Foto: Manuel Costa.
Foto: Manuel Costa.

Querellante del juicio Feced II y referente de la lucha por los derechos humanos en Rosario, Ana es una de las historias vivas de la lucha por el juicio y castigo a los represores de la dictadura.

No podría contarse la historia de la lucha por el juicio y castigo a los represores de la dictadura en Rosario sin escribir los capítulos que refieren a la vida de Ana Moro. Hermana gemela de Miriam, desaparecida junto a su compañero Roberto de Vicenzo –de quienes recién hace dos años se recuperaron los cuerpos–, y detenida ella misma junto a Juan Cheroni (su marido), vuelve por estos días a repasar su vasta memoria. Recuerdos que enhebran la lucha estudiantil en los setenta, con el encierro en el ex Servicio de Informaciones (SI), la búsqueda de sus seres queridos y de todos los desaparecidos; los primeros días de la pelea en el local de Familiares; la esperanza y la decepción ochentista; la casi resignación de los noventa y el renacer del reclamo de la última década. La vuelta interminable en la ronda de las Madres, donde es una de las infaltables. A una semana del inicio del sexto proceso oral y público por crímenes de lesa humanidad en Rosario, Ana se sienta a la mesa de un bar dispuesta a dialogar largo y tendido con Diario de los Juicios.

―¿Cómo comienza ese recorrido que te lleva luego a sumarte a los organismos de derechos humanos?
—En 1970 empecé a estudiar letras y mi hermana Miriam psicología. Nosotras tuvimos siempre una relación muy fuerte por ser gemelas y después de hacer juntas la primaria y la secundaria tuvimos una separación –se podría decir– política, pero no afectiva, porque ella comenzó a militar en la Juventud Peronista junto con su compañero Roberto De Vicenzo; y yo militaba en la agrupación trotskista Unión de Juventudes por el Socialismo. Y aunque no voté a Cámpora, cosa de la cual me arrepiento, tengo una anécdota muy curiosa: mi hermana se había ido con su amiga Zunilda Gavilán a Santa Elena, a organizar la JP para las elecciones en las que se presentaba el Tío, y me pidió a mí que por favor votara a Cámpora y a Solano Lima. Entonces, a la mañana fuí con una ropa a votar en blanco y a la tarde fuí con otra –y con su documento– y voté la fórmula que ella me había pedido. Y como éramos tan parecidas nadie se dió cuenta.

—¿Cómo fué tu militancia?
—Yo tuve una militancia prácticamente estudiantil. A pesar de que decíamos que éramos un partido obrero no tuve mucho contacto con los obreros y creo que comencé a conocer a los pobres cuando terminé el profesorado de maestra primaria y fui a trabajar en el barrio Las Flores, en la escuela 756. Ahí conocí realmente lo que era la pobreza.

—¿En qué año comenzaste a trabajar en la escuela?
—Eso fue más o menos en el año 84, ya en democracia. En 1980 decidí estudiar el profesorado pero cuando pedí el certificado de buena conducta no me lo quisieron dar porque había estado detenida y tenía antecedentes. Entonces me dijeron que me tenía que presentar en el Servicio de Informaciones y como yo ya estaba jugada y quería hacer algo, ya que había pasado tantos años en el ostracismo intelectual, me presenté en el SIante la oposición de toda mi familia y de Juan, mi marido, y aunque me lo dieron y pude volver a estudiar, me hicieron pasar un muy mal momento.

—¿En qué año te detuvieron?
—En mayo del 77. Nos allanaron un sábado al mediodía. Nos rodearon la casa, eran muchísimos, a mi marido le hicieron un simulacro de fusilamiento y lo golpearon mucho. Estaban buscando a su hermano, que era delegado en una fábrica en San Lorenzo, pero como ya había desaparecido mi hermana y sabíamos lo que le podía pasar, no dijimos donde vivía. Peroo igual a mi cuñado lo encontraron.

—¿Y dónde te llevan cuando te detienen?
—Estuvimos detenidos en el SI durante 11 días. Ahí me entero que mi hermana, que había sido secuestrada el 27 de septiembre de 1976 por la mañana, había sido asesinada. Los sobrevivientes que estaban ahí me lo dijeron. Y también que Roberto había estado ahí, que fue maltratado y torturado, como todos, y que después lo sacaron para matarlo.

El encuentro con Familiares
—¿En qué momento comienza tu militancia enfocada en los DDHH?
—Cuando yo salgo de ahí, embarazada de cinco meses y sabiendo que mi hermana había muerto, al igual que mi cuñado, salí muy mal pero igual no me quería dar por vencida. Mi cuñado, Hugo Cheroni, hermano de mi marido, estuvo unos meses más en el SI y después lo trasladaron a la cárcel de Coronda donde pasó varios años. Imaginate como fue el año 77: mi hermana y su compañero desaparecidos, mi otro cuñado preso y su esposa, que había sido detenida con nosotros, había sido violada. Una cosa espantosa que nos enteramos ahora porque ella lo calló durante mucho tiempo. Entonces Juan fue a visitar a su hermano y los presos le informaron que hacían una misa para fin de año en Coronda y la celebraba Monseñor Zaspe.

—¿Y fuiste a la misa?
—Sí, fuimos. Me acuerdo que fue en los primeros días de diciembre porque el 10 secuestran a las monjas francesas que salieron en el diario con un cartel que decía Montoneros y vino mi suegra, a pesar que tenía el hijo preso, a decirnos que no fuéramos porque tenía miedo de perder a otro hijo. Pero nosotros fuimos igual. Ahora no sé si lo haría, pero en ese momento estábamos desesperados y nos fuimos con el bebé en un Citroen que teníamos. Se hizo en una plaza, ahí me encontré con gente conocida, estaba la mujer del Negro Jaime, que había sido detenido con nosotros en el mismo operativo y pasó también por el SI, y ella me dijo que contactara a Maria Rosa White.

—¿Y la contactaste?
—Si. Y conocí a su marido, que murió al poco tiempo, a Lucrecia Martinez, a Fidel Toniolli y a Norma Vermeulen. Recuerdo que se hicieron varias misas durante la dictadura, incluso había una que se hacía en un barrio muy alejado, en una capilla muy pobre y también el cura decía: «tenemos compañeros desaparecidos» y pedía por la libertad de los presos. Después de un tiempo me presenté con mi mamá en el local de familiares, en la cortada Ricardone, y empezamos a participar. De gente joven creo que éramos Ana Ponce, que había perdido a su marido y tenía tres chicos, y Lilian Echegoy, que tenía a su hermano preso.

—¿Ese es el momento en que te vinculás con Familiares?
—Sí, nos había prestado el local la Liga, pero nosotros éramos de Familiares. Había muy pocos jóvenes porque imperaba el terror. Recuerdo que una vez hicimos una marcha y éramos tan poquitos, sólo los viejos y nosotras. queríamos llegar hasta la catedral, a poner unas flores, y anduvimos por todo calle Córdoba.

—¿En qué año?
—Habrá sido en el 79. Me acuerdo que llevábamos puestos unos brazaletes de tela para identificarnos que decían Familiares y que mi mamá cuando vió que venía la policía y que eran más que nosotros se largó a llorar y me dijo «Ana por favor sacatelo» y yo me lo saqué pero seguí caminando. En esa etapa de Familiares las Madres también estaban nucleadas ahí y recuerdo que hacíamos comidas en la cortada Ricardone para recaudar fondos. Venía muy poca gente, y una vez Fidel Toniolli dijo «Hay que tener muchos huevos para venir acá». Y después íbamos a visitar gente como Borgonovo, Oscar Blando y otros que aunque no coincidieran en todo con nosotros estaban en contra de la dictadura y nos ayudaban. Después nos fuimos a otro local, que también nos prestaban porque no teníamos dinero, y recuerdo que en el 80 cuando Fidel viajó en representación nuestra a la ONU pagaron el pasaje los compañeros de Familiares en Capital, porque nosotros no manejábamos dinero y hacíamos todo a pulmón, poniendo guita nuestra.

Los testimonios

—¿Desde un primer momento en Familiares se dedicaron a reunir información sobre la represión de la dictadura y los desaparecidos?
—Sí, pero todos decían muy poco porque todavía tenían la expectativa de que iban a volver sus familiares y como no querían comprometerlos no iban a decir que estaban tirando volantes de Montoneros. Se dice que se negó la militancia, pero no. Incluso en los informes de inteligencia de aquella época, que se pueden consultar, la policía sabía todo lo que hacíamos en Familiares, a qué lugares habíamos ido y con quién hablábamos. Nosotros sabíamos que nos vigilaban, aunque nunca nos imaginamos que lo sabían todo.

—Pero siempre vieron la importancia de documentarlo todo…
—Sí, y se profundizó mucho cuando empezaron a salir los compañeros que estaban presos como por ejemplo María Eugenia Saint Girons, que sabía que estaba presa pero no sabía que había salido, el Chinche Medina, Chichín Ruani, que habían estado presos un montón de tiempo y habían visto desaparecidos.

—¿Ustedes ya pensaban en que se pudieran juzgar los crímenes de la dictadura?
—Hacia fines de la dictadura se forma un equipo jurídico, integrado por Familiares y por APDH, que nombró a Delia Rodríguez Araya y un equipo de colaboradores en el que estaban Alicia Lesgart, la Negra Diez, Darwinia Gallicchio, Cristina Vernengo y yo, que no tomé muchos testimonios porque me hacía muy mal.
En el 83 presentamos un Hábeas corpus colectivo y por primera vez nos llamaron a declarar y fuimos. Todo con una máquina de escribir vieja que no funcionaban bien las teclas y con Delia que era incansable. Y también llamaron a los represores que tenían una actitud de impunidad total, al punto que El Ciego Lo Fiego le dijo al sumariante «Usted tiene barba, ha de ser marxista». Se reían de nosotros y creían que nunca llegarían a estar presos con cadena perpetua como ahora.

—¿Y el Juicio a las Juntas?
—Con Delia y Alicia fuimos a Buenos Aires cuando les tocó declarar a los compañeros de Rosario y fue impresionante. Cuando declararon Carlos Pérez Rizzo y Gustavo Piccolo, nosotros estábamos en la parte de arriba y como sabíamos todos los testimonios de memoria, cuando se olvidaban de algo lo decíamos en voz baja. Fue increíble verlos entrar después de todo lo que había pasado.

—Y después lamentablemente no se pudo seguir juzgando a todos los responsables.
—Fue una frustración muy grande porque vinieron las leyes de impunidad y quedaron condenados muy pocos. Pero nosotros seguimos militando y aunque después llegaron los indultos de Menem, nos convocamos en la Plaza de las Madres espontáneamente para manifestar nuestro rechazo y tengo en mi casa las fotos de las marchas contra los indultos con mi hija Clara y mi sobrino Darío. Y después los organismos buscamos los resquicios que nos permitieran seguir adelante como la apropiación de niños secuestrados y los Juicios por la Verdad.
24 de marzo de 1996

—Antes de los Juicios por la Verdad se da un momento muy importante para los organismos de DDHH con la marcha por los 20 años del Golpe.¿Cómo recordás esa fecha?
—Eso fue impresionante. Antes habían hecho una charla Familiares y APDH, donde hablaron Rubén Naranjo, Fidel Toniolli y algunos más. Yo fui con mi sobrino Gustavo, éramos 15 ó 20 personas, y recuerdo que Rubén con la sensibilidad que tenía dijo: «Somos pocos pero seguimos, con una persona ya basta». Y recuerdo que me encontré con la Peti Luna y dijimos «esto no puede pasar» y empecé a trabajar otra vez en Familiares junto con la APDH. Yo estaba militando en Amsafé y ellos nos prestaron el lugar. Ahí hicimos todos los afiches y me pasé un mes encerrada. Y otro hito fundamental fue el nacimiento de HIJOS. Yo creo que ahí me di cuenta de que no nos habían derrotado y que la lucha seguía. Seguían los hijos de los compañeros y también otros que no habían militado. Porque la dictadura golpeó a todos, no solamente a los militantes.

Fin de la impunidad

—¿Cómo viviste la derogación de las leyes de impunidad y que se reabriera la posibilidad de juzgar los crímenes de la dictadura?
—Eso fue un avance impresionante que nos dió una gran confianza. Por eso muchos militantes de DDHH estamos apoyando a este proyecto nacional y popular. Y pese a que jamás fui peronista y ni siquiera lo voté a Néstor, aunque después sí voté a Cristina, estoy convencida de que este es el mejor gobierno que hemos tenido y que en los 61 años que tengo de vida nunca hemos estado de esta forma. Y por último quisiera recordar a todos los compañeros de Familiares –donde estábamos todos juntos, madres, hermanos, padres, hijos– y decirles que aquí estamos, que seguimos en la lucha.

“Los jóvenes se enamoran de la política”

—¿Qué le dirías a los jóvenes militantes de hoy?
—Primero que el trabajo individual no sirve. Cuando nosotros empezamos a denunciar las desapariciones de mi hermana y mi cuñado lo hacíamos solos pero cuando nos vinculamos con Familiares ya fue proyectar y avanzar mucho más. También que aún en las peores condiciones uno puede resistir. Nosotros teníamos un milico en la esquina de la cortada Ricardone viendo todo lo que hacíamos, registrando todo, y resistimos igual. Yo empecé a militar con 18 años y no he parado y aunque dediqué muchas horas de mi vida no me arrepiento porque creo que es una elección de vida. Igual, que ahora los jóvenes se enamoren de nuevo de la política y estén militando para que podamos tener un mundo mejor, con más igualdad y educación, me parece maravilloso. Y la verdad que hemos avanzado mucho y que nunca pensé que a esta edad íbamos a tener una década así.

“Hemos luchado por las libertades democráticas”

—¿Cómo convivían las distintas ideologías dentro de los organismos?
—Bueno eso pasó con nosotros en Familiares. Éramos un grupo donde había mamás que no estaban politizadas, había padres que eran militantes de partidos, pero salimos a trabajar todos juntos aunque tuvimos diferencias y peleas. Fue una lucha en conjunto con gente de muy diferentes extracciones, diferencias ideológicas y culturales pero que teníamos el fin común de buscar a nuestros familiares, que los genocidas fueran juzgados y que las abuelas pudieran encontrar a sus nietos. Hoy nos vemos y sentimos que tuvimos un camino en común, un camino en conjunto que sirvió para esto. Lástima que muchos murieron. Pero lo más destacable es que hemos sido un movimiento democrático y hemos luchado por las libertades democráticas. Y un ejemplo de esto son las Madres, los represores pensaron que sacándoles a sus hijos ellas se iban a quedar en sus casas y sin embargo se juntaron, se politizaron y siguen aún, pese a que algunas tienen más de 90 años, y creo que esto va a quedar en la historia. Además, muchas de las Madres, por su generación, eran mujeres que estaban en su casa cuidando a los hijos, y sin embargo algunas están muy politizadas y apoyando este proyecto porque ven bien quién es el enemigo en este momento y donde la derecha está haciendo cosas para hacer tambalear el gobierno. Pero estoy segura que no lo van a conseguir y que tenemos que salir a defender el modelo.

Este artículo fue publicado en el suplemento Diario de los Juicios de la edición 135 de El Eslabón. Ana Moro declara en el juicio Feced II este jueves.

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