La crónica del primero de los dos shows que dio en el Luna Park, B.B. King, uno de los últimos auténticos bluesmen.
Por Ernesto Âvila. No es una tarde cualquiera. Una brisa fresca que viene del río acaricia los cuerpos que, entre el cemento y el asfalto, vuelven desde la Plaza de Mayo hacia Retiro, envueltos en banderas, en filas, portando los palos de las pancartas arriadas de la marcha en conmemoración de otro aniversario del golpe. Esa brisa, se extraña bajo tierra, entre el sopor sofocante de los subtes que regresan repletos de manifestantes rumbo a casa. Arriba, la vieja Buenos Aires cae bajo el crepúsculo y toma la desolación y extraña quietud de un día feriado.
Al llegar la noche, en la zona del Luna Park se renueva el flujo humano. El público es de verdad multicolor. Aunque la mayor parte va desde los 30 a los 50, los hay adolescentes y hasta de la llamada “tercera edad”. Y de sólo pensar que B.B. King tiene 84 años y que su primer gran esplendor lo tuvo como una joven figura de los dorados años 50, es posible imaginar que algunas de las sexagenarias que están entre las plateas hayan bailado algunos de sus boggies en las pistas de los clubes, entre tango y tango. Pero es poco probable. En aquellas épocas King convivía con demasiadas estrellas como Chuck Berry, Elvis Presley o Little Richard.
Es más probable que este hombre se haya ganado sus fans argentinos en su retorno triunfal a los primeros puestos de ventas de discos durante los años 90 de la mano de su vigencia blusera y por el reconocimiento de los grandes guitarristas blancos de heavy metal y del rock que se volcaron al blues.
Ni qué hablar del impacto que tuvo, en ese marco de reconocimiento internacional, su amistad con Norberto Pappo Napolitano, lo que vino a confirmar –casi como si le hubiera entregado un diploma– aquella vieja leyenda rockera argentina que decía que Pappo tocaba la guitarra con el alma de un auténtico negro.
Primera conmoción
“La puta que te parió Carpo, sos un boludo”, pensaban, de cara al cielo, muchos fans recriminando al guitarrista de La Paternal haber muerto antes de esta noche, en la que seguro estaría allí, como lo hizo en algunas giras estadounidenses, arriba del escenario junto a B.B. King.
Tan fue así, que la primera aparición antes del show en el escenario es la del baterista de la banda Anthony Coleman, quien se pasea de un lado a otro haciendo flamear una remera con el rostro de Pappo mientras se golpea el pecho, lo que despierta los aplausos emocionados de todo el estadio. Primera gran conmoción de la noche. El mismo BB, durante todo el concierto no dejaría de recordar al Carpo, hablando de él entre tema y tema, en un sincero homenaje, y recordando que siempre le pedía un blues tradicional, “Sweet Little Angel”.
Segunda conmoción
Pasadas las 21, hora estipulada para el inicio, el Luna Park está repleto. Comienza el batir de palmas, se atenúan las luces y una voz, por los altoparlantes, pide un minuto de silencio en homenaje a los desaparecidos de la última dictadura militar. Las miles de personas que colman el estadio se paran de repente y permanecen en un silencio absoluto durante 60 segundos exactos, sin que se escuche el vuelo de una mosca. Un aplauso atronador lo sigue. Así, con la sensibilidad a flor de piel, sólo faltaba que la antigua y poderosa magia del blues rematara toda pena con un golpe de vida directo al corazón.
El show
Primero ingresó la banda compuesta por ocho músicos, al estilo de las Big Band, que comenzó a tocar para darle un ingreso triunfal al gran B.B. King, quien llegó como un dandy acompañado por un muy pulcro asistente que lo sentó en un silla al costado del escenario, le sacó el piloto, el sombrero, le acomodó el chaleco, la camisa y el moño, para que después el guitarrista levantara su enorme humanidad e ingresara al centro del escenario y fuera recibido como un campeón en el medio de un ring. Allí, volvió a sentarse con Lucille, su histórica guitarra, hasta el final del concierto. La última vez que había estado en Argentina fue en 1998.
Casi imposible dejar de pensar en los 84 años de este hombre, que demuestra una energía intacta a pesar de su edad y que deslumbra por su manejo de los tiempos, su swing en los solos (nunca fue su velocidad lo que impresionó al mundo sino su estilo) y su perfecta sincronización con una banda de lujo que promediaba los 60 años y que jugaba de memoria entre el blues, el boggie y algo de rock and roll.
El guitarrista se evidenció, además, como un verdadero showman: mantuvo una charla constante con el público y bromeó todo el tiempo sobre sus músicos. De todas maneras, esa fue la parte más difícil de compartir, ya que aunque buena parte de la platea entendía su inglés, hubo chistes y guiños que el propio BB King se dio cuenta que nadie cazaba al vuelo. Y agregó en inglés un chiste fácil de entender: “Mi inglés es muy malo, pero es peor mi español”.
También se mostró galante y dispuesto a homenajear a las mujeres argentinas con “All Over Again” y se quejó que en el Hip Hop y el Rap se trata muy mal a las mujeres. Regaló medallas doradas y púas de guitarrista, repasó y reversionó sus clásicos y se despidió con un homenaje a Nueva Orleans y Louis Armstrong, tocando “Cuando los santos vienen marchando” en versión boggie ante un público eufórico que lo despidió de pie. Al pararse se lo vio muy emocionado y se fue saludando como un verdadero Rey.
El 24 de marzo se moría, y Buenos Aires reafirmaba su pasión por el blues. Herencia de esa mezcla de melancolía del tango, de la cercanía del grito del dolor de la esclavitud en los campos de algodón propios -en donde en vez de negros estuvieron los indios-, de la familiaridad fiestera de las guitarras folclóricas y milongueras, y de un movimiento urbano que hizo del blues algo casi argentino. De ese legado, además de Pappo, participan Javier Martínez, Claudio Gabis, Alejandro Medina (Manal), La Pesada y Pescado Rabioso, y más acá en el tiempo La Mississippi y Botafogo, por mencionar algunos entre muchos.
Ya lo resumía Martínez en su boggie San Telmo Harlem, que grabara junto a Pappo en 1993: “…siento el ritmo intenso de África en América en mis dos hemisferios, el blues y la milonga, el candombe y el son, el samba brasilero, el tango y el rock and roll”.