Yo no sé, no. “Extra, extra”, voceaba doña Dominga en sus horas de canillita. Bien temprano arrancaba en Mendoza y Santiago ya que vivía cerca, hasta principios de los sesenta, en una casa inquilinato –ahora le dirían casa chorizo– de San Juan al 2400, donde también moraba un taxista y compartía patio con la familia de un flaco medio sordo que en sus horas libres levantaba quiniela. En esa misma cuadra, primero estuvo el cine Cervantes, luego Roxi, para transformarse finalmente en un bar grande, enorme, como casi todos los de la zona. Por suerte, los cines cuando cerraban no se convertían en supermercados o templos religiosos. O, mejor dicho, en otros templos donde se perdían las horas –o ganaban las horas libres– entre quiniela o relaciones del barrio, y donde hasta programaban acciones en plena resistencia que ejecutaban ahí nomás, por Oroño, donde según el Flaco vivían los cogotudos antiperonistas.
Doña Dominga vendía diarios hasta la tarde, en esa época había diarios con más de una edición. Más cerca en el tiempo, los del Superior, los de la Dante y los del Urquiza, en sus horas libres, los bares eran lugar de reunión. Eso sí, no tan grandes como los primeros, de los sesenta. Y más acá en el tiempo aún, y más lejos del centro, Carlitos con la bici se pedaleaba desde barrio Alvear hasta barrio Plata, y comentaba que con las horas extras se estaba terminando la casa. Camino al laburo, cruzaba por el club Las Palmeras, el mismo donde una vez cantó Magaldi o –para un carnaval– la primera voz de los Iracundos. Hoy, Las Palmeras trata de sobrevivir con socios que tengan las horas libres necesarias para ir a perderlas ahí. También desde este barrio y desde temprano, jóvenes en moto o con su primer autito van todos los días hacia la zona de General Alvear, donde está la automotriz que en plena producción se manda 35 autos por hora, o sea un poco más que medio auto por minuto. Y aunque los sueldos son buenos, las horas extras son muy apreciadas.
Hubo un tiempo en que los bares amagaron con achicarse y comprimir el tiempo, con almuerzos ejecutivos, casi como para morfar de parado. Alguien me dirá que tanto papel y tantos diarios es una pérdida de tiempo. Y de dinero. Si para enterarse de que las empresas anuncian que no hay horas extras como forma de hacer sentir un ajuste basta con un canal de noticias, no sé. Alguien también me dirá que las horas en los bares para lo lúdico, como las horas libres de los secundarios, es una pérdida de tiempo pudiendo adelantar el estudio con sólo meterte en internet, o comunicándote con algún otro en la web. Que Carlitos debiera dejar la bici y con un autito ganar unas horitas para invertirla en horas extras. Que el Cervantes y el Roxi eran enormes, y el mismo bar también. Que hubo gente que en sus horas libres se dedicó a sacarle el jugo a esos metros para que haya más gente en menos espacio… No sé. A lo mejor algún día, cuando haya plena ocupación, la noticia “Se suspenden las horas extras” no sea tan mala, pues en ese tiempo se podrá disfrutar de las horas libres.