A 45 años de la desaparición de Eduardo Héctor Garat, su familia pudo declarar por primera vez ante un tribunal. “Hemos esperado mucho tiempo este momento”, coincidieron su compañera Elsa y sus hijos Florencia, Santiago y Julieta.

Cuarenta y cinco años tuvieron que pasar para que la familia de Eduardo Héctor Garat pudiera declarar contra los genocidas que lo desaparecieron. Los vínculos que sus familiares supieron construir desembocan en una convocatoria masiva pese a que son las 9 de la mañana de un lunes. El público aplaude y llora al ver que por fin suben por las escaleras del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Rosario. Otro capítulo de la causa Guerrieri IV comienza cuando Elsa María Lilia Martín da testimonio sobre su marido desaparecido. Eduardo era abogado, padre de Florencia y de Santiago. Ella estaba embarazada de Julieta el 13 de abril de 1978, cuando lo llevaron por la fuerza tras haber bajado a buscar un taxi para una compañera que había decidido exiliarse con su beba. Mientras entran más sillas en una sala de anexo colmada, Elsa habla de la militancia de Eduardo: desde la Franja Morada –previo a su devenir alfonsinista– al ínterin en la Juventud Peronista para terminar en Montoneros.

Foto: Jorge Contrera

Mentira y cinismo, las dos caras de la impunidad

En pleno puerperio, Elsa inició el circuito de búsqueda y fue revictimizada por instituciones que le contestaban que su marido seguramente se había ido con otra mujer. O la respuesta típica: “Los van a soltar a todos para el mundial”. Nombra a otro secuestrado, Santiago Mac Guire, a quien habían amenazado: “Firmá la confesión, no hagas como Garat, que no firmó y lo hicimos boleta”. “El mensaje fue demoledor, pero al menos lo nombraban”, rescata sobre la declaración de Roberto Pistacchia, quien compartió celda con ambos y que en un rato homenajeará a Eduardo por haber animado a sus compañeros y preservado la esperanza en tiempos de cautiverio. Él pedirá insistentemente que haya “más tipos como Garat”.

“Yo me había propuesto tratar de venir acá y contar de la mejor manera posible los hechos para mantener la templanza”, comenta Elsa. “No sé si puedo mantenerla si hablo de lo duro que fue”, contrasta. Enseguida cuestiona que los desaparecidos no hayan tenido el derecho a ser juzgados como sí lo están teniendo estos acusados: Pascual Oscar Guerrieri, Jorge Alberto Fariña, Juan Daniel Amelong, Marino González, Ariel López, Juan Andrés Cabrera, Rodolfo Isach y Walter Pagano.

Evoca acongojada aquel silencio impuesto, “una carga añadida a todo lo que ocurría”. Ejemplifica con una actividad de la primaria en la que Santiago se negó a hacer el regalo para el Día del Padre sin especificar el motivo. Tramitar la presunción de fallecimiento implicaba renunciar a la investigación; y, luego de mucho renegar, el Colegio de Escribanos le otorgó la pensión correspondiente. “Hemos esperado muchos años este momento”, recalca. “Ya todos estamos de acuerdo”, opina en torno a lo que fue “un plan de exterminio”. Pero al instante se corrige para desatar risas en la sala: “Bueno, todas las buenas personas”. Por último, describe a Eduardo como una persona “muy querida, muy respetada, muy inteligente”. Hoy un aula en la Facultad de Derecho lleva su nombre. Desea que sepa que hizo lo mejor que pudo en la vida y con sus hijos. “Él hizo lo que estaba convencido que había que hacer”, reivindica. Y concluye: “Dio la vida por eso”.

De la Memoria colectiva a la singular

Foto: Jorge Contrera

Florencia Garat toma la posta que deja su mamá con la cita de una canción de Charly García: “Ya no quiero vivir así, repitiendo las agonías del pasado”. En el anexo se agitan tres abanicos en simultáneo cuando habla del carácter repetitivo de las audiencias, pero pone en manifiesto la singularidad que también porta la Memoria. Cuando secuestraron a su padre, a su madre le subió la presión y tuvo que adelantar el parto de Julieta, que nació el 19 de abril; a ella le dio fiebre. Elsa comenzó una relación con Jorge Elías; Florencia tenía miedo de que su papá volviera y no se pudieran encontrar, también temía que a Jorge lo llevaran a la guerra.

La hija mayor de Eduardo Héctor Garat no conserva tantos recuerdos cotidianos, aunque se acuerda de una sensación: tener que portarse bien y “no traer muchos problemas porque ya había demasiados”. En una jornada mundialista, su abuelo lloró durante un partido mientras Argentina estaba ganando. Su hermano cantaba “la Junta Militar sin igual” en vez de “la justa deportiva sin igual”, como rezaba el jingle de la Copa del Mundo. Florencia creció en silencio y en 1995 se unió a la agrupación Hijos, donde hizo escraches a genocidas, entre otras prácticas. En 2004, cuando cayeron las leyes de nulidad, desde Hijos fueron al Monumento Nacional a la Bandera a festejar. “Nadia –no me mates– llevó una botella de ginebra y brindamos”, celebra, mientras se dirige a la abogada querellante de la causa, Nadia Schujman. En un flashback a su infancia, comenta lo mucho que tuvo que explicar qué significaba “desaparecido”. Ahora trae una escena de su juventud: Mario Alfredo Marcote, condenado en la causa Guerrieri I, se había acercado a donde ella trabajaba como diseñadora gráfica para pedir que hiciera una tarjeta sobre su agencia de seguridad. Florencia materializó su lucha por la Memoria en obras plásticas publicadas en el Diario de los Juicios, un suplemento que acompañaba este semanario, y concibe a la justicia por las desapariciones como “un deber y un derecho”.

Foto: Jorge Contrera

Fue recurrente soñar con el auto de su padre viejo y mal estacionado, al que decidía llevar a la casa de su hermana para decirle que había que estacionarlo en un lugar mejor. Hoy elabora que ya es tiempo de dejar el auto de su papá bien estacionado. No es cursi, pero sabe que de su lado están “el amor, la creatividad, los movimientos y las preguntas”. Y del otro, solamente hay odio. “No pregunto qué hicieron con los restos por no dar más poder a quienes ya no lo tienen”, desafía. Se desmarca del pacto de silencio de los militares con el del amor militante. También agradece a su familia y aporta que los genocidas odian a las mujeres. “Este juicio llegó tarde. Tampoco está Juane, pero está”, declara sobre el emblemático referente de Hijos y uno de los fundadores de este periódico.

Son asesinos

La declaración testimonial de Santiago Ernesto Garat comienza por la figura de su viejo, nacido el 27 de noviembre de 1945. Eduardo estudió en el Nacional 1, tocaba el piano, era rosarino, abogado, docente, escribano y militante. “Nos costó muchos años saber lo que había pasado con mi papá”, lamenta su hijo luego de aclarar que “lo tenían marcado”. Repite el dato de Mac Guire, y agrega: “Entendimos que a mi papá no lo íbamos a ver más”.

“Tras cuarenta y cinco años podemos dar testimonios”, remarca. En minutos expondrá la lentitud de la justicia, que llegó a derivar en algunas impunidades biológicas. Cuenta cómo se tejieron las redes de Memoria, Verdad y Justicia; sitúa el comienzo de estos juicios en la llegada de Néstor Kirchner al sillón presidencial. También expone que los genocidas tienen derecho a defensa, pese a que sus abogados estén en este momento mirando los celulares en vez de escuchar sus testimonios. Estima que su papá estuvo en un ex centro clandestino de detención de la iglesia salesiana. “No podíamos hablarlo en la escuela”, declara y es interrumpido.

“¿Se puede callar, por favor, que estamos declarando? Es una falta de respeto a la Historia”, le exige Santiago Garat al imputado Juan Daniel Amelong. Segundos después, visualiza: “Este país sería muy distinto si no hubieran desaparecido a una generación”. Repudia el apogeo de la teoría de los dos demonios durante el gobierno anterior y denuncia que en la dictadura cívico-militar-clerical “hacían todo en la sombra”. “No sabemos el día que lo mataron, no sabemos dónde están sus restos”, profundiza.

“Silencio, por favor, estamos en una testimonial. Silencio”, le pide la jueza Mariela Emilce Rojas al imputado provocador.

Foto: Jorge Contrera

“La Justicia está en manos de ustedes”, apunta Santiago al tribunal. Sobre los delitos de lesa humanidad de los imputados, advierte: “Los siguen cometiendo porque se quieren llevar la verdad a la tumba”. “Crecimos como pudimos, tratamos de estar juntos. Somos familieros, amigueros, compañeros”, declara. “Soy periodista, hincha de Central, militante y papá de Camila”, enumera. Le aflige que su hija tenga que estar en esa sala escuchando el terror. “Para que se lleven adelante estos juicios luchamos muchísimo”, recapitula. “Yo quiero destacar lo que hicieron los sobrevivientes”, puntualiza y hace alusión a que testimoniar y reconocer lugares para reconstruir una “historia terrible” implica revivir el horror. Después hará mención a su militancia en Hijos y leerá un poema sobre los genocidas que publicó en su libro El sol era la pelota. Es aplaudido con euforia cuando mira hacia su derecha y remata el escrito: “Son asesinos. Son asesinos. Son asesinos, Amelong”. Nadia Schujman dice que el milico en cuestión estuvo tranquilo porque lo mandaron a la casa y una mujer de la sala de anexo exclama: “Está sentado entre los abogados en vez de estar en el banquillo de los acusados el genocida Amelong y eso el juicio lo está permitiendo”.

El pueblo que se abraza

En el Meet del juicio hay ocho cámaras prendidas entre las doce conectadas cuando llega el turno de Julieta Garat. “Fue secuestrado seis días antes de que yo naciera”, declara sobre su papá. Supone que fue asesinado en una sesión de tortura y cuenta que se preguntó a sí misma cómo iba a declarar ella si ella no lo había conocido, algo que siempre le pesó. “Mi propia historia no me pertenecía del todo”, reflexiona. Julieta cuenta que un primo le había sugerido que no le dijera “papá” a Jorge porque si Eduardo regresaba se iba a poner celoso. “No se lo dije más, aunque sí lo era y lo sigue siendo”, asevera. Ella sabía que era imposible que su padre volviera, aunque lo imaginaba.

Hay una tradición familiar de poner segundos nombres con la inicial E –Santiago Ernesto, Florencia Elsa–. Su madre y su padre habían barajado llamarla Julieta Eva, pero no llegaron a ponerse de acuerdo. Hay quienes la llaman así y a ella le agrada. Hoy quiere justicia y castigo a los culpables. Califica a la posibilidad de declarar como un triunfo, como una conquista de la lucha colectiva que encabezaron Madres y Abuelas; después Hijos y ahora Nietes. Es profesora de música y tiene tres hijos. “Mi mamá siempre me dice que soy parecida a mi papá físicamente y que me río a carcajadas de cualquier pavada, como él”, comenta al cierre de su testimonio, y concluye: “Nuestra revancha es ser felices”.

La familia de Eduardo Héctor Garat baja por fin las escaleras de tribunales y es recibida con un aplauso que se transformará en besos y emociones en cuestión de segundos. La multitud se turna para dar sus felicitaciones. “Está repartiendo abrazos”, dice una mujer mientras mira a Santiago Garat.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 01/04/23

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