04 Lanata (tvblog)
Foto: TV Blog.

Es tiempo de candores indignados que alientan a algunos y enardecen al resto. Para quienes el velo cayó hace rato y desde entonces saben cómo y cuánto es capaz de mentir y operar sin escrúpulos un medio de comunicación hegemónico en la escena social, económica, por tanto en la política, escuchar el despertar de muchos que recién ahora le vieron la verdadera cara a Belzebú, quedan dos caminos: o dejan florecer lo alentador que representa esa tardía –y gradual– revelación, o despotrican contra una hipotética impavidez social que demoraría la llegada de lo obvio al inconsciente colectivo. La primera opción, suma. Sana. La segunda, invita a probar el diván o cualquier otra técnica psicoterapéutica. Enferma.

Por complejas razones, que se entrelazan con la simpleza del recurrente derrape de los últimos tiempos, cada vez más gente toma nota, no ya de las explícitas posiciones pro o anti oficialistas de los medios hegemónicos, sino de algunos recursos sistemáticos de que se valen éstos en un intento, también desembozado, por ejercer el liderazgo de la oposición política, jaquear la gestión del gobierno nacional e imponer al próximo mandatario, de tener éxito, un programa económico y social, por ende político, en absoluta sintonía con sus intereses y los de sus asociados empresariales, financieros, sindicales y, relegados al furgón de cola, los socios menores, los dirigentes políticos que se encuadran en el círculo rojo, los candidatos a ejecutar ese plan. Líderes módicos, posibilidades de éxito más moderadas aún, expectativas de ocupar un mínimo espacio en los libros de historia, decididamente nulas.

Si ése es el destino patético que le espera a la dirigencia política anclada en la obsesiva idea de la inutilidad de enfrentar al poder establecido –ante el cual sólo queda rendirse y aceptar su conducción estratégica– al menos debería analizar cómo están los números, qué resultados les está dando, qué dividendos se podrían ir cobrando, habida cuenta de que la estrategia de las corporaciones tendientes a socavar el poder del kirchnerismo lleva en ejecución un tiempo ponderable.

La compostura perdida

La escena bien podría haber sido usada para la parodia chaplinesca que se hace de Adolf Hitler en El gran dictador. Un impávido soldado de vanguardia, binoculares en mano, ve acercarse una poderosa columna de tanques enemigos. Su ejército está al tanto de la presencia de blindados, pero no sabe si podrán detener tamaño poder de fuego. El observador no está atónito por constatar tan peligroso avance, sino por lo que de pronto empieza a suceder. Uno a uno, los tanques inician una especie de torpe coreografía: unos derrapan y quedan varados en la banquina fangosa; otros vuelcan en forma aparatosa y quedan panza arriba y con sus orugas girando locamente sin fin, como Gregorios Samza tecnoimpotentes; algunos patinan por un sueño en el congelado asfalto de la carretera y siguen sin control hasta chocar con otros, llegando incluso a escucharse disparos de ametralladoras que evidencian el nerviosismo de los tiradores, desorientados ante el caos circundante. «Un ejército desquiciado», piensa el soldado observador, que limpia las lentes de sus binoculares a cada minuto. No puede dar crédito a lo que acontece. Las comunicaciones con su retaguardia están cortadas. «Muchos ya estarán pensando en rendirse», conjetura el adelantado.

Si se leyera bien el estado de cosas en la Argentina, la ofensiva lanzada por las corporaciones contra el gobierno nacional, cuya punta de lanza son los grupos mediáticos hegemónicos, es un calco de la patética performance de los tanques fuera de todo control.

Una experiencia intensa. Ver en su show humorístico a un Jorge Lanata excitado al relatar el presunto viaje del vicepresidente Amado Bodou a Carmelo, Uruguay, portando dos bolsos con dinero, cuyo destino sería algún banco oriental o una triste cueva financiera, con los horarios precisos de egreso y reingreso al país del funcionario mencionado. Escucharlo decir, una vez más, que la información que se difunde en ese espacio es «recontrachequeada», refuerza la gravedad del contenido de la denuncia. Le sube el precio a su show, acaso le sume puntos de rating. Enterarse en otro canal, la TV Pública, que el mismo día y a la misma hora en que Boudou debería estar contando billetes en un avión particular rumbo a Carmelo el vice estaba recibiendo en el Senado que preside al ex presidente de Brasil Inacio Lula Da Silva, equivale a ver al tanque derrapar en un fango poco elegante.

Una experiencia indignante. Constatar, una semana después, que Lanata ni se tomó el trabajo de pedirle disculpas a su público por difundir la fábula del bolsero K. Una prueba de que el ejército loco que Charly García describió en los años ’70 ya no se entrena en cuarteles militares, ahora la mesa de arena está en los sets de televisión. Y la arena, movediza.

¿Infalibles? ¿Intratables? ¿Relato de época?

Si la primera generación de empresarios de medios periodísticos escritos tiene como ícono a Bartolomé Mitre y su desaforado afán por relatar –fabular, en verdad– la historia nacional e imponerla no sólo como la oficial, sino como la única; la segunda, la de Natalio Botana y Roberto Noble, ya mostraba estar advertida de que era más rentable dejarle la historia a los historiadores y dedicarse a negocios para los cuales sus diarios eran una plataforma casi infalible. De paso, algo de historia iban cincelando desde sus tapas y páginas interiores.

Ahora bien, la tercera camada es más compleja, pese a que las mandíbulas de tiburón son lo primero que dejan ver de sí mismos los propietarios y/o CEOs de empresas de medios hegemónicos.

El común denominador de esa elite poco analizada en su conjunto debido a enfrentamientos intestinales entre miembros, es que una abrumadora mayoría de ellos no son fundadores. El Grupo UNO sería una excepción, si no la única. O son los herederos –familiares o gerenciales– de los fundadores, o bien forman parte del grupo de nuevos dueños que compraron esas compañías antes de 1990, o pertenecen al lote de nuevos empresarios o financistas que, desde los tiempos de Carlos Menem y hasta la fecha, se lanzaron a invertir en medios y usan a éstos como medio de presión política para conseguir buenos enjuagues con el Estado, o para que éste mire hacia otras galaxias que no se entrecrucen con sus negocios. También sienten algo de ese latido romántico que pugna por dejar huellas en la historia, pero ninguna épica será tan importante como para interponerse entre ellos y una buena parva de billetes.

Los une algo más. La única relación posible que conciben con la política es la del chantaje. Si la clase política se somete, tendrá buena prensa, si no, sabrá quiénes son y de qué son capaces los capangas mediáticos 3G.

La batalla entablada entre el kirchnerismo y los grandes oligopolios informativos, especialmente Clarín, generó que una buena parte de la sociedad hiciera foco en el vacío conceptual de algunas presuntas verdades consagradas y se pusiera más alerta en torno de contenidos, discursos, agenda, información, editoriales, etc. Pero el peso que sigue teniendo determinado estilo y tratamiento de la información y de la elaboración de informes y noticias –que vale reiterar, muchas veces rozan el absurdo–, demuestra que otra masa ponderable de público le da valor a esas denuncias y le sigue otorgando crédito a medios y periodistas que lucen uniformes de tanquistas desenfrenados.
Ahora, cabe analizar si esa batalla no le subió el precio a algunos generales mediáticos, habida cuenta de los resultados políticos de quienes patrocinan en pago de su vergonzosa sumisión. No parece infalible Héctor Magnetto desde que tomó nota de que la vieja máxima que rezaba «ningún presidente resiste tres tapas de Clarín en contra» tenía fecha de vencimiento mayo de 2003. ¿Cuántos lectores perdió El Gran Diario Argentino? ¿Cuántos oyentes Radio Mitre? ¿Cuántos televidentes TN y El Trece? ¿Y Perfil? ¿Y La Nación? ¿Y La Capital? ¿Y El Litoral?

¿Son infalibles? ¿Son intratables? ¿Están a la altura de ser los guionistas del relato de una época o los enceguece un ansia de revancha, un rencor enmascarado por las luces de los sets, la grandilocuencia de tapas megalómanas y los insultos de algún converso fastidiado con sí mismo? Gritos, insultos, voces que tapan a otras toses que tapan a otras coces que pegan en los tobillos de otras pobres almas que miran con desazón una pantalla donde reina la antipolítica en estado puro: o sea, decenas de baldes de bosta chirle de vacas drogadas por la ingesta de alfalfa pútrida.

Hijos de Mauro. Hijos de Leuco. ¿Por qué no, entonces, hijos de Samantha Farjat, de Silvia Suller? Hijos de la probeta de CEOs que diseñan la estrategia discursiva y actoral de tipejos y tipejas que ponen en juego sus candidaturas a voceros de esos CEOs. Hijos de un pedazo de historia que se escribió con sangre en las redacciones donde dejaban su surco los zapatos caros de Chiche Gelblung, que persiste en hacerle descorchar el Dom Perignon a Jorge Altamira. Hijos de un relato que incluye una camilla de torturas donde se obligó a una mujer indefensa ceder las acciones de Papel Prensa al Grupo Clarín y asociados.

Muchos de esos hijos deberían agradecer a Néstor y Cristina Kirchner la laboriosa tarea de recuperar la política, volver a prestigiarla como medio para lograr cambios profundos a favor de los más vulnerables. Que la política haya sido puesta en valor en estos doce años les permite opinar de política y disimular que en esa materia son verdaderos iletrados.

Opereta berreta

Uno de los últimos intentos de Clarín en su enconada cruzada anticorruptela K fue la denuncia por un presunto incremento irregular del patrimonio del ministro de Economía Axel Kicillof.

Todo comenzó con la denuncia presentada por el abogado Santiago Dupuy de Lome, quien dijo que el patrimonio del ministro pasó de 1,2 a 1,8 millones de pesos en un año. Clarín rebotó la presentación judicial con su estridencia brutal y habitual.

Kicillof respondió que su declaración es pública y que el crecimiento responde al «revalúo» de sus dos propiedades adquiridas antes de llegar a la gestión pública, entre otras cuestiones. «A la denuncia la levanta Clarín para sumarla a otra mentira anterior, en la que decían hace un mes que ganaba 400 mil pesos al mes como director de YPF».

Aunque a Clarín no le importó ni un poquito, Santiago Dupuy de Lome es un denunciante serial, lo cual abunda en todo tribunal, pero tiene una rara tendencia a la exposición. En la foto de perfil de su página de facebook el tipo está abrazado a Mauricio Macri. La denuncia la presentó diez días antes de las elecciones porteñas.

Publicado en El Eslabón

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