Yo no sé, no. El último viernes de un febrero, que aunque lo quisimos estirar no pudimos, nos encontró con un presupuesto corto en los bolsillos así que la salida iba a ser cortita, hasta 24 y Lagos, donde a veces pasaban el partido de los viernes que venía por el 7 (la tele pública) o alguna pelea de box. Y una cosa muy importante: siempre nos alcanzaba para alguna cazuelita, ya sea de salchichas o de mondongo, y para las bebidas, casi siempre coca o naranja Fanta. Y alguna que otra vez, cuando se sumaba alguno que ya había cumplido los 18, pedíamos un porrón de Bieckert bien fría.

La mesa se dividía entre los de las cazuelita de salchichas por un lado y por el otro los de las de mondongo, y como si esto fuera poco: los que decían que ponerle naranja o coca a la cerveza era cosa de minas. Así comenzaba un bardeo más o menos tranqui en la previa. Ese viernes pasaron un partido de la Libertadores, esos que eran ásperos y más de una vez terminaban a las piñas y a las patadas a lo Kung fu, que no sabíamos si era en directo o una repetición. Igual nos enganchamos como si fuera en vivo, además la pantalla del tele de Pipo, que así se llamaba el bar, no era muy grande y todo en blanco y negro. Después pasaron una pelea por el título mundial y como no era de Locche ni de Monzón, mucho no nos interesaba. Luego pasaban una cantidad de carreras de caballos que a veces pensábamos que en ese momento, en alguna que otra mesa, se estaría apostando. Ya entrado el sábado, a las 2 de la mañana, no sé si por influencia de esas carreras, por el par de cervezas con naranja (que al final se impusieron) o porque detrás del tele la imagen de la botella de Legui no se podía evitar de ver, o todo eso junto, cuando apareció Cheneo, un amigo chaqueño que tenía cara para todo y además era mayor de edad, lo mandamos por la Legui que, dicho sea de paso, unificó la mesa y ya no había división. Después de convencer al dueño del bar o a uno de los mozos, no me acuerdo ni Pedro tampoco, encaramos el regreso caminando por 24 un tramo y otro por Biedma, por donde estuviera menos iluminado. No había que hacer bandera con esa primera Legui sin abrir.

Cuando íbamos llegando a Crespo por Quintana, nos sentamos en un tapialito, dejamos la botella en el piso y, en un momento, uno de nosotros gritó: “Miren el caballo, está corriendo en vivo”, señalando la etiqueta de esa caña dulzona. Unos dijeron que sí, que lo veían, y otros que no. Volvió por un rato la división. Un rato nada más, para cuando la botella estaba vacía, todos empezamos a extrañar la pantalla del tele de Pipo con imágenes de partidos, peleas y carreras, que había que adivinar si eran en vivo o en diferido, en blanco y negro.

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