La autora rosarina Lila Gianelloni, que recientemente publicó Camino a casa, reivindica al libro objeto: “Sobre todo en este país en el que se han enterrado y quemado, en algunos casos para protegerlos y en otros para hacerlos desaparecer”.

En noviembre pasado, Lila Gianelloni publicó a través de la editorial Obloshka su flamante libro de cuentos Camino a casa, que presentó en Rosario, en el Museo de la Ciudad, y en Buenos Aires. “Es como algo que uno dona, que uno da al universo y no sabe qué va a pasar y cómo va a ser leído. Pero sí sabe que desde el momento en que sale de la imprenta, deja de ser tuyo”.

Una música infinita

Lila nació en Rosario y recuerda que había muchos libros en su infancia. “Mi madre y mis tías estudiaron Letras. Mi abuela y mi abuelo eran muy lectores también. Vengo de una familia atravesada por los trabajos intelectuales, no manuales, entonces todo lo que tenía que ver con leer y escribir es lo que me tocó, lo que heredé”, repasa, y se explaya: “La literatura de ficción, que es lo que yo escribo, tiene infinitas formas de ser leída y cada una te descubre un mundo nuevo. Más allá de que uno sabe lo que manda al universo, y tiene que hacerse responsable y hacerse cargo, después aparecen otras lecturas y eso es lo más lindo”.

Respecto de su último trabajo, Gianelloni señala: “Me gusta la unidad y el cuento lo que tiene es justamente eso, que se vale por sí solo. En este caso son 14, en el anterior eran nueve y en ese sí tenían algo en común que era el personaje y el lugar. En éste no. Algunos son muy viejos incluso. Sí, hay una unidad, a veces sonora, otras de clima, de atmósfera, una especie de música. Me parece muy importante que haya una música, un ritmo en la lectura. Pero no hay un hilo que los conecte textualmente”.

“Me encanta leer en público y que se hagan lecturas públicas”, confiesa esta mujer a la que se le achinan los ojos cuando sonríe, y argumenta: “Me gusta escuchar historias, y sobre todo cuentos. Son como fotografías, como decía Cortázar. Es lindo ese momento en el que algo singular ocurre y merece ser contado”.

La primera impresión

A la autora de Mapamundi (Paisanita, 2018) y Lobo (Libros Silvestres, 2018) le fascina hablar de los libros como objetos preciados: “Me gusta mucho el soporte libro, que es algo muy viejo en el mundo, es de los artefactos más antiguos, incluso anterior a todo. De las cosas más antiguas que se reprodujeron mecánicamente está la escritura. Antes que la reproducción de la música u otras cuestiones artísticas estaba la imprenta”, dice, y agrega: “Y ese viejo artefacto a mí me sigue encantando. Me gusta tenerlos en mis manos, que sea un objeto amable, que no sea muy pesado para leerlo en la cama. Soy muy desprolija, los llevo a todos lados y los dejo en cualquier parte. Ahora hay otras lecturas, claro, las digitales, en las pantallas, pero son más resbaladizas. El objeto libro tiene tantas historias, en este país particularmente, en el que se han enterrado, escondido y hasta quemado, en algunos casos para protegerlos y en otros para hacerlos desaparecer”. 

En cuanto a sus primeras lecturas, Lila destaca “toda la colección de (José Bento Renato) Monteiro Lobato, un escritor brasileño extraordinario. Había una colección que se llamaba Mis animalitos de la cual todavía conservo un ejemplar y en la que Oesterheld hacía las ilustraciones. Y los clásicos infantiles. Alicia en el país de las Maravillas me causaba un miedo terrible y nunca la podía terminar pero me fascinaba a la vez. Y muchas historietas, me encantaban y me siguen gustando hasta hoy”.

Respecto de sus primeras incursiones en la escritura, Gianelloni señala: “Después del leer viene el escribir, o en realidad no se sabe qué viene primero porque los niños chiquitos se hacen los que leen, agarran un libro e inventan, se podría decir que hacen como que leen y escriben a la vez sin hacer ninguna de las dos cosas. Hoy me pasa eso, capaz que no estoy escribiendo pero escribo igual, en la cabeza. Invento todo el tiempo. Algunas historias pasarán al papel y otras quedarán ahí, en esa voz que te habla y que después uno elige qué quiere guardar. Por otra parte, no hice la carrera de letras, soy una escritora silvestre y me gusta esa idea, esa posición: prefiero el lado salvaje, no académico, de la escritura”.

Lila, que después de aquella infancia literaria desplegó una familia de artistas variados: su hijo mayor, Julio Franchi es músico, su hija María es actriz y Felipe, el menor, acróbata, al ser consultada sobre qué está leyendo por estos días, aclara que tiene una forma curiosa de leer: “A veces no los termino de leer porque no quiero que se terminen. Ya vi lo que tenían para decirme y temo que terminen mal. Por otro lado, releo mucho. Y me pasa que cuando viene determinada época se me viene a la cabeza algún libro en particular que tenga que ver con eso y me dan ganas de releerlo. Ahora, por ejemplo, con el carnaval, aunque no soy muy carnavalera pero me encanta porque los milicos lo habían prohibido y es una fiesta recuperada, y también por lo que significa en la historia las carnestolendas, que se quemaban las carnes porque no había heladeras ni forma de conservarlas, y por toda esa libertad que había, cortita pero necesaria, igualitaria, totalmente democrática, como dice la canción de Serrat (Fiesta), me gustaría tener a mano Corso, de Rodolfo Walsh, ese cuento tan gracioso del hindú del plumacho. La Eneida la leo y vuelvo a leer siempre y lo mismo me pasa con El corazón de las tinieblas. De ahí seguramente viene mi gusto por los cuentos, más allá de que las novelas son extraordinarias y uno hunde la cabeza en ellas, me encantan los cuentos, ese entrar y salir. Es como cuando tenés calor y te tirás a la pileta, y salís por el otro lado y seguís haciendo lo que estabas haciendo. Ese ratito ahí sumergida es maravilloso”.

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