Como tantas veces desde que surgió, hace más de 70 años, el peronismo, sus banderas, su ideología, están en debate. Una discusión abierta lo atraviesa, internamente, y no es nueva: ¿debe domesticarse o debe mostrar su raíz y esencia combativa? Desde afuera, tampoco hay originalidad. Sólo se trata de demonizarlo y que desaparezca.
Parece poco original referirse al peronismo en términos zoológicos, mitológicos o reales. Se ha dicho de este movimiento de masas, en las dos etapas más brillantes de su historia, que se trataba de un «animal bifronte», por las conducciones de Juan y Eva Perón, a su hora, y de Néstor y Cristina Kirchner, hace apenas un instante.
Sin embargo, y sólo mencionando al pasar que el conjunto de sus partidarios fue calificado de «aluvión zoológico», vale la pena incursionar en los aspectos filosófico-ideológicos que le han dado sustento al peronismo a lo largo de sus más de 70 años de vida desde una perspectiva alegórica zoomorfa.
De tal modo, y no pretendiendo ser original, porque desconozco si alguien ya lo abordó en similar caracterización, esbozo la tesis de que el peronismo finalmente es un rumiante. Marxismo, humanismo, capitalismo en sus versiones renana y sajona, socialdemocracia. De estómago a estómago, ida y vuelta, en un itinerario a veces cristalino y a menudo en brumas que surgen más de los confines originales de esas usinas de pensamiento que de su procesamiento ulterior.
Parece, en más de una ocasión, que jamás terminará de rumiarse tanto pensamiento, da la sensación de que nunca habrá, por fin un bolo alimenticio filosófico en su versión final, escatológica, que dé lugar a la nutrición de un organismo de masas que espera que ese proceso dé lugar a una acción. Pero finalmente, la acción es puesta en valor. Y entra en juego.
Una tercera posición
Desde una óptica entre cristiana y humanista, Perón vio que la búsqueda de trascendencia inherente al individuo, es lo que le pone límite a la pulsión social o gregaria. Eso, y no un presunto anticomunismo irracional, fue lo que lo llevó a entender la imposibilidad de que la lucha de clases lograra establecer la igualdad total entre los seres humanos. Tampoco le pareció que fuera la cantinela liberal en derredor de la natural ambición humana lo que impide la utopía igualitaria.
Ni una sola clase, la de los trabajadores, ni la dictadura del proletariado, sedujeron a Perón, que sin embargo jamás se sintió con la suficiente autoridad para abjurar por completo del corpus ideológico marxista. Y como Marx, y como pocos, entendió los límites del capitalismo, su funcionamiento, su irracionalidad, y su criminalidad inherente.
Puesto a darle curso a esa acción que se menciona más atrás, y luego de rumiar, muchas veces en sociedad con el colectivo que ya representaba, y con la particularidad de hacer todo ello desde el poder, o desde el Estado, que en su hora era casi lo mismo, avanzó en varios sentidos desde un lugar que sí era original: disputarle la renta económica al capital en su territorio sistémico, con las reglas del mercado, pero inoculándole nuevas reglas, que lo encorsetaban, que lo intervenían, con un primer fin, que a poco se transformó en más peligroso que la ambiciosa expropiación total de los medios de producción: el fifty & fifty.
Que la renta nacional se repartiera en mitades iguales entre los trabajadores y los patrones, en la Argentina al menos, rápidamente fue percibido por la oligarquía como un hecho revolucionario pero, además y por sobre todo, ramplón y plebeyo. Al menos el marxismo ofrecía un origen europeo, en sus apellidos y primeros activistas. Rusos y alemanes rubios, que había que masacrar para disciplinar al resto de los díscolos, dieron paso a un militar de dudoso origen indio, apareado con una actriz bastarda, y ambos seguidos por tumultuosas multitudes de negros con altaneras pretensiones.
¿Prolijos o negros de mierda?
En los primeros minutos después de la derrota del peronismo a manos de Mauricio Macri, o de la nueva versión de la derecha vernácula, como en los ochenta luego de perder por primera vez en una elección sin proscripciones, cierta dirigencia «peronista» salió a disputar un espacio que considera, como entonces, vacío, o debilitado.
Juan Manuel Urtubey, desde dentro del Frente para la Victoria, le sale al ruedo a la conducción de Cristina Kirchner, por muy pocos discutida, en términos de las mayorías populares, pero haciendo pie en un enjambre abigarrado de gobernadores autodependientes del poder central, legisladores que huelen sangre y creen que es momento de escindirse, algunos que ya se fueron del peronismo hace rato y ayudan a dar el salto a los más tibios, y un núcleo duro de gremialistas que no pueden vivir sin la teta del Estado a su favor, muestran que están dentro de los confines de las tres banderas del peronismo sólo cuando pueden obtener favores, y que no disputan otro poder que no sea el de seguir teniendo una chapa con la cual poder negociar, no combatir, con el poder económico y las corporaciones.
Es interesante cómo un ex funcionario del anterior gobierno, Diego Bossio, hace acrobacia discursiva para tomar distancia de lo que hasta cinco minutos antes era su ideario y su razón de ser en su militancia política.
Otro ex funcionario, Guillermo Moreno, dice que esos dirigentes son los «prolijos». Se refiere a quienes miran más lo que dicen las encuestas que lo que piensan las bases. Ya pasó en los 80, cuando la «Renovación Peronista» empezó con los trajes de corte italiano, con hombreras, y terminó depositando a Carlos Menem en la Casa Rosada.
Pensamiento en acción
El extraordinario artista plástico Daniel Santoro, que además es un sólido pensador de origen y raíces peronistas, sentencia lo siguiente, respecto de la actual etapa: «Hay que tener mucho cuidado: El Peronismo es un artefacto político que no puede pedir sacrificios». y determina, con osadía, apelando a una metáfora feroz, que «como decía Jacques Lacan, en su etapa peronista, «el problema del peronismo no es la lucha de clases, es la democratización del goce…»”.
Santoro desarrolla esa audacia: «Para el capitalismo es (la democratización del goce) un problema mucho más grave que la dictadura del proletariado de cualquier partido trotskista. Es que el problema se le hace más grave porque es un uso contranatura, porque el capitalismo no está pensado para el goce democrático. Forzar el goce democrático es una de las afrentas más grandes que se pueda hacer al sistema capitalista en su conjunto. Es una bomba de profundidad en su núcleo, porque no se está renunciando al goce. El deseo capitalista se lo lleva al paroxismo de esta manera».
Entonces, ¿cómo van a gozar los negros de mierda ésos?, piensa quien siente que él mismo está privado del goce. Santoro va por más: «El problema es el fantasma del goce. Lacan tiene muchos aciertos, y uno de ellos es el fantasma neurótico del goce. Es un poco la idea de que el goce es siempre el goce del otro. Por ejemplo, cuando uno ve a un negro gozando en un lugar espectacular, en un lugar que sería para ricos, queda afectado por el fantasma neurótico del goce».
Ahí hay peronismo, y eso es peligroso. Una vuelta más de tuerca y Santoro cierra: «Este negro está gozando de algo de lo que yo debería gozar. Yo no puedo ser feliz porque este negro es feliz. Este negro debería dejar de ser feliz para que yo pueda empezar a serlo, esto se ve ahora en los cacerolazos, aparece siempre».
El artista peronista ensaya un remate que, por ahora, ayuda a cerrar este primer capítulo del peronismo como animal rumiante y como anomalía del capitalismo: «Es un fantasma que especialmente lo despierta el peronismo. El peronismo es especialista en ubicar a un negro gozando al lado de un blanco que no lo quiere ver gozar. Por eso Eva Perón pone los hoteles sindicales en el centro de Mar del Plata».
adhemar principiano
13/02/2016 en 14:47
Se debe ir a la busqueda del libro agudo y profundo imprescindible de LEON ROZITCHNER «PERON ENTRE LA SANGRE Y EL TIEMPO» Lo inconsciente y la politica. Hoy se requiere una filosofia profunda para el presente historico.