Yo no sé, no. La obra del 25 se hacía en el salón de actos de la Anastasio Escudero, y Pedro sabía que la piba de barrio Acindar que tanto le gustaba haría de mazamorrera. A él le tocó interpretar a Mariano Moreno, aunque interpretar quizás es mucho decir pues no le dieron letra, ya que sólo estaría callado al lado de Cornelio Saavedra. Mientras tanto, esos días previos, en su familia y en tantas otras del barrio, las preguntas recurrentes eran ¿dónde está esa olla grande, la negra? Un negro que Pedro no sabía si era de un fierro del tiempo de la colonia o de un tizne de tantos fueguitos y que nadie quería sacar. Y la otra pregunta era ¿qué le ponemos al locro?, si patitas de chancho y carne de vaca o algo de pollo para hacerlo con mucho caldo, tirando a guiso.

Estando en la cancha de Cilindro, un par de días antes del 25, el partido arrancó con los que había y de pronto éramos 11 contra 11. El medio campo nuestro lo manejaban tres: Carlos de 5, el Gatito o el Beto de 10 y por ausencia del titular –que era Raúl– en la posición de 8 jugaba Pedro. Raúl era de hablar mucho en el partido, así que Pedro también lo tenía que reemplazar en eso. Sin embargo, estuvo con la boca cerrada, como ya interpretando al Mariano Moreno que en el acto estaría callado.

Terminado el partido fuimos por un par de tragos de agua de la manguera de esa vecina de Centeno que regaba sus plantas y la vereda. Pedro, al ver su jardín tan florido, le preguntó: ¿Oiga doña Marta, no tiene entre tantas plantas una que tenga la flor de la canela? Nadie entendió el porqué de la pregunta. Lo que pasaba era que él estaba pensando en la mazamorrera del acto del 25.

Cuando llegó a su casa le preguntó a su madre si para el 25 le hacía mazamorra como postre. “Según cómo te portes”, le contestó. Más tarde, cuando lo mandaron a buscar un cucharón a lo de doña Alba, que vivía por la cortada, vio al abuelo de Cacerola, un morocho robusto y con muchos 25 en el lomo. Le preguntó: ¿Oiga jefe, cómo hace el locro: con mucha patita de chancho o más bien medio flaco, con algún que otro caracú? “Con todo”, le respondió el abuelo, “o con lo haya”.

Esa noche, ante su insistencia, la madre le hizo arroz con leche con canela. Mirando el tazón humeante que le sirvieron, pensó que ese aroma a canela, sumados a los de las ennegrecidas ollas que pronto atravesarían el barrio, era un perfume a Patria.

Al otro día, en el acto del 25 en la Anastasio Escudero N° 799 (el 99, los hermanos) Pedro estaba en silencio al lado de Cornelio mirando a la mazamorrera. Está más linda que nunca, pensó. Se moría por decir algo, pero se quedó callado, respetando el libreto. Terminado el acto, de camino por Acevedo y Francia, ante un grupo de amigos en el que estaba la piba que le gustaba, Pedro dijo –como interpretando al Moreno que se imaginaba– “Compatriotas, la Patria está tiznada por un fuego que debemos reavivar, como este día donde se reavivó ese sueño eterno”. Y mirando a la que había hecho de mazamorrera, de sonrisa tan linda en ese momento, dijo: La Patria viene tiznada y con perfume a canela.

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