Ilustración: Soto/.

A tres años exactos de la desaparición física del primer presidente peronista desde el deceso de Juan Perón, y tres días antes de cumplirse treinta años de la reaparición con vida de las urnas en el escenario político argentino, comicios intermedios que deberían remapear, nada menos, pero nada más, la relación de fuerzas en el Parlamento nacional, destacan sin embargo por ser el umbral del enfrentamiento electoral de 2015, cuando se dirima si continúa el actual modelo de acumulación de capital social al más clásico estilo fifty & fifty o vuelven Los de Siempre, que aunque suene parecido no es el nombre de un cuarteto folclórico.

Se trata del decimosexto turno electoral ininterrumpido desde que el 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín le ganara al peronismo, por primera vez en comicios sin proscripciones. Sólo ese dato, desde lo simbólico y lo estadístico, podría seguir alimentando los más edulcorados relatos que acostumbraban obsequiar a la plebe algunos ya maduritos analistas políticos. Quienes aún los leen o escuchan con algo de respeto o por obligación, saben que sus plumas o catilinarias despliegan con libido extremo la expresión «fin de ciclo». ¿A quién excita seguir hablando de una democracia en «estado de madurez», «consolidada», «indiscutida»? Más, algunos ya teorizan cuestionando las entrañas mismas del sistema, que muestra ser estable pero no garantiza que ganen Los de Siempre.

Que tamaño e inusual período sin asonadas triunfantes interruptus del funcionamiento de las instituciones democráticas dio a luz a crápulas, tránsfugas y tunantes que fatigaron la escena política y llegaron a dominarla no empaña, más bien agiganta, la irrupción de la figura de Néstor Kirchner y con él un nuevo formulario de contrato social entre gobernantes y electores, la aplicación de un programa político, económico y social peronista, y la proeza de haber reconstruido parte de la desvencijada arquitectura institucional que heredó tras el derrumbe neoliberal de 2001.

Por ello, en las 23 provincias argentinas donde se eligen diferentes autoridades, en su gran mayoría para ocupar bancas parlamentarias, con más o menos éxito puertas adentro de los hogares, las fuerzas opositoras al gobierno nacional agitan banderas y serpentinas al grito de «fin de ciclo», en muchas ocasiones como simple reverberación de las expresiones de deseo de las corporaciones y grupos económicos enfrentados al modelo que, a una década de ser relanzado, es timoneado con mano firme por la presidenta Cristina Fernández.

No se espera de estas elecciones algo más que leves modificaciones en la relación de fuerzas que habrá desde el próximo 10 de diciembre entre oficialismo y oposición en el Congreso Nacional, aunque ya otras veces se ha demostrado que es más fácil contar los porotos del primero que considerar en un mismo canasto los de la segunda, pletórica de egos pero sin ambiciones reales de poder real (mente gobernar).

Pero la normal merma estacional de las elecciones intermedias en la cosecha del Frente para la Victoria (FPV), y una lectura sesgada hasta el paroxismo por el aguijón mediático hegemónico, que otorgó el «triunfo» en las recientes Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) a la «oposición», declarando al kirchnerismo derrotado y en retirada, meten presión extra en la pulseada que hoy se desarrollará sin tanto gorjeo opositor invocatorio de «fraudes» o manganetas oficialistas para birlar la voluntad de las masas a probos republicanos y apropiársela como hace toda buena «tiranía».

El FPV enfrenta el acostumbrado desafío de competir con ex socios, astillas del mismo madero. No se sabe el real sentido de que hayan estado allí donde estuvieron pero se sabe que fueron llevados hasta ahí por Néstor y Cristina, quienes no cometieron sólo esos errores. Y cuesta admitir esos tropiezos al realizar el contrapunto entre esos fallos y la profética lectura de la coyuntura post 2001, el revolucionario estado de cosas puesto en escena de 2003 en adelante, y el inequívoca equilibrio con que se ejerció el mando del Estado durante una década.

Desde el modesto pero inédito techo de conquistas en favor de las grandes mayorías que el kirchnerismo logró restablecer luego de décadas de claudicación y entrega explícita de bienes y derechos ante la mera orden del poder establecido, la Tendencia Involucionaria que anida en las estructuras formales del peronismo pero no puede pasar dos trivias seguidas sin traicionar algunas de las banderas históricas o renegar de las políticas públicas que hicieron de ese movimiento la «Bestia Negra» que ve la oligarquía cuando vienen por sus impuestos, quiere dar pelea.

Sus nuevos y viejos integrantes no lo dicen, pero no tienen programa alternativo que no sea volver al estado de cosas preexistente al kirchnerismo. Si tuvieran que desgranar en consignas sus deseos, podrían ir contratando creativos por sector. «Unidad, la soja y los tractores, y al que no le gusta, se jode, se jode», bien podría ser una de ellas. La Unión Industrial Argentina (UIA), que además de devaluar quiere seguir exportando a lo pavote, como viene haciendo gracias al modelo que combaten, vocearía: «¡¡¡Devaluemos, lo demás no importa nada!!!». La CGT de los Acoplados también querría su cantito: «Con Massa y con Lavagna, cambiamos el Scania», entonarían eufóricos. Pero las convenciones colectivas se con salarios en alza las garantiza la «dictadura K», y ni quemando fotos de Néstor y Cristina los más coquetos oligarcas lo invitan a cenar a Hugo Moyano. Se muestran unidos y con ganas. En 2009 se vio algo parecido.

Sin la ferretería aceitada de un Partido Militar extinto, sin que se puedan emular las salvajadas con que la CIA y o el Departamento de Estado resolvían antes los «problemas» o efectos indeseables de las democracias limitadas en Latinoamérica, los factores de poder ensayan, a nivel nacional y en cada distrito en el que pueden, con posicionar figuras de recambio que vuelvan a poner las cosas en su lugar, esto es que sigan gobernando ellos y no la política, que al fin y al cabo la diseñan, a veces a los tropezones, las grandes mayorías.

Eso, desde la racionalidad, es lo que puede esperarse de esta elección, que las grandes mayorías hablen, dispongan, ofrezcan los guiños claros y necesarios de que quieren avanzar, ir por lo que falta para vivir en una sociedad más inclusiva e igualitaria, o si el temor se instaló en ellas, con lo cual habría que computar un triunfo parcial del poder estable, que a cada minuto inocula el terror, la angustia, el desencantamiento, desde sus descomunales usinas.

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