Estas últimas semanas, las escuelas de la ciudad de Rosario y Gran Rosario han sido el blanco directo de múltiples amenazas y de diversas manifestaciones de violencia. Balas en las puertas, en los frentes y la circulación de mensajes, audios y videos han generado pánico y temor en toda la sociedad en general y en la comunidad educativa en particular, poniendo nuevamente a las instituciones educativas en la mira.

Se han suspendido jornadas, custodiado las entradas y salidas de estudiantes, modificado horarios y, en algunos casos, las familias han optado por interrumpir el envío de les pibes a clases, favoreciendo así el impulso de acciones de aislamiento y reclusión, en las que los medios de comunicación y las redes sociales han jugado un papel central.

Las imágenes que sistemáticamente llegan a nosotres nos hablan, no sólo de lo compleja que resulta la vida en una ciudad sitiada por el incremento de la violencia, sino también abonan al desarrollo de miradas que plantean que las escuelas ya no son los espacios para las infancias y adolescencias, y que estás se han tornado inseguras y peligrosas.

Las balas y amenazas han materializado, de alguna forma, el deseo de quienes insisten en que la escuela debería desaparecer, argumentando que son obsoletas, que les estudiantes pierden un tiempo valioso allí, que no cumplen ninguna función de importancia social y ahora además se suma que quienes asisten pueden perder la vida en cualquier momento.

Sin tratar de sacar conjeturas erráticas o análisis apresurados, considero necesario, en tiempos de tanta violencia organizada, aportar algunos elementos que nos permitan pensar, que nos posibiliten interpelar las complejas realidades que atravesamos.

Sabemos que, más allá de las críticas y cuestionamientos sobre sus roles, alcances y posibilidades, hay en cada territorio, en cada barrio, una escuela que cotidianamente abre sus puertas, que ofrece, en diferentes turnos y horarios, una propuesta distinta a lo que sucede allá afuera.

Se trata de un espacio-tiempo de posibilidades que da lugar a que niñes y jóvenes asuman roles distintos, que algo del orden del deseo, del interés se ponga “sobre la mesa” y se comparta.

Ante todos los pronósticos vaticinados, las escuelas hoy son ámbitos de referencia y de encuentro que ofrecen, en palabras de Simons y Masschelein (2014) un tiempo libre y “suspendido” del afuera, que da cuenta no sólo del resguardo, sino de un interés puesto en las generaciones más jóvenes.

Sin pretender concebirlas como islas o torres de marfil, las escuelas proveen otras herramientas de las que ofrece el mercado productivo, tanto legal como ilegal, otros códigos y lenguajes que pretenden, en palabras de Antelo y Alliaud, otorgar “guías para obrar en lo sucesivo”.

Las lógicas que allí se tejen muestran, a quienes las transitan, que existen otros mundos y futuros posibles, que es posible pensarse más allá de los recorridos y devenires pasados y presentes. La escuela advierte, aun en condiciones adversas, que los destinos no están definidos ni prefijados, que no existe para cada une un resultado final o una crónica anunciada.

Se ofrece allí un momento para el juego, para la experiencia y para el encuentro con otres, algo que parece escaso y banal si se lo compara con los saberes que aportan los circuitos delictivos o narcocriminales. Pero, atendiendo a todo lo que sí ocurre en ellas, es posible advertir que las balas no han apuntado a un lugar cualquiera, no han escogido azarosamente a las escuelas para montar sus escenas, para hacer concreto el despliegue de un espectáculo de terror.

¿Por qué entonces aparecen las escuelas como objetivo de amenazas y de acciones violentas? Sin intención de arrojar hipótesis cerradas, es interesante pensar qué sucede hoy con las escuelas y qué lugar ocupan las mismas en los registros e imaginarios de la gente.

La representación que les habitantes tienen sobre los saberes que la escuela imparte están asociados a que estos “son importantes” para la vida: leer, escribir, hacer cuentas, jugar al fútbol, compartir con otres, es decir, un ámbito que propone y dispone un hacer distinto y al parecer disruptivo del orden vigente.

El acto de profanación que realizan las instituciones educativas, esto es, sacar algo de su uso habitual y traerlo a la escuela, evidencia no solo que algo se abre y se “pone sobre la mesa” para un uso común, sino que también expresa el profundo sentido comunitario de la tarea que allí se emprende. Y es a esta operación profundamente escolar a la que se atenta cada vez que los videos, las fotos y los audios amenazantes circulan por cada teléfono y computadora.

La rápida circulación de estos contenidos nos habla de una información sin historia, sin contexto, sin sujeto, que puede también ser tomada desde las lógicas del mercado, desde “lo que vende” e imponer así escenarios donde estas puedan ser reconocidas públicamente.

De esta forma, es oportuno pensar que esas amenazas se nutren, en cierta forma, de esta referencia que tienen las escuelas, promoviendo con estas acciones: 1) Que el mensaje llegue rápidamente a toda la población; 2) Atentar contra un lugar de encuentro, de origen y desarrollo colectivo.

Sin dejar de resaltar lo difícil que resulta el cotidiano escolar atravesado por estas tramas, es importante señalar que ese sentido, el colectivo, que aparece atacado y gravemente intimidado, puede ser el mismo que nos permita pensar las salidas y ensayar respuestas posibles.

Siendo conscientes del presente complejo, de las mutaciones institucionales (Dubet, 2007) y de los procesos de pauperización que han socavado fuertemente a la institución escolar, de los embates que la misma ha sufrido y sufre, es importante recuperar, en nombre de la escuela, los sueños, los deseos y la posibilidad de poner en marcha acciones conjuntas. Reconstruir el trabajo interinstitucional y barrial que habilite tanto la construcción de miradas sobre lo viable y posible como de lo inédito y por crear.

Es necesario entonces abonar a la creación de vínculos interinstitucionales, que posibiliten la elaboración de lecturas, diagnósticos y estrategias territoriales situadas. “(…) la importancia de la tarea socializadora, conceptuándola como la búsqueda y la apertura de lugares de valor social que hagan posibles nuevas y múltiples articulaciones sociales de los sujetos” (Núñez, 2004).

Trabajar así en la creación de propuestas pedagógicas concretas que posibiliten, no sólo la articulación intra e interinstitucional, sino también el desarrollo de redes barriales que puedan fortalecer las referencias adultas, de docentes y familias, y el diseño de acciones colectivas. De este modo, resulta de vital importancia construir herramientas que favorezcan nuevas formas de concebir las relaciones entre escuela, ciudadanía y territorio y las respuestas que de estos cruces puedan construirse sobre las problemáticas que vivimos.

 

*Docente del Profesorado de lengua y literatura del IES N°28 y delegada gremial

 

Autoras y autores citados:

.Simons, M; Masschelein, J (2014) En defensa de la escuela. Una cuestión pública, Miño y Dávila.

.Antelo, E; Alliaud, A (2011) Gajes del oficio. Enseñanza, pedagogía y formación, Editorial Aique.

.Dubet, F (2007) El declive de las instituciones, Revista de Antropología Social, ISSN: 1131-558X, Cadiz. Université de Bordeaux

.Núñez, V (2004) Pedagogía Social: cartas para navegar en el nuevo milenio. Cap. V Saberes claves para educadores, Editorial Santillana.

¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 1000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.

Más notas relacionadas
Más por Julia Ceruti*
Más en Ciudad

Dejá un comentario

Sugerencia

Las niñas de Alcáser

Fantaseábamos con ellas. Nos parecíamos en que éramos tres y teníamos quince años. La hist