
El periodista y músico Diego Morilla es el crédito rosarino en el libro 100 años de boxeo argentino en 12 combates legendarios, en el que también escriben Ernesto Cherquis Bialo y Carlos Irusta. Este jueves se cumple el centenario de la pelea Firpo-Dempsey.
El 14 de septiembre de 1923, el Palacio Barolo –inaugurado hacía un par de meses– era el edificio más alto de Buenos Aires. Su construcción es una alegoría de La divina comedia, de Dante Alighieri (el sótano representa el Infierno; los pisos, el Purgatorio; la torre, el Paraíso). Ubicado a unos pasos del Congreso, allí se concentró una multitud para seguir las novedades que llegaban desde Estados Unidos, donde el argentino y retador Luis Ángel Firpo se enfrentaba al local y dueño del título mundial, Jack Dempsey.
En el libro 100 años de boxeo argentino en 12 combates legendarios se cuenta que el dueño del edificio, en su afán de promocionar el lugar, instaló en lo más alto un faro con dos luces: la verde anunciaría el triunfo de Firpo; la roja, el de Dempsey.
Cuando el color esperanza brilló en lo alto, en esos cuellos que miraban hacia arriba hubo algarabía: el Toro Salvaje de las Pampas había sacado del ring al campeón. Pero “reglas poco claras” permitieron que la pelea continuara después de un largo conteo y que la suerte, en el segundo round, se revirtiera a favor del dueño de casa. Luz roja en el cielo. Ya no había Paraíso. Las cabezas gachas en el lugar miraban hacia el Infierno.
Suena la campana
Diego Morilla fue la cabeza detrás de esta idea de contar la historia del boxeo argentino a través de sus peleas más épicas y de sus boxeadores más icónicos. Contactó a Ernesto Cherquis Bialo y a Carlos Irusta, dos expertos, y volcaron al papel las historias que tantas veces habían relatado en la tele, la radio y en sobremesas con amigos o familiares. “La idea fue darle formato de no ficción, que se lea como un cuento y no como un rejunte de datos y nada más”, dice este periodista nacido en Rosario y autor del capítulo dedicado a la pelea de Firpo en Nueva York, que fue además la primera transmisión radial destinada a fines netamente periodísticos. “La radio era un objeto de lujo en ese momento”, remarca el cronista en referencia a ese aparato que tenía apenas tres años de vida en el país.
Al respecto, cuenta que en la previa a aquel 14 de septiembre de 1923 “alguien descubrió que había un cargamento perdido de radios baratas y las compró todas para venderlas con la excusa de la pelea”. Un aviso en el diario promocionaba el artículo para seguir las alternativas del combate desde la casa. “Vendió todas las radios. Ese hombre era una persona de apellido Yankelevich. Todo lo que han hecho los Yankelevich como dueños de medios, salió de esa primera fortuna amasada ese día”.
#Domingueras 🥊 🍗 El fin de una rivalidad. Ahora Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey comparten asado y mate. Provincia de Buenos Aires, 1954.
🎥 ¡Extra!. ID: 96.C35.1.A pic.twitter.com/WPGZ8RTlll— Archivo General (@AGNArgentina) July 18, 2021
Este integrante de la Asociación de Periodistas de Boxeo de Estados Unidos (BWAA) asegura que “hay mucho de esa pelea que da para un libro entero, que los hay”, ya que “muchos conocen sólo la parte que Firpo lo saca del ring, el conteo y poco más”.
El también cronista de la centenaria revista The Ring le sacó provecho a su manejo del inglés para sumar historias y desmitificar hechos de esa velada en el Polo Grounds de Nueva York. “Las reglas eran muy difusas en ese tiempo. Había una que decía que si el boxeador, por alguna razón, salía del ring”, como le pasó a Dempsey en el primer asalto, “tenía 20 segundos para regresar, pero tenía que hacerlo sin ayuda de nadie”. Aquí se abre una polémica ya que el estadounidense cayó de espaldas sobre dos personas: “Y… no se iban a abrir para dejarlo caer al piso y que se rompa la cabeza”, dice, y agrega: “Así que lo empujaron un poquito”. Morilla aclara además que “otro punto importante fue que Dempsey nunca dejó el ring, porque sus pies siempre estuvieron tocando” la lona. “Con reglas más claras, quizá Firpo hubiese sido campeón. Pero está todo en una nebulosa y por eso hasta hoy se sigue discutiendo”.
Peleas que no voy a olvidar
Enrique Medina, hijo de boxeador y autor de Las tumbas y de Gatica. El boxeador de Evita y Perón –libro en el que noveló la vida de El Tigre (“Mono, las pelotas”)– mete el primer golpe del libro con el prólogo. Después suben al ring los autores: Morilla le mete mano a las peleas de Firpo-Dempsey, Pascual Pérez-Yoshio Shirai, Jorge Castro-John David Jackson y Sergio Martínez-Julio César Chávez Jr.; Carlos Irusta continúa con los combates de Justo Suárez-Julio Mocoroa, José María Gatica-Alfredo Prada, Marcela Acuña-Christy Martin y Marcos Maidana-Floyd Mayweather; mientras que Ernesto Cherquis Bialo usa su puño para escribir sobre los duelos Nicolino Locche-Paul Fujii, Oscar Bonavena-Muhammad Ali, Víctor Galíndez-Richie Kate y Carlos Monzón-Rodrigo Valdez (II).
Las historias no quedan en lo que ocurre entre campana y campana. También se cuenta lo minucioso y amarrete que era Firpo para los negocios, que le valió el apodo de “Caja Registradora Salvaje de las Pampas”; la importancia de El Torito de Mataderos para la construcción del Luna Park; el triunfo de Pascualito dedicado a Perón: “Cumplí, mi General”; los seis centímetros de diferencia entre las piernas de Prada, y la triple fractura de maxilar con la que combatió Gatica; la siesta del Intocable Locche a una hora de la pelea por el título mundial; la sangrienta victoria de Galíndez el mismo día que asesinaron a su amigo Ringo; el épico y no menos sanguinario triunfo de Locomotora Castro; la historia de amor entre La Tigresa y su entrenador: “Si alguna vez nos quieren separar, hay una bala para vos y otra para mí”; la caminata de Maravilla Martínez hacia su casa con el cinturón latino a cuestas porque el premio por el triunfo no le alcanzó ni para el bondi; y los alfajores que popularizó el Chino Maidana.
El árbitro sudafricano Stanley Christodoulou, quien bañó su camisa con la sangre de Galíndez y Castro en los memorables combates antes mencionados, es de los que creen en los llamados espirituales que pueden definir o torcer la suerte de una pelea. “Mi fe es algo central en mi vida, pero en el ring de boxeo siempre se me recuerda que se enfrentan dos boxeadores que se han encomendado ambos a Dios para pedirle la victoria”. Y ahí se pregunta ¿y a quién favorece Dios?: “Al que tira el mejor gancho”.
Se hace camino al golpear
Adolfo Bioy Casares usó la figura de Firpo para escribir la novela Un campeón desparejo; lo mismo hizo Carlos Piñeiro Iñíguez en la suya Luis Ángel Firpo, soy yo. Martín Kohan ambientó la novela Segundos afuera en la mítica pelea Firpo-Dempsey, y metió en medio de Bahía Blanca (otra de sus novelas) una especie de crónica del combate Galíndez-Kate. Abelardo Castillo es tan admirador de Locche que lo incluyó en su ensayo Las palabras y los días y escribió Negro Ortega, cuento de y con boxeo. También le contagió el amor por el deporte a su colega Liliana Hecker, autora del cuento Los que vieron la zarza. Y siguiendo con grandes cuentistas, Julio Cortázar también mete boxeo en su vasta obra. Torito (que es Justo Suárez monologando) y La noche de Mantequilla (ambientado en la velada de Monzón-Nápoles) son los más emblemáticos con la temática pugilista. Pero en las páginas de la literatura argentina hay mucho más.
Para Morilla, las historias del boxeo calzan como un gancho a la mandíbula para las y los escritores. “El camino del héroe, que está presente en toda la literatura desde el Quijote en adelante, está en las historias del boxeo”, dice el periodista deportivo, y agrega: “Sos una persona normal y de un día para otro empezás a hacer un camino extraordinario para lograr algo imposible. Nada representa más ese camino que el boxeador, alguien que no tiene recursos de ningún tipo –y los únicos que tiene están volcados a la supervivencia– y de repente tiene que lidiar con toda esa fama, ese dinero, esa presión y esa tarea que casi nadie puede hacer”.
Al respecto, el rosarino sostiene que “algo mágico que tiene el boxeo es que nadie puede predecir quién va a ser un buen boxeador, nadie puede decirlo hasta que el tipo se pone a boxear y demuestra que aguanta”. Y cierra: “Esos seres que lo logran son tocados por la varita mágica. Por eso la literatura tiene tanto interés en eso”.
Saxo, boxeo y rocanrol
Diego Morilla ubica sus inicios en el periodismo no en 1993, cuando comenzó a escribir sobre boxeo para un diario en Estados Unidos. “Mis primeros trabajos –recuerda– eran quedarme hasta la madrugada viendo a Mano de Piedra Durán, a Marvin Hagler, y contarle la pelea al otro día a mi viejo”. Nacido en el centro y criado en Echesortu, este rosarino dejó su ciudad natal a los 21 años para estudiar música en Boston. Mientras aprendía los secretos del saxo y otros instrumentos, empezó a ganarse la vida escribiendo la página de boxeo de un diario local. “El dueño del diario era amigo de uno que tenía una revista de boxeo y me recomendó”, cuenta este cronista que también laburó en HBO, ESPN y cuya trayectoria en el rubro le valió para ser el único periodista argentino con potestad de elegir integrantes en el Salón Internacional de la Fama de Boxeo. Desde hace 10 años escribe en la mítica y centenaria revista The Ring, y le apasiona este deporte desde que tiene uso de razón. “Desde muy niño tengo el recuerdo de ver a mi viejo y a mi tío gritando y llorando cuando terminó la pelea de Galíndez y Richie Kate. Me acuerdo como si la estuviera viendo”.
En la ciudad frecuentó veladas en Sportivo América junto a su familia y en EEUU se devoró cuantas revistas de boxeo pasaban por su vista. Viajó por su laburo en transmisiones pugilísticas pero también por la música. “Siempre, mientras trabajaba como periodista, seguía tocando. Por la música me fui a vivir a Puerto Rico”, relata este hombre que luego volvió a Rosario un par de años y desde hace 20 reside en Buenos Aires. Allí toca el saxo en Gulp, banda tributo a Patricio Rey y sus redonditos de ricota. “Siempre fui ricotero, los he ido a ver. También me gusta Sumo y todas las bandas de ese estilo. También toco jazz y otras cosas”. En Diego Morilla, el boxeo y la música se baten en un par de rounds de amor.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 09/09/23
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