Las muertes de niñas, niños y adolescentes en manos de la narcocriminalidad, las balaceras y amenazas a las escuelas en Rosario son hechos tan frecuentes como inéditos en la historia de esta democracia ¿Cómo afectan estas situaciones de violencia a la salud de docentes y estudiantes? ¿Se puede aprender con miedo? La psicóloga Ana Maschio alerta sobre la urgencia de ganarle al silencio, de apelar a la palabra para no naturalizar lo que pasa. 

Ana Maschio es docente de la Cátedra de Intervenciones en Niñez y Adolescencia de la Facultad de Psicología (UNR), además de integrar el equipo interdisciplinario de la Escuela Especial N°2006 y ser una referenta del Forum Infancias. 

En charla con El Eslabón, Maschio remarca la necesidad de que lo que pasa “no quede silenciado”, para no acostumbrarse a convivir con la violencia y la muerte. Es entonces cuando enfatiza en la función irrenunciable que tiene la escuela de mostrar otras visiones, de hacer circular la palabra. 

Desde su lugar de especialista en trabajar con las infancias y las adolescencias, marca la responsabilidad de cuidado que tienen las personas adultas, sean docentes o padres, y de alguna manera –más allá del temor que también los atraviesa– llevar tranquilidad a los niños.

Foto: Jorge Contrera

—Muertes de niñas, niños y adolescentes, balaceras y amenazas a las escuelas, además del temor creciente de pensar “cuándo nos toca a nosotros”, ¿cómo afectan todas estas situaciones de violencia a docentes y alumnas y alumnos?

—Sabemos que la violencia que nos está aquejando como sociedad repercute en la salud de los docentes y de los niños y adolescentes. Produce un deterioro generalizado y aparece de distintas maneras, como intolerancia, inestabilidad emocional, incluso de inestabilidad frente a los compromisos laborales, porque de hecho esta semana hubo escuelas cerradas y docentes que no pudieron ir a trabajar, alumnos que no pudieron ir a la escuela. Lo que se instala, y afecta directamente a la salud de niños y adolescentes, es una dificultad para el diálogo. Y cuando no hay posibilidad de diálogo lo que nos sucede como sociedad y como sujetos es que nos quedamos encerrados en nuestra propia individualidad. Y ahí es donde gana terreno lo que está detrás de esto, el narcotráfico y los hechos ligados a lo delictivo. Esto lo sienten más los niños, porque lo que les asiste como niños es ese derecho de ser cuidados por otros, por quienes los preceden en el tiempo, por las generaciones anteriores. Los chicos quedan sin la posibilidad de ser cuidados por un otro adulto.

—Marcabas también distintas situaciones de vulneración de derechos:: a ser cuidados, a ser protegidos, a estar en la escuela, a trabajar…

—Son todos esos derechos los que se vulneran. Y pensando en los niños y adolescentes, al derecho básico que tienen, que es el derecho a reclamar una educación. Por eso digo que la violencia toma estas formas que coartan las posibilidades de diálogo y de construir vínculos a nivel social. Quedamos muy solos y en el momento que se está inmerso, en esta situación que es traumática, a lo único que se puede apelar es a sobrevivir. Entonces pasa eso de preguntarse “cuándo me va a tocar a mí”, “cuándo le va a tocar a mi escuela”. Y esto tiene efectos muy negativos. Lo otro que sucede es que el adulto está en la misma situación que el niño, no puede garantizar nada, tiene el mismo miedo. No es la situación del adulto que ayuda al niño a que simbolice los miedos que son propios del crecimiento. Aquí el adulto está tan temeroso o más que el propio niño. Y el otro que sería el Estado aparece como un Estado inoperante o impotente. Realmente es como un encierro en uno mismo que habla de esta violencia tan exacerbada que estamos viviendo. Esto no se debe traducir en que estamos en un plano de igualdad. No podemos relegar nuestra función como educadores ni como criadores. Esta es la responsabilidad intrínseca del adulto, ocupe el lugar que ocupe, sea docente, sea padre. Esta diferenciación de roles y esa asimetría de algún modo produce un poco de tranquilidad en los niños, que lamentablemente están viviendo esta realidad tan dura. 

—Es la misma responsabilidad del cuidado que de algún modo debe tener el Estado con la sociedad. 

—Exacto. Esa responsabilidad es la que no se puede delegar. Hay un psicoanalista que siempre nombro, Leandro de Lajonquière, que dice: “La renuncia de los adultos al acto de educar es una forma de infanticidio simbólico”. Es una frase muy gráfica.

Foto: Frente de Trabajadorxs de la Educación

—¿Se puede aprender con miedo? ¿Se puede garantizar un aprendizaje?

—Es muy difícil. Estamos encontrando situaciones todos los días de violencia que están apareciendo otra vez muy fuertemente dentro de los mismos grupos de estudiantes de todas las edades, de primaria, de secundaria. La intolerancia ante cualquier diferencia, la intolerancia entre los adultos, como la de los padres con los docentes. Hoy el aprendizaje está en un segundo plano. La escuela se ofrece más como un ámbito donde se trabaja más fuertemente por la socialización, porque los chicos no pierdan ese vínculo con la institución, a pesar de todas esas situaciones que las sacuden. 

—¿Qué puede hacer la escuela ante esta realidad?

—Cuando uno piensa en la violencia piensa en el grito, en el golpe, en la cosa muy visible. Pero también hay una forma de violencia que puede generar los mismos efectos negativos que esta primera forma y que es el silencio. Del bastión que se tiene que agarrar la escuela es la apelación a la palabra, que esto no quede silenciado, que no lo naturalicemos. Porque lo que sucede es que cuando la violencia y las muertes, las amenazas, las balaceras son tan permanentes en el tiempo y tan presentes en el día a día, uno se va acostumbrando al dolor del otro mientras le toque al otro, y ruega que no le toque a uno mismo. Se va generando como una cáscara de una defensa, precaria, que no contribuye, porque lo único que genera es más aislamiento. La escuela hoy recupera y revive esta función esencial que tuvo siempre que es hacer circular otra palabra, hacer circular otras visiones y contribuir a que los jóvenes sepan que siempre hay una posibilidad de elegir, que no están condenados por ninguna circunstancia a repetir el camino que otro le marque o le diga que tiene que hacer. Es lo fundamental porque es recuperar también las marcas de ciudadanía que tiene la escuela. Si no podemos construir un lazo con el otro, si no hay empatía, si no hay respeto, si no hay posibilidad de escucha, no hay sociedad posible.

Juguetes bélicos

Ana Maschio pide poner atención sobre la vuelta de los llamados juguetes bélicos al ámbito de las escuelas, aún en el nivel inicial. Apunta que hacía un buen tiempo que “estos juguetes vinculados a lo bélico no tenían tanta presencia” en las escuelas. Mucho había contribuido la propaganda difundida para que no se consumieran. “Pero ahora, otra vez aparecen, tienen mayor presencia, incluso en el jardín de infantes”, dice.

La educadora pide poner el foco en esa advertencia y explica que “con los videojuegos, las armas, los tiroteos, la conquista del territorio quedaron en las pantallas pero ahora todo eso volvió a aparecer en las aulas”.

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