Comenzaron los alegatos por el secuestro y el homicidio de Franco Casco, joven de Florencio Varela que fue visto por última vez con vida en la Comisaría 7ª. Su familia reclamó justicia en los tribunales federales de Rosario.

Diez vallas separan a la familia de Franco Casco de la de los homicidas en las afueras de los tribunales federales. Del lado de Franco están su papá, su hermana y su hermano; también militantes que reclaman justicia. Del lado asesino son menos: parientes cercanos y dos uniformados policiales. En ambos sectores toman mates, pero quienes buscan la impunidad permanecen en silencio mientras que quienes persiguen la condena montan un escenario, levantan fotos, lucen remeras de lucha y cuelgan banderas. Hoy, el ala homicida no se animó a desplegar el trapo que parafrasea: “Inocente colectivo”.

Dentro del edificio se invierte la cuestión. En la sala del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 hay acompañantes de los acusados y está la prensa que los apaña. En la sala de anexo, hacen contrapeso por la víctima de violencia institucional. Los alegatos, que tanto se hicieron esperar, inician a las 10:38 de la mañana de este miércoles 3 de mayo de 2023, pese a que la audiencia estaba programada para las 10.

Dos de los apuntados están ausentes por descompostura. Ramón Casco, padre de Franco, deja la sala de anexo para acercarse al tribunal. El fiscal Fernando Arrigo cuenta que hubo momentos en los que el hombre no declaró para evitar un sufrimiento mayor. Por eso, se optó por elegir los “medios necesarios para amortiguar la revictimización secundaria”. Los abogados querellantes coinciden “casi en su totalidad” con la fiscalía. 

Uno a uno, los imputados

Como coautores de los delitos de desaparición forzada de persona agravada por la muerte de la víctima y de imposición a una persona privada de su libertad de torturas seguidas de muerte, están imputados Diego José Álvarez, Walter Eduardo Benítez, Fernando Sebastián Blanco y Cecilia Ruth Elizabeth Contino en calidad de coautores.

El subcomisario Enrique Nicolás Gianola Rocha, el jefe de sumarios César Daniel Acosta, Cintia Débora Greiner, Marcelo Alberto Guerrero, Guillermo Hernán Gysel, Rocío Guadalupe Hernández y Esteban Daniel Silva son imputados por el delito de desaparición forzada de persona agravado por la muerte de la víctima, también como coautores.

A los agentes Romina Anahí Díaz, Belkis Elizabeth González, Ramón José Juárez, Rodolfo Jesús Murua, Walter Daniel Ortíz y Franco Luciano Zorzoli se los imputa por desaparición forzada agravada por la muerte de la víctima, aunque como partícipes secundarios. A Pablo Andrés Síscaro y a Daniel Augusto Escobar, de Asuntos Internos, se los enjuicia por encubrimiento agravado. Por falso testimonio, también es sometido a juicio Alberto Daniel Crespo.

La escena del crimen

El relato aterriza en el 6 de octubre de 2014, cuando Franco, joven de Florencio Varela, salió de la casa de su tía rosarina hacia la Estación de Trenes Rosario Norte. No conocía la ciudad y se topó con una “noche de cacería” de la Comisaría 7ª, sin reporte de su ingreso para hacer maniobras maliciosas: la tortura a Franco, el interrogatorio y el hostigamiento que lo obligó a firmar el acta. “A Franco Casco lo asfixiaron”, detalla el fiscal. Los testimonios de los muchachos que estaban detenidos esa noche relatan que él gritaba cada vez más fuerte, por lo que no pasó inadvertido. “Se notaba que no era del ambiente” por sus gritos desgarradores ante la feroz tortura.

Aquella madrugada, no solamente desaparecieron a Casco, sino que además se procuraron una coartada. Durante un corte de luz en la comisaría, sacaron el cuerpo, limpiaron las marcas de la tortura y lo tiraron al río en un “mecanismo antiforense”, antes de que comenzara la mañana de visitas. Como es habitual en las detenciones arbitrarias, los policías implicados quisieron implantar que se trató de una captura por “resistencia a la autoridad”.

La sala de tortura

El lugar específico donde se dieron las torturas es aberrante. El caso deviene como un síntoma de la última dictadura. Lo llaman “la jaulita”, “el buzón”, “el frízer”, “la celdita”, “el transitorio”. Es un sitio de olor nauseabundo, muy sucio, cuyas paredes están regadas de sangre y tienen mierda. Se usa para castigar y para torturar, es habitual para los arrojos transitorios sin causa cuando a los detenidos se los demora con la argucia de “averiguación de antecedentes”.

Aquel día, las líneas telefónicas de la jefatura no funcionaban bien y los fiscales no atendían los celulares. La versión de los agentes policiales indica que lo dejaron en libertad sin ninguna averiguación, en contradicción con las vastas pruebas obtenidas. Pero el acontecimiento mostró un “dominio policial de la escena”, donde el personal de la comisaría ni siquiera permitió que los presos le dieran comida a Franco. Cuando rogó que le dejaran tomar agua, la respuesta de sus torturadores fue arrojarle un balde de agua de veinte litros encima.

Pruebas del terror

Las declaraciones testimoniales de los internos exponen que los efectivos de las fuerzas de seguridad le decían: “Arrepentite”. En el marco de la golpiza atroz, insistían: “Te vamos a moler a palos”. Una mujer policía pidió que dejaran de pegarle porque se les iba a ir la mano. Pero la saña fue total contra Franco y otro le gritaba: “Callate la boca y decime cómo te llamás, te vamos a moler a palos”. “No te salva nadie”, gruñía otro más. A juzgar por los gritos y por los gemidos de Casco, los convictos opinaron que era un pibe ajeno al ambiente carcelario y que por eso no sabía que gritar y suplicar era contraproducente para mermar la violencia institucional con la que lo atacaron sin piedad. “No me peguen más, si ya me tienen detenido”, rogaba. “Callate, hijo de puta”, le respondió uno de los tantos cómplices. Un testigo dijo que jamás vio tantos policías frente a un detenido en “el buzón”. Otro aportó: “Cómo le pueden pegar a un pibe así”. A fuerza de puño y de palos, desfiguraron su cuerpo y le sacaron fotos que denotan las agresiones. Los testimonios de quienes estuvieron en contexto de encierro esa noche coinciden en que, por su forma de dirigirse a las autoridades, se notaba que jamás había estado en una comisaría. No hablaba con jerga tumbera y tenía tonada de otro lado.

Al momento del ingreso, un preso se alarmó porque Franco no paraba de gritar y su voz era parecida a la de un amigo suyo. Le preguntó si se llamaba Franco Godoy y él le contestó: “No, soy Franco Casco”. Hubo dos sesiones de tortura: golpiza, pausa y otra golpiza, con ataques más arteros. Los gritos desgarradores se transformaron en un silencio sepulcral. “No se mueve más, no se mueve más”, dijo un policía. “Bueno, dejalo ahí”, ordenó otro. Al día siguiente, nadie lo vio en la comisaría. Fraguaron su número de documento e hicieron un montaje para instaurar que había sido detenido y liberado esa misma noche. Los inculpados aportaron información falaz para desviar la investigación y para impedir el acceso a la verdad. Dieron respuestas evasivas y labraron actuaciones policiales falsas. Pero los internos escucharon los tormentos de Franco Ezequiel Casco y sus palabras fueron fundamentales; aunque, lejos de estar resguardados como testigos, fueron amenazados por los imputados para que no declararan.

Pasos en falso

Ramón se reincorpora al anexo cuando Fernando Arrigo comenta que en el caso hay hechos típicos penalmente y otros más específicos. No se reportó ningún incidente en el libro de guardia esa noche y la reconstrucción de los hechos se dio por los recorridos del GPS y por los llamados telefónicos de los uniformados. Fueron registrados arrebatos y piedrazos de hinchas de Rosario Central desde un colectivo cerca del Alto Rosario Shopping y un óbito en la vía pública por el que la policía no se detuvo y debió haberlo hecho de manera reglamentaria.

El resultado negativo del análisis de ADN dentro del patrullero sugiere que no lo habían trasladado golpeado y ensangrentado en el móvil, que no se resistió a la autoridad. Las lesiones en la comisaría terminaron con su vida sin dejar registros. Franco Casco fue víctima de privación ilegítima de la libertad desde el momento de su detención. “No fue una detención legal”, determina Arrigo. “El comisario dijo que lo detuvieron porque rompió la chaqueta y por tirar piedras”, profundiza. Fue utilizada la violencia física y verbal como método extorsivo. La antropóloga y magíster en criminología, Eugenia Cozzi, aportó que el pedido a los presos para que no contaran su verdad es un indicio de la “naturalización de la impunidad”.

Las agresiones habían comenzado en el patrullero. Los testigos escucharon golpes salvajes, gritos, su nombre y su apellido, su tonada, sus rasgos sonoros tan atípicos para el ambiente. Algunos llegaron a verle la cara a través de una ventana. “La jaulita” está frente a un calabozo que tiene una ventana de chapa. Uno de los internos exclamaba que dejaran de pegarle y la reacción de los efectivos fue ladrarle que hiciera silencio porque si no a él le iban a dar también.

Franco fue llevado a la cocina y fotografiado. Antes de este episodio, nada más había sido detenido una vez por un asunto que se resolvió a la inmediatez: tenía menos de 18 años y circulaba por la calle sin documento. Los presos opinaron que si hubiera sido “del ambiente” no se habría defendido de esa manera, sino que les habría hecho frente de otra forma a los canas: “Gritaba, lloraba, se quería ir”, narró un testigo. “Parecía que nunca había ido a una comisaría”, exhibió otro en sus declaraciones. “Decía que no tenía nada que ver”, agregó uno más.

Desentramado delictivo

A la hora del monitoreo en la comisaría, se retuvieron pertenencias para impedir que se tomara nota. Había un tarro de pintura y un televisor que difundía la foto de Franco Casco. Los privados de su libertad lo reconocieron: había sido verdugueado en “el frízer”. La policía estaba alterada y merodeaba, con obstáculos para hacer las entrevistas. Los imputados, que alteraron la información, no negaron la detención.

Para la fiscalía, el hecho está probado: Franco estuvo ahí y fue torturado. Los peritajes demuestran que hubo lesiones vitales, no post mortem. La causa de defunción fue asfixia; pero no por sumersión, sino seca y sin fractura. Se produjo una compresión toráxica o de las vías respiratorias, de manera que la fuerza para respirar rompió tejidos y provocó derramamiento de sangre, para desembocar en lo que el equipo forense llama “pulmón de lucha”. 

“El acta de libertad de Franco Casco es falsa”, asume el fiscal. Por último, enumera datos falaces contrastados con documentación que permiten reconstruir lo sucedido. La gran convocatoria para el inicio de los alegatos se fue apaciguando con el tiempo. El tribunal otorga un cuarto intermedio hasta mañana. El reloj acaricia las 15 cuando Ramón Casco baja por las escaleras de ese lugar donde también se juzgan genocidas, con la convicción de que sin justicia por Franco Casco no hay Nunca Más.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/05/23

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