Saludo en mi mente a la gente querida
Yo no sé, no. Pedro se acuerda que cuando acompañaba a la madre a hacer algún mandado era una regla saludar a cuánta vecina o vecino que veía, lo que se volvió una sana costumbre con el tiempo.
Yo no sé, no. Pedro se acuerda que cuando acompañaba a la madre a hacer algún mandado era una regla saludar a cuánta vecina o vecino que veía, lo que se volvió una sana costumbre con el tiempo.
Yo no sé, no. Con Pedro íbamos con la de cuero algunos sábados hasta el Parque Independencia. Cuando el día estaba lindo, la gran concurrencia te dejaba poco espacio para armar un partido.
Yo no sé, no. Pedro volvía del almacén una tarde otoñal con temperatura de verano, y a metros de su casa una duda se le presentó: con este calor quizás era flit lo que tenía que comprar y no alcohol, o las dos cosas.
Yo no sé, no. Pedro con 7 años miraba su lápiz y calculaba el tiempo que faltaba para empezar a escribir con lapicera fuente, como la que tenía su hermana. Él pensaba que con la tinta y una Parker mejoraría su letra.
Yo no sé, no. Pedro se acuerda de aquellas lluvias de aquellos otoños en que las hojas amarronadas de los plátanos parecían embarcaciones queriendo llegar apresuradas a la mar o a algún puerto...
Yo no sé, no. Pedro se acuerda de aquel día que a él y a Tiguín les propusieron atender una verdulería, un día cada uno. Con 11 años, ese sería su primer trabajo. Corría el año 67 y hubo una guerra que duró 6 días.
Yo no sé, no. Pedro se acuerda de aquellas tardes en las que se iba a lo de unos vecinos a ver la tele, que estaba al fondo en un cuarto en el que sólo había unas sillas y una mesa en la que la abuela de Gracielita planchaba.
Yo no sé, no. Pedro me recuerda aquella tarde de abril, un viernes que sería feriado, porque mucha pibada y no tan pibada desde temprano llenaba las plazas y las canchas. En la cancha más grande, que nos quedaba cerca de la del «c
Yo no sé, no. Una tarde, en el patio de Josecito y Gracielita, los vecinos de Pedro, la abuela estaba pisando unos cuantos kilos de uva en un gran fuenton.
Yo no sé, no. Pedro recordaba aquellas mañanas cuando recorría tres cuadras de tierra, tres de piedra, durmientes y vías que amanecían entre húmedas y mojadas, tanto por la helada como por la niebla, o neblina, que parecía instala