En Rosario hay un barrio que no sirve para nada.

Tiene edificios todos iguales, pintados con tonos marrones opacos que recuerdan al dulce de leche vencido, cuando se pone viejo, feo, y ya no sirve para nada. 

Las viviendas tienen dos entradas, una que sirve, efectivamente, para ingresar, y otra, a unos pocos pasos y del lado de enfrente, como si se tratara de un reflejo, que no sirve para nada. 

Los edificios están desperdigados sin ton ni son por porciones de césped que se van alternando con porciones de tierra pavimentadas por donde pasan los pocos autos que frecuentan este barrio inútil. Las calles y las veredas van zigzagueando por el mapa, a veces doblan, a veces se encorvan, a veces se esconden. Construyen con vueltas y vueltas un montón de caminos que no llevan a ningún lado. Caminos que no sirven para nada. 

El barrio inútil está delimitado por calles y puentes que llevan a gente muy ocupada de acá para allá, los autos pasan como manchas de pintura en un paisaje estático, manchas descuidadas, hechas con apuro o sin querer.

El contraste con la velocidad de alrededor evidencia aún más la quietud e inoperancia del barrio inútil.

En este barrio el tiempo se vuelve pegajoso y se estira y a los rayos de sol les cuesta atravesarlo. Y una vez que lo logran y llegan a tocar la tierra, iluminan cansados, opacos, como cubriendo todo con una capa de polvo, y el barrio inútil se vuelve viejo.

Las brújulas y las aplicaciones de geolocalización no funcionan, los celulares pierden cobertura y en realidad a nadie le importa mucho comunicarse con la gente que habita el barrio marrón.

Todo parece empapado por un filtro sepia.

Los vecinos recorren el barrio como pateando el futuro para después. Pasean perros, se hamacan en las plazas, hacen filas larguísimas alrededor de la iglesia esperando en reposeras su turno para ser acariciados por el cura del barrio, van a la verdulería y hacen pintadas con aerosol en el piso, entre otras tareas inútiles.

Es muy fácil perderse en el barrio viejo e inútil. Las madrugadas oscuras, los mediodías transpirados y las tardes de lluvia se suceden unas a otras sin un sentido aparente, transcurren desperdiciadas, a nadie parece importarle lo que pasa en el cielo. 

Algunos valientes nos hemos aventurado a explorarlo, un poco por curiosidad, un poco por ese afán de recorrer todo lo que se muestra antiguo y atestigua el paso incesante del tiempo, el mismo interés que inunda las miradas de las personas que van de paseo a cementerios donde no enterraron a nadie. Eso, el barrio inútil recuerda un poco a los cementerios, con sus pasadizos eternos y su soledad inevitable, incluso cuando están llenos de gente por todos lados.

Si usted, querido lector, quiere ingresar al barrio viejo e inútil, tenga a mano algunas recomendaciones: antes que nada, cúbrase el alma con un chaleco antibalas.

Es común que al recorrer el barrio se le instale en el pecho una sensación de angustia. Pero no de una angustia como corresponde: dolorosa, paralizante, entera. Si no de algo más pequeño. Es probable que al caminar sienta como si se le hubiera clavado una espina molesta en el dedo índice de la tristeza. Algo así como lo que se experimenta al encontrar un huevo roto en la bolsa de los mandados. O lo que vive un aficionado un domingo a la tarde después de la derrota de su equipo. Por eso, para evitar llenarse el cuerpo de pedacitos de angustia, le sugiero que vaya bien protegido. 

Por último, debería poner especial atención en los habitantes del barrio. Es muy probable que al toparse con alguno sienta la necesidad de seguirlo. Tenga cuidado, los vecinos del barrio viejo e inútil son especialmente ágiles, saben aprovechar la ambigüedad de sus calles para despistarlo. Además, son persistentes en sus tareas que no sirven para nada, y a fuerza de ir aumentando, sin prisa pero sin pausa, la velocidad de su carrera, tenga por seguro que van a lograr darle la vuelta al mundo para acabar persiguiéndolo a usted. 

Así son los vericuetos del barrio viejo e inútil.

¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 1000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.

Más notas relacionadas
Más por Candela Robles
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

La universidad pública se defiende en la calle

En un intento de frenar la manifestación en defensa de la educación y la ciencia, el gobie