El primer encuentro que tuve con la literatura, mejor dicho con la parte viva de la literatura, fue detrás de una cabina de sonido, trabajando como sonidista en la presentación de un libro en Resistencia, Chaco. Tenía quince años y mi primo me había ofrecido aprender el oficio y trabajar un verano en su bar. Una tarde me dijo que el próximo evento era la presentación de un libro, y que era un buen momento porque nada más eran dos voces, o sea dos micrófonos. El libro que se presentaba era Tanto correr, una novela de Mariano Quirós, y el presentador era Pablo Black. Ellos no conocen esta historia porque yo la había olvidado y la recordé mientras me puse a ver qué iba a decir en esta presentación. La cuestión es que el bar estaba lleno de gente y a mí me sorprendía mucho la forma que tenían de hablar Mariano y Pablo. Yo decía: “We, qué carajo les pasa a estos tipos, por qué hablan tan en serio y con tanta pasión de un libro, y cómo hacen para reírse al mismo tiempo, para divertirse”. Un par de años después, me anoté a un taller literario que daban Mariano y Pablo en ese bar y ahí comenzó un lazo con ellos, de amistad y de enseñanza, porque enseguida me contagiaron esa forma de hablar de literatura, una forma seria y divertida al mismo tiempo. Espero que esto que vaya a decir se acerque un poco al menos a aquello que escuché detrás de la cabina de sonido.

La novela Nuestra hermana de afuera tiene tres capítulos, o tres partes más que capítulos. Las dos primeras están narradas en tercera persona y la tercera no voy a decir de qué manera está escrita, no les voy a ahorrar la sorpresa, vayan y descubranlo.

La primera parte cuenta la historia de dos hermanas, Clara y Nadia, que viajan a Capital por un problema de salud de una de ellas. La narración es un ping pong entre la voz de Nadia y la de Clara, pero también es un ida vuelta entre el presente del relato, ese día y medio en Buenos Aires que nos muestra el narrador, y el tiempo de la historia, algunas de las penurias y alegrías de la vida de cada una. Son dos mujeres que se la pasan fumando y tomando cerveza, son ocurrentes, divertidas y por detrás se nota como esa parte sumergida del iceberg según Hemingway, una profunda tristeza y desesperación en cada una de ellas. 

Todos los que somos del interior tenemos algún pariente o amigo que tuvo que irse a atender a Buenos Aires. Sobre todo, lo que está perfectamente escrito en este libro es la mirada provinciana que nosotros dejamos caer sobre Buenos Aires, una mirada que reinventa la ciudad, que la hace otra. Por ejemplo, dice el narrador: “Se apuró a llegar a la plaza y se sentó en el primer banco más o menos limpio que encontró, de cara al Congreso. Mantuvo la mirada fija en el edificio, en la cúpula verde. Alguna vez había leído –o tal vez lo había escuchado– sobre la causa de aquel verdor, el cobre y su óxido, efecto del aire, la polución… Lo que más recordaba ahora, sin embargo, era la expresión «cáncer del cobre».

Preparó el mate y, aunque fue cuidadosa, no pudo evitar que el viento arrastrara briznas y polvillo de la yerba. Un manojo de palomas se alborotó en el intento de picotear ese polvillo y ella se replegó, asustada, como si las palomas pretendieran atacarla. 

Se cebó el primer mate y lo chupó pensando en las palomas y en la cúpula cancerosa del Congreso. Las palomas, se dijo, comían yerba que después cagaban sobre la cúpula. Esa era la pura verdad. Allá en la esquina vio a su hermana esperando a que el semáforo le diera el verde para cruzar. ¿Habían quedado en encontrarse ahí? ¿O el Congreso y su plaza eran cita ineludible para provincianos enfermos? Como sea, quería que Clara se apurase a cruzar, así le contaba su idea de las palomas y el Congreso”.

En un momento del libro hay un monólogo femenino que es como una especie de calma chicha, es raro porque es una voz femenina que se lleva puesto todo, pero igual nos tranquiliza, que está llena de contradicciones, es la Molly Bloom chaqueña que ama y odia todo de Buenos Aires. 

Ya lo vemos en la primera parte, pero en la segunda aparece algo particular del estilo de Mariano. Hay una caracteristica de los personajes en algunas de sus novelas, por ejemplo en Río negro y en Una casa junto al tragadero, que también lo encontramos en Nuestra hermana de afuera, que es lisa y llanamente narrar cómo la vida de los personajes se va al carajo. Se empiezan a desmoronar a cada paso que dan, pero es un derrumbe activo, marcado por la acción. O sea, Mariano no trabaja con la inhibición, la melancolía, sino que sus personajes hacen cosas todo el tiempo, pero en cada momento se meten en más quilombos, quilombos insalvables. Ocurre al leer que decimos, “no, por favor, no lo hagas, ya está, hasta ahí nomás”. Así nos cuenta la historia de dos hermanos, Dave y Amado, que a su vez son parientes de Clara y Nadia. También es en este momento donde Dave y Amado no dejan de mandarse cagadas cuando nosotros, los lectores, sádicos hasta más no poder, no logramos dejar de reírnos. 

Me gusta pensar que los personajes de Mariano son gente tarambana, personas que en algún momento de su vida vieron la luz mala en el medio del campo o, por qué no, en el andén del subte en Capital, y quedaron medio tolongas, que viven así, al tuntún, como escribiría Mariano, pero más me gusta cuando caigo en la cuenta de que estos personajes, alegres y desgraciados en puntos similares, son como cualquiera de nosotros.

Tengo una hipótesis como lector: me parece que a Mariano le pasa, cuando escribe, algo parecido a lo que nos sucede a nosotros los lectores. Creo que él tiene una idea, un plan de escritura, de cómo va a ser la historia, dónde va a suceder, la construcción de los personajes y todo eso. En ese momento, ahí cuando los lectores le decimos a los personajes, “por favor no, no hagas esto”, creo que a Mariano también le sucede así, que llega un punto donde sus personajes adquieren tal libertad que van solos y él, como buen narrador, los sigue: a veces de lejos, a veces más de cerca y escribe lo que esos tilingos van haciendo. No es una pregunta, no quiero que Mariano me responda, es exactamente por estas preguntas sin respuestas que seguimos leyendo. 

Lo que sí voy a hacer es aprovechar el gusto de que Mariano sea mi amigo para decirle lo siguiente: Salinger le hace decir a Holden Caulfield en El guardián entre el centeno que le encantaría ser amigo de algunos escritores a los que leyó para llamarlos y hablar con ellos. Mariano, gracias loco, gracias por escribir la luz mala de la que estamos hechos, esa luz mala, tan mala y tan hermosa, la luz de toda nuestra desesperación y ternura.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 19/08/23

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