Yo no sé, no. Esa tarde, Pedro llegaba al barrio con el interno del 15, cuyo recorrido era sólo por adentro del barrio Carlos Casado. Todo de tierra el recorrido y, aunque la Municipalidad se encargaba de regar esas calles, el fuerte sol de aquel abril de pocas lluvias provocaba un viaje polvoriento. Al bajarse del bondi, Pedro tenía dos cosas que lo preocupaban: una, que tenía en la cabeza sujetada con alfileres eso de “sujeto, verbo y predicado” que el lunes siguiente seguro iba a estar en la prueba que tomaría la de lenguaje. Y la otra, no llegar con ropa sucia ya que en esa semana corta pero intensa había que hacer buena letra porque cualquier desliz lo dejaría sin la posibilidad de ir a visitar a su madrina que siempre para el domingo de Pascuas lo esperaba con las típicas roscas y huevos de chocolate con alguna sorpresa. “No puedo ser el sujeto de ninguna sanción”, se repetía mientras caminaba ese tramo de Francia que era particularmente agradable por las dos cuadras sombreadas que iban desde Seguí hasta Biedma que le permitían pasar cerca de la casa de Marta, una compañera de la Anastasio que vivía por 24 y que, además de sus atributos físicos y su personalidad, todo lo de gramática lo manejaba de taquito.

Tanto a Pedro como a mí, dos sujetos que en lo gramatical no agarrábamos una, cuando la veíamos nos producía algo fantástico: se nos despejaban todas las dudas en todo lo referido a las reglas ortográficas. Cuando llegó a la tienda de Francia y Biedma, Pedro se acordó que ahí siempre se conseguían los más grandes alfileres que a él más de una vez lo habían salvado sujetando los pantalones nuevos de dos números más grandes que casi siempre le compraban. Entró y compró unos cuantos, todo por no esperar a que doña Maruca, que hacía arreglos en la ropa a los que llamaba anchuras, le solucionara esos desajustes en los vaqueros. Hablando de achuras, carnes y menudencias, cruzando la calle había un cartel con los precios que estaban sujetos a la baja, por lo menos un par de días: jueves y viernes, más por una cuestión de costumbre que religiosa. 

Pasando por ahí, luego de varías Pascuas y viendo que adonde estaba la tienda ahora se vende cotillón para fiestas, y que en las pizarras de enfrente los precios de carnicería no aflojan y parecen estar sujetos a la alza, Pedro me dice: “A veces extraño ese pedacito de Francia, esas dudas sobre la gramática, esos días de esas semanas cortas en los que uno era feliz”. Tras destacar que en el “uno era feliz” el sujeto es “nosotros”, Pedro, mirando a Francia que parece infinita, me dice y se dice: “Éramos y tenemos que volver a ser felices”.

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