Foto: Manuel Costa
Foto: Manuel Costa

La palabra autopsia proviene del griego y quiere decir ver por uno mismo. Según los anales de la medicina occidental, esta práctica data de principios del siglo XIV, cuando un juez en Bolonia ordenó que se lleve a cabo lo que más tarde se conoció como la primera autopsia legal, destinada a esclarecer la causa de un deceso. Sin embargo existen antecedentes de cosificación del cuerpo humano desde el siglo III a.c. Mientras que en el arte, el abordaje de cadáveres como objetos de estudio ha contado con personajes célebres como Leonardo Da Vinci y Michelangelo Buonarroti. Pero siempre, ya se trate de cualquier disciplina, bajo los exclusivos fines de comprender la anatomía humana.

Si concebimos a la sublimación como el desplazamiento de un objeto bruto que supuestamente satisface alguna pulsión básica hacia una forma cultivada de satisfacción, podríamos decir entonces que subyace un goce morboso en un médico que disecciona un cuerpo, un goce que sólo puede admitirse dentro de la profilaxis de la negación y el desprecio.

De allí, que la muestra Bodies (cuerpos en inglés) no esté exenta de polémica. La exhibición que desde 2005 ha sido montada en diversas partes del mundo, cuenta con una decena de cuerpos humanos y de animales conservados mediante una técnica conocida como plastinación, desarrollada por el anatomista alemán Gunther von Hagens en 1970. Pero a diferencia de la galería que se encuentra en la facultad de Medicina de Rosario, en donde se exhiben fetos, cadáveres y piezas anatómicas diversas sin más preparación que aquella que las conserva, Bodies denota una clara intención estética. Muestra a los cuerpos y sus vísceras, no exclusivamente como objetos de ciencia, sino como objetos de arte, no enfrascados en formol, sino dispuestos armónicamente, meticulosamente iluminados, coreograficamente inertes.

Algunas de las siluetas emulan practicar actividades como bailar o jugar al tenis, otras lucen incisiones de precisión simétrica. Pero quienes guían la muestra no son licenciados en arte, sino jóvenes médicos que visten en ambo, que desconocen la procedencia de los cadáveres, pero son capaces de detallar los vericuetos de la técnica mediante la cual fueron momificados.

Para algunos pensadores, la diferencia entre arte clásico y moderno reside en el desplazamiento del objeto al sujeto. Una escultura de la antigua Roma podría ser apreciada sin un saber específico, habría una belleza que reside en esa ella que sólo necesitaría ser descubierta, mientras que una pintura de principios del siglo XX, como Cuadrado negro sobre fondo blanco del ruso Malevich, demandaría una sensibilidad que no sería común a todos los sujetos, sino que necesitaría de un bagaje teórico adquirido previamente. Una cruzada que recuerda a las categorías kantianas de la construcción del saber contra las aristotélicas.

Sin embargo, existe una fuerte corriente de pensadores que postula que la obra artística, ya sea clásica o contemporánea, no reside en el objeto como tampoco en el saber del sujeto, sino en la experiencia, el encuentro entre ambos.

Bajo esa premisa, este cronista se acercó a Osvaldo, un jubilado que contemplaba atónito una figura que parecía estar practicando tai chi: “Ver a estos cuerpos sin ropas, pelos ni piel, me recuerda que somos todos iguales. Me producen algo esperanzador difícil de explicar”, comentó bajito este señor mayor. Por otra parte, Mariela, una joven empleada de comercio, alcanzó a lanzar la sentencia “horripilante”, antes de salir apresurada de la sala de muestras.

Para Augusto, un primerizo estudiante de medicina que observaba con minuciosidad una columna vertebral dispuesta en una pecera, la muestra le permitió ver de manera palpable “cosas que sólo conocía en los libros”.

Los cuerpos están desnudos, de ropa y piel, pero los viste una luz cuidada, el corte simétrico, la mutilación quirúrgica, la disposición ascética. Están al alcance de la mano, pero “plastinados”, son muñecos, pero no lo son, son cadáveres, pero no parecen, son estudios anatómicos, pero expuestos como piezas de arte, inertes, pero en pose de danza o coreografía marcial. El montaje y el lugar de la instalación pretende ser una galería de arte, pero es un salón multipropósito y quienes guían la muestra le dan o hacen todo por darle una impronta pedagógica. En la entrada hay un cartel que advierte que menores de doce años pueden ingresar, pero escoltados por un adulto, es decir, es una puesta apta para todo público, pero a la vez escondida, a resguardo de ojos sensibles. No hay gigantografías, ni banners, sino un tímido cartel hecho con impresora hogareña que anuncia “Bodies, los misterios del cuerpo humano”.

¿De dónde vienen los cuerpos?

Según Carlos Rodríguez, uno de los anatomistas convocados por la organización al ser consultado por este medio, dijo que los cuerpos, de origen chino, responden a donaciones realizadas por particulares, quienes habrían cedido sus cuerpos para que una vez finalizadas sus vidas sean utilizados para estudio científico. Sin embargo, según el artículo de Wikipedia sobre Bodies, los cuerpos que conforman la exposición fueron donados por la policía china debido a que nunca fueron reclamados, y en la web oficial de la muestra, figura una clausula de exención de responsabilidad que dice “esta exposición muestra los restos humanos de ciudadanos chinos o residentes que originalmente fueron recibidos por la Oficina de Policía China. La Oficina puede recibir órganos de cárceles chinas. Premier (la empresa que coordina la muestra) no puede verificar de forma independiente que los restos humanos que se están viendo no son los de las personas que fueron encarcelados en las prisiones”.

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