto, bajo las sombras de los árboles de frutas que estaban cerca del callejón, aún en la ausencia de frutas (ciruelas y duraznos) el perfume persistía. Pedro, cuando pasábamos cerca con Manuel (Cachota), José y Juanchila, se ponía una mano en la oreja, otra en la boca y, como si fuera el Sargento Sonder, gritaba: “¡Atención, atención! Jaque mate Rey dos, aquí Torre blanca. Estamos en zona de sombras perfumadas, acercándonos!”. Y cerca de ahí, en algún momento se hacían presentes las sombras de tres gigantes que eran las de las chimeneas de Acindar. Al contrario de las de los árboles de frutas, la sensación que nos daban estas era de sombras con sonidos. Algunos dirán ruidos, pero para nosotros eran sonidos a chatarra en proceso de convertirse, entre otras cosas, en alambres. 

A veces, cuando pasamos por Doctor Riva y la cortada del club Las Palmeras, a pesar del paso del tiempo y de tanta edificación, Pedro y algunos otros me dicen que respirando hondo se puede disfrutar de aquellas sombras perfumadas. Y aunque soy escéptico, a veces prefiero creer.

También prefiero creer que aún estamos a tiempo de salvar estas sombras de hoy que en algún lado del barrio están. Unas sombras nuevas, con perfumes y sonidos agradables. Sólo hay que encontrarlas y disfrutarlas.

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