El planeta hermano sigue transformándose en un agujero, cavan desde todos lados buscando los minerales que el tiempo fue relacionando. Desarman las moléculas, desechan lo que las liga y esperan encontrar pureza allí donde la entropía reina.

En otro canal aparece la pibita del momento, en bombacha o culotte como ahora parece que siempre se llamó. No se entiende muy bien lo que quieren vender. Aros, perfume, ropa o una pastilla que no sería un placebo.

La piba se pasa la uña por el cuello y me mira. Si no fuera porque es en la tele me sentiría bajo amenaza. Esboza un beso, saca la mano y se cambia de canal.

Mi dedo presiona el botón del control remoto. No pasa nada, quizás el control es más remoto de lo que esta habitación abarca.

Muerdo el control hasta casi romperme la dentadura pero la cosa sigue igual. La piba sigue con sus gestos provocativos y agresivos y yo no hago más que mirarla, a ella y al control, alternativamente. Se pasea por los canales deportivos, el noticiero y los dibujitos, siempre igual, pero al parecer sus coterráneos momentáneos no se ofuscan por su presencia. Para ellos es parte del paisaje, un elemento más de la normalidad en la que habitan.

Me miro en el espejo y ahí está ella, me pregunta si quiero tomar algo, bailar o jugar algún juego. Yo a todo le digo que sí con la cabeza. Me doy vuelta y estoy del otro lado del vidrio golpeando con mi uña la pantalla.

La piba agarra el pica pica del segundo cajón de mi casa de la tele, como si supiese perfectamente dónde está cada cosa. Saca un frasco de fuera de campo y arma un porro como los de las películas cómicas de adolescentes, esas que son como un olmedoyporcel pero más jóvenes.

Prende el troncho y me echa el humo a la cara. Así varias veces. Tiene un olor muy rico y picante y, por lo que ella me fuma, pega para arriba. Debió costar su buena moneda, seguro tiene un nombre propio como AK47, Mátrix o Paraná Flash, como en las pelis de narcos.

Se me llena el pelo de olor a marihuana, pero del otro lado de la tele seguro que piensan que es algún efecto especial o que la actuamos bastante creíble.

Los ojos se me ponen rojos, empiezo a toser y reir. Y eso que la que fuma es ella. Ella se va y viene. Ya ni sé por qué canales anda. Trae olor a protector en el cuerpo y se la nota algo mareada.

Se estira para cambiar de canal y desaparece.

Me pego una ducha, me pongo desodorante, crema, perfume. Chequeo las redes sociales y encaro en bici para el laburo. Un asunto en el planeta hermano de un tipo que chocó un pibe que se mandó a buscar la pelota sin mirar a ambos lado y la familia pide justicia. Después está la de siempre, chequear si hay alguna verdadera novedad entre todas las cosas que llamaremos noticias. Parece que sí, pero no. La onda esa que surgió en Asia ya fue procesada y se venden cursos online para hallar a Dios o a una misma o lo que fuese. El tipo ese que se intoxicó con tinta de calamar e inició la fiebre tísica azul resultó que no era resultado de ningún desarrollador de armas químicas. La rotisería a la vuelta de su casa no tenía bien el freezer y el tipo ni calentó la comida.

Me deslogueo, cierro todos los programas y me pongo la campera. Doscientas cincuenta pedaleadas después estoy en casa.

El chico chocado, en silla de ruedas motorizada, me trae unos ravioles de salmón con tinta de calamar.

Enciendo la tele y la piba enciende el faso. Está más bronceada y con el pelo violeta. Me convida pero yo le hago que no con la cabeza. No me gusta, todo eso de las drogas hace mal al organismo y a la sociedad.

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