Qué culpa tiene el tomate
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordábamos cuando de muy pibes, yendo para la verdulería, antes de llegar a Biedma y Vera Mujica, nos encontrábamos casi siempre con una flaca quinceañera que nos piropeaba.
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordábamos cuando de muy pibes, yendo para la verdulería, antes de llegar a Biedma y Vera Mujica, nos encontrábamos casi siempre con una flaca quinceañera que nos piropeaba.
Yo no sé, no. Yendo para la carnicería del barrio, que era una de las últimas que vendía bofe con gañote sin pesar –lo primero para el gato y lo segundo para el perro–, antes de llegar había casi siempre una piba.
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordamos cuando se nos dio por cruzar la vía honda por el puente donde pasaba el tren. Era la primera vez, y el temor no era al tren porque ya le teníamos junada la frecuencia, sino las distancias.
Yo no sé, no. Pedro me hacía acordar de un día que, de muy pibes, esperábamos la hora de un partido que íbamos a jugar en la cancha de Peñarol (Lagos al fondo). Era el primero lejos de casa.
Yo no sé, no. Para mí el secreto está en la carnada, me decía Pedro, pensando en aquellos días en los que con los pibes del barrio lo llevaban a pescar.
Yo no sé, no. Un día me puse a escribir algo parecido a una poesía que se llamaba Aquel día y como Pedro me llenaba de sus recuerdos y de días, esta poesía no terminaba nunca.
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordamos cuando de pibitos nos llevaban a la calesita del Parque, la que quedaba por Pellegrini, casi Oroño.
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordamos que a la hora de la siesta sonaba fuerte el tic tac del reloj que, clavado en la pared, dejaba ver su gran péndulo. Era ese el momento, cuando el tic tac se escuchaba desde la cocina, de rajar
Yo no sé, no. Pedro se acordaba que cuando se acercaba el 21 de septiembre, el picnic era medio obligatorio porque lo organizaba la maestra, y si bien era piola, nos faltaba algo. Más cuando ya estábamos en tercero, que ya se nos
Yo no sé, no. Con Pedro nos acordábamos cuando volvíamos de la escuela y atravesábamos parte de la quinta donde nos tentábamos en jugar a quién llegaba más lejos en el revoleo de la cartera de cuero que llevaba los útiles y los tr