Yo no sé, no. “Andá a comprar jabón para la ropa”, le dijo la madre, y Pedro salió disparando para que le alcanzara el tiempo. Es que para las dos y media de la tarde había pintado un desafío en la cancha de Cilindro con un equipo que era un rejunte de los de Acindar con los de Carlos Casado. Se jugaría a esa hora porque desde las dos a las cinco la cancha estaba vacía. Si bien éramos todos amigos, algunos se pintaron la cara para el enfrentamiento. Cuando Pedro llegó a la esquina mirando el billete para el jabón y calculando lo que le podía sobrar, se acordó que en la casa hacía unos días había ocurrido un reemplazo, o refuerzo: a la tabla de lavar la ropa se le había sumado el primer lavarropas (uno robusto, de color blanco, medio movedizo y ruidoso), y aunque tenía la duda sobre qué jabón sería, si en pan o en polvo, siguió viaje para el lado de Francia y Biedma ya que por ahí había un forraje que aparte de alimentos para animales vendía jabón suelto en polvo.

Cerca del quiosco de Trillo (Biedma y Vera Mujica) vio a unas pibas comprando cintas blancas y azules y se acordó que en el acto del 25 en la escuela, que sería la semana siguiente, tenía que participar aunque aún no sabía de qué. Eso lo preocupaba porque era muy rubio, mientras que la mayoría de los patriotas de Mayo no lo eran. Mientras pensaba en la jabonería de Vieytes, donde según había leído las y los revolucionarios de entonces se reunían en forma clandestina, vio que en un almacén la Farruca estaba en oferta. Los corchos de esa sidra son los mejores, pensó. Además, en las últimas fiestas en su casa se había tomado la Real, que ya venía con un corcho que no era corcho sino un tapón de plástico. Cuando volvió con jabón en pan y en polvo suelto, los pibes le dijeron que el partido de esa tarde se había suspendido y se jugaría dos días más tarde. Ese cambio de fecha le venía bien ya que tenían que ver bien con cuántos iban a contar porque la cuestión era que venían medio dispersos.

Esa tarde aprovechamos para ir por un arregla pelotas, ya que las que teníamos necesitaban un par de puntos, y cuando pasamos a la altura del aromito, “un árbol con más de una propiedad curativa”, vimos a una piba que no conocíamos repartiendo algunas ramitas de dicho árbol a unas señoras, señores y niños. Ahí, Pedro me dijo: “¿Y si hacemos de esos dos que repartían escarapelas y otras cosas en la previa del 25?”. Al otro día, Pedro reventó sus ahorros, le pidió un préstamo a la hermana y fue por la Farruca. Mejor dicho, por ese corcho de la Farruca que sería quemado llegado el momento. A la noche, en su casa, mientras se miraba al espejo, se dijo: “Tengo que oscurecer más mi cara. Estaría bueno ser uno de esos dos que convocaban y repartían en la plaza aquel 25”. Y, acomodándose el pelo, concluyó: “Y también tengo que conocer a esa piba que repartía ramas de aromito y sonrisas”.

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