Con la muerte del joven baleado en las piletas Saladillo, ocurrido este miércoles, el departamento Rosario alcanzó este año un récord de 252 crímenes, con una tasa de casi 21 homicidios por cada 100.000 habitantes, lo que la convirtió en uno de los distritos más violentos del país. Los especialistas reclaman «una política de prevención social del delito».
El joven de 20 fue ultimado de varios balazos, mientras que otro quedó herido al ser atacados por dos hombres frente a numerosas personas en el complejo de piletas del Balneario del Saladillo, en el sur de Rosario. El muchacho asesinado fue identificado por la policía como Carlos Acosta (20), quien recibió tres disparos, dos de ellos en el cráneo.
Un récord preocupante
Hasta el 31 de octubre, en el departamento Rosario, donde según el último censo viven 1.193.605 personas registradas en el último censo, se habían cometido 209 homicidios dolosos, según datos difundidos por la Policía de Santa Fe que recoge el Ministerio de Seguridad provincial. Pero si se tiene en cuenta el promedio diario actual de crímenes, en los últimos dos meses de 2013 se habrían cometido otros 41 hechos, lo que arrojaría un total anual de 250 y una Tasa por Homicidios (TH) de 20,9.
La cifra se elevó notoriamente desde el año pasado, cuando en Rosario hubo 182 homicidios, lo que arrojó una TH de 15,2.
Las razones del incremento de homicidios están vinculadas a la exclusión social, según la mirada del especialista Enrique Font, titular de la cátedra de Criminología de la Universidad Nacional de Rosario y ex funcionario de la Secretaría de Seguridad Interior de la Nación y de la Secretaría de Seguridad de Santa Fe.
«Una de las principales causas del fenómeno es la ´violencia horizontal´, en la que jóvenes en situación de exclusión laboral y educativa y estigmatizados por la Policía entran y salen del delito de manera fluctuante», afirmó.
Font explicó que «no son profesionales del delitos» sino que «recurren a la violencia para construir identidad e inclusión» y son un grupo que «también entra y sale del empleo».
Para empezar a revertir esta situación, el ex funcionario propone implementar «una política de prevención social del delito».
También remarcó que «la ciudad de Santa Fe llegó a tener tasas altas y en los últimos años bajó aunque siguen siendo altas. Rosario, antes tenía tasas bajas, como las de la ciudad de Córdoba (TH 5,11) y las de la Capital Federal (TH 5,46), pero aumentó en los últimos años».
Para Font, los «homicidios en ocasión de robo», que suelen ser presentados por el Gobierno provincial como el problema de la «inseguridad», representan uno de los porcentajes más bajos dentro del total de homicidios dolosos.
Según datos de la Unidad Regional II de la Policía santafesina, en los primeros 10 meses de 2013 se cometieron 174 homicidios en la ciudad de Rosario y 35 en las otras seis localidades departamentales.
De esos casos, 26 fueron cometidos en Villa Gobernador Gálvez, 4 en Granadero Baigorria, 2 en Arroyo Seco y 1 en Funes, Pérez y Pueblo Esther.
Según el Ministerio de Seguridad, se ha podido determinar que los homicidios vinculados al narcotráfico «han fluctuado entre el 16 por ciento y el 18,39 por ciento del total para la ciudad de Rosario, y entre el 16 por ciento y el 19,14 del total» para el departamento de igual nombre.
Respecto a esta situación, el gobernador santafesino Antonio Bonfatti dijo en noviembre a la prensa que el 66 por ciento de los homicidios ocurrieron «entre personas que se conocen» y en «relaciones interpersonales».
Las cifras de Rosario son realmente altas si se las compara con otras zonas densamente pobladas del Gran Buenos Aires. Por ejemplo, La Matanza tiene una TH de 9,62 con 1.700.000 habitantes; Quilmes llega al 9,07 con una población de 1.300.000 y San Martín al 11,18 con 1.600.000, según cifras de la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia bonaerense.
En tanto, toda la provincia de Buenos Aires, la más poblada del país, alcanzó en 2012 un total de 1.196 homicidios con una TH de 7,65.
Análisis cualitativo
Desde la misma Cátedra de Criminología y Control Social de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) que dirige Font, tres de los investigadores que la integran, Eugenia Cozzi (becaria del CONICET y Magister en Criminología de la Universidad Nacional del Litoral), María Eugenia Mistura (becaria de Iniciación a la Investigación CIN) y el criminólogo Francisco Broglia presentaron semanas atrás los avances de las investigaciones sobre el “uso expresivo de la violencia altamente lesiva entre grupos de jóvenes de barrios populares de las ciudades de Rosario y Santa Fe”.
“Fuimos a buscar a los pibes que estaban participando de estas situaciones. Siempre se hizo un abordaje colectivo de esos jóvenes”, explicó Cozzi. “El vínculo lo hicimos siempre a través de referentes locales que nos pudieran servir de traductores locales de nuestra propuesta”, agregó.
Las investigaciones se iniciaron en 2008 a través del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de la ex Secretaría de Seguridad Interior de la Nación sobre violencia altamente lesiva (agresiones físicas letales o potencialmente letales) en sectores populares. En 2009 el proyecto se trasladó a la Secretaría de Seguridad Comunitaria de la provincia. Desde 2011, el trabajo se continúa desde la Cátedra de Criminología.
En su tesis “De clanes, juntas y broncas” para la Maestría en Criminología, Cozzi demostró que el mundo delictivo no es caótico ni carente de sentido. Por el contrario, está regulado y estrechamente vinculado al ‘mundo convencional’. “Es una violencia altamente regulada”, explicó la autora, “esto tiene que ver con cómo está distribuida la violencia, con los criterios de victimización que tienen los jóvenes: cuál es una víctima legítima y cuál no. La violencia entre pares, horizontal, sirve para construir prestigio. Ellos comparten esta idea de que hay víctimas inocentes: alguien que no está en la joda, en los tiros. Pueden ser mujeres, niños o adultos. También aparece muy fuerte la diferenciación de la violencia utilizada en el momento de robar, que es muy medida”.
“El hecho de que algún joven hiciera uso de esa violencia contra alguno de los o las integrantes ‘inocentes’ de la otra junta o clan parece habilitar, y en algunos casos obligar, al resto de los jóvenes a abrir fuego contra ese agresor”, definió Cozzi en su trabajo.
La violencia horizontal, entre jóvenes del mismo rango etario pertenecientes a la misma clase social “aparecen definidas y visibilizadas por agencias estatales –principalmente la agencia policial- y por medios locales de comunicación de un modo particular, a través de la categoría de ‘ajuste de cuentas’”. La idea fuertemente arraigada en el conjunto de la sociedad de que “se matan entre ellos” y “que por lo tanto, no es necesaria ninguna intervención estatal, quitándoles valor e importancia a estas muertes”, explicó Cozzi en su tesis.
En sus trabajos, los investigadores no utilizan el término de “banda” para referirse a los grupos de jóvenes relacionados con el delito. “Ellos hablan más de junta”, explicó Cozzi. “No encontramos en los grupos las características principales de las bandas criminales conceptualizadas por la literatura clásica norteamericana como estabilidad, organización jerárquica y un rígido sistema de reglas internas y pertenencia”, explicó Mistura en su ensayo “Broncas y muertes. Creaciones identitarias de un grupo de jóvenes de un barrio de Rosario”.
Otra característica que se destaca en las investigaciones de la Cátedra es la participación fluctuante de los jóvenes en el delito. Estas actividades -sostiene Mistura- se presentan como una “alternativa atractiva y viable por la cual los jóvenes del grupo constituyen señales de identidad, generan respeto y reconocimiento entre sus pares y entorno”. Como contrapartida, en muchos casos se evidencia que estas construcciones terminan generando “preocupación, intranquilidad, sufrimiento y hastío tanto para los mismos jóvenes como para su entorno”.
En la investigación Cozzi relató una escena ocurrida un día de invierno de 2011: un joven le contó que cuando era chico y “andaba a los tiros” creía que no iba a llegar a los 18 años. Que jamás vería a sus hijos. Que no le importaba si mataba o moría. “Buscaba la bala que me mate”, le dijo.
“Era terrible volver a la casa de mi mamá, que en la entrada tenía un pasillo largo, que de noche estaba oscuro, que era terrible entrar por ahí, que te podías encontrar con la bronca o con la policía que era insoportable”, relató el joven. “Contaba lo insoportable que resultaba por momentos vivir al límite, en alerta permanente”, resumió Cozzi. El muchacho de la historia logró “rescatarse” y se mudó de barrio junto a su familia.
“La mayoría abandona estas actividades con el tiempo. Tiene que ver con las etapas, lo que en la adolescencia resultaba divertido después deja de serlo. Otros se mantienen de manera fluctuante y otros se profesionalizan”, explicó la abogada.
Fuentes: Télam, Infojus Noticias