Inquietante, por su identidad desconocida y también movilizadora, “la chica del palo” –capturada por la lente del fotógrafo Carlos Saldi en 1969– sigue interpelando la memoria de las luchas pasadas a la vez que apuntala las disputas que construyen el futuro.

La foto de la joven que corre cargando un listón de madera de tres metros, con lentes de sol, minifalda y mocasines con taco se ha constituido como el ícono del Rosariazo. Una imagen en blanco y negro capaz de condensar un acontecimiento que marcó a fuego la historia rosarina y la consagró como ciudad rebelde. Si bien la escena corresponde a la segunda etapa de los Rosariazos, fue adoptada a partir de la primera década del siglo XXI como emblema de aquella gesta popular que enfrentó a la dictadura de Juan Carlos Onganía durante los meses de mayo y septiembre de 1969.

¿Alguien la conoció? ¿Qué fue de toda esa energía militante? Son algunas de las preguntas que surgieron desde que la imagen de “la chica del palo” –tal como fue bautizada por la diseñadora Florencia Garat– empezó a correr. La foto del reportero gráfico Carlos Saldi para la revista Zoom –de la que fue cofundador– se exhibió en 1999, junto a otras de esa misma serie, en el Centro Cultural Parque de España. Pero recién trascendió de los archivos especializados a un público más amplio tras el fallecimiento del reportero en 2004, cuando las copias de sus fotografías de los Rosariazos fueron donadas al Museo de la Memoria. Desde entonces circularon en diversas muestras, fueron digitalizadas y volaron por internet. 

En adelante, con cada aniversario de aquella insurrección popular la imagen se fue haciendo cada vez más famosa. Cuando se cumplían 40 años del primer Rosariazo apareció pintada en una veintena de paredes de la ciudad con la técnica de esténcil. Muchos de esos muros estampados no existen más ya que fueron demolidos o repintados. La imagen ícono se reprodujo mediante grabado, serigrafía y múltiples métodos gráficos. Luego, aparecieron nuevas versiones que le agregaron fuego, la colorearon y la estilizaron a través de diferentes y personalísimos trazos.

Aquella escena registrada en la intersección de Mendoza y Mitre implica un fenómeno transmedia vinculado a la “cultura participativa” y la “inteligencia colectiva” que caracteriza a las plataformas de comunicación contemporáneas. El hecho de que esta imagen se haya establecido como signo de los Rosariazos se debe más a la lógica viral de internet y las redes sociales que a su exhibición en muestras y museos.

Foto: Carlos Saldi

Una narrativa transmedia implica diferentes soportes que funcionan como portales de acceso a un mismo universo, en este caso el de los Rosariazos de 1969. Así fue que la foto de un acontecimiento histórico devino postal, murales efímeros, figuras en 3D, instalación museística, bijouterie, accesorios, tatuajes, videojuego y un largo etcétera.

La trama del suelo de adoquines y las múltiples líneas de fuga le otorgan un fuerte dinamismo. En el fragor de la batalla callejera Carlos Saldi logró componer una imagen muy potente. En el ángulo inferior izquierdo un riel de tranvía parece fugar en el mismo sentido que el puntal que carga la joven, lo mismo sucede con las líneas de la mampostería de la casona que se ve en la esquina, donde actualmente funciona el bar Homero. La chica parece levitar sobre el empedrado, sus pequeños pies apenas tocan el suelo. En la escena, todos y todas miran prácticamente para el mismo lado, que es hacia donde se dirige a la carrera esta mujer, como buscando un punto de escape ante la opresión del régimen imperante.

La cobertura gráfica realizada por Saldi ganó el primer premio de la Federación Argentina de Fotografía en la categoría monocromo (blanco y negro) en 1970. También obtuvo reconocimiento por parte de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa), en un hecho inédito, ya que hasta entonces no había antecedentes de premiaciones por fuera de la capital federal.

¿Qué puede una foto?

“La fotografía no se limita a reproducir lo real, sino que lo recicla”, dice la escritora Susan Sontag, y la cantidad de usos y reutilizaciones de esta imagen es inmensa. Todas esas apropiaciones y reversiones, realizadas por ilustradoras, diseñadoras y diseñadores, le terminan de conferir el carácter de ícono.

Un ícono es un tipo de signo particular y, como señala el padre de la semiótica moderna Charles Sanders Peirce, se vincula con la cosa representada porque se asemeja a esa cosa. El ejemplo más común son los dos signos de los baños de hombres y de mujeres, imágenes simples y fáciles de identificar, en las que por heteronorma la mujer es la que tiene vestido y el hombre pantalón.

Otro tipo de signo es el índice (index) que no es otra cosa que la marca que deja la cosa representada, como las huellas, donde la conexión entre significante y significado es física. Y un tercer tipo es el símbolo, donde la conexión es cultural e histórica, como en el caso del significante paloma que representa la paz.

Luego Roland Barthes, otro semiólogo, dirá que las fotografías son simultáneamente ícono, símbolo e índice. El valor icónico será por su semejanza a lo fotografiado, el simbólico porque representa algo para alguien según su contexto cultural e histórico, y también será un index porque es la huella que queda en una superficie fotosensible, como la película fotográfica o el sensor de las cámaras digitales.

Foto: Jorge Contrera

El retrato de la miliciana de Waswalito, del reportero gráfico Orlando Valenzuela, es un ícono de la Revolución Nicaragüense. Esa mujer con el fusil al hombro amamantando a su bebé está en postales, posters y también en tatuajes. En las fotos del mayo francés –que aconteció un año antes que el primer Rosariazo– también aparecen mujeres al frente de las movilizaciones. Por otro lado, el Cordobazo –que es posterior al primer Rosariazo– está representado por las columnas obreras que marchan encabezadas por Agustín Tosco, aunque con escasa presencia femenina.

Las luchas por la memoria, la verdad y la justicia y contra la impunidad de la última dictadura cívico militar son los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo. La insurrección popular de diciembre de 2001 tiene unas cuantas imágenes icónicas, muchas de ellas registradas por Sub, una cooperativa de fotógrafos conformada entre otros por Nicolás Pousthomis, un discípulo de Carlos Saldi.

Si bien –como señalan desde el Museo de la Memoria– “en los procesos históricos las mujeres fueron relegadas”, son muchas las fotografías que dan cuenta de su participación activa “en una sociedad que asigna roles de participación diferenciados”.

Gente del palo

El pasado viernes 19 de mayo, en el Museo de la Memoria, se desarrolló una muestra titulada “Lxs chicxs del palo”, en la que las artistas gráficas Florencia Garat y Rocío de Zavaleta y este cronista, participaron de un conversatorio con la licenciada en Ciencia Política Alicia Acquarone. La charla fue moderada por Joaquín Gómez Hernández, curador de la exhibición que reunió trabajos de las mencionadas artistas y también de Julián Sileiko y Flavia Cisera.

La muestra incluyó además una performance a cargo de Germán Gentile, Diego Stocco, Malena Masuelli y Yoe Kueta, quienes, emulando a la chica del palo, corrían sobre una cinta ergométrica cargando un tirante de madera. Además un improvisado estudio de tatuajes se encargó de estampar la imagen de la protagonista de la foto de Carlos Saldi en la piel de los y las asistentes que llegaron temprano al museo de Moreno y Córdoba.

La conversación fue un diálogo intergeneracional y hasta interdisciplinario, en la que hubo reflexiones en torno al arte gráfico, su dimensión política, las militancias y las disputas de sentido. La profesora Acquarone, con el rigor y la acidez que la caracterizan, se encargó de describir el contexto histórico en el que sucedió aquella revuelta local que cimentó el fin de un gobierno de facto. A continuación las artistas brindaron detalles sobre sus trabajos inspirados en una imagen épica de aquel acontecimiento. 

Florencia Garat contó que cuando se recibió de diseñadora gráfica en 1995 empezó a militar en Hijos Rosario y se hizo cargo de la comunicación visual de la agrupación. Así fue que entre encuentros regionales y escraches, confeccionó volantes, afiches y una publicación, entre otros materiales. Entonces llegó la anulación de las leyes de impunidad, un reclamo sostenido por las organizaciones de derechos humanos que fue concretado durante el gobierno de Néstor Kirchner. 

Fue así que desde 2006 Florencia se dedicó a investigar diferentes fuentes para reconstruir las historias de vida de los detenidos-desaparecidos y de este modo colaborar con el primer juicio por crímenes de lesa humanidad que se realizaba en Rosario.

Foto: Jorge Contrera

En 2009 la conmemoración del 40 aniversario de los Rosariazos coincidía con el inicio de la causa Guerrieri I. En mayo de ese año, con el estreno de la película Los Rosariazos del realizador Charly López, Florencia se encuentra por primera vez con imágenes en movimiento de su padre, el abogado y militante montonero desaparecido Eduardo Garat. “La imagen de mi papá corriendo por la esquina de lo que hoy es el Museo de la Memoria, que en ese momento era el Comando del Segundo Cuerpo (de Ejército) fue un acontecimiento muy significativo”, dice la diseñadora.

“Me sentí identificada con la figura de esa mujer, por todas sus posibilidades estéticas, porque tiene ese pelo hermoso, la minifalda, el cartel de la peluquería de fondo, todo lo que tiene esa foto es hermoso”, cuenta Florencia y agrega que “fue muy significativo sentir que en esa escena en la que ella corre, mi papá también estaba corriendo en alguna otra parte de la ciudad”.

Por su parte, Rocío de Zavaleta contó que “la obra Les chiques del palo fue originalmente hecha para la calle en una «pegatiniada» que se realizó el pasado 24 de marzo acompañando unos afiches que tenían como fin difundir los juicios de la causa Guerrieri IV que se están llevando actualmente en Rosario”.

“Al signo de «la chica del palo» lo tomamos como un guiño a nuestra compañera Flor Garat, que tenía que participar con su testimonio en esos juicios (…) Entonces, como una manera de acompañar desde el dibujo y de tender redes de sostén y ternura feminista y transfeminista, la idea fue tomar la figura y multiplicarla, como para sostener esa idea de red por un lado, y por otro lado, reflejar de manera ampliada las identidades que están en la calle luchando por la ampliación de derechos en general”, cuenta la artista plástica e integrante de Cuadrilla Feminista.

La muestra, señalan desde el Museo de la Memoria, “fue el puntapié inicial de un proceso que finalizará en septiembre con la instalación de una intervención urbana permanente en la esquina de Mitre y Mendoza”, locación del acontecimiento histórico que supo capturar con su cámara Carlos Saldi. 

De este modo, Rosario que es reconocida como la ciudad de las chicas más lindas saldará una deuda reconociendo a una de las tantas mujeres luchadoras –y anónimas– que transitaron sus calles y siguen marcando el camino para las futuras generaciones.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 27/05/23

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