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“La perrada”. Al menos hasta hace algunos años, canas y milicos denominaban así a la tropa. Y está claro que en tiempos de Macri, a “la perrada” la están sacando a la calle a reprimir. En Buenos Aires provincia, en la CABA, en Santa Fe provincia y capital, en Rosario, no importan mucho las ciudades, los nombres de sus gobernantes o los colores partidarios tanto como la idea de que la policía y otras fuerzas de seguridad están destinadas al control social y no a proteger a la comunidad del delito, como recurrentemente se escucha de boca de los responsables políticos de esos cuerpos policíacos.

Los episodios de abuso de poder, malos tratos, detenciones arbitrarias, torturas, procedimientos ilegales y segregación por origen social y/o político son cada vez más frecuentes desde diciembre pasado, cuando Macri y su gobierno tomaron posesión del mando en la Argentina.

La complicidad de los medios hegemónicos a la hora de maquillar esa estrategia es vergonzante. Al día siguiente de la nueva declaración de Cristina Fernández de Kirchner en los tribunales federales de Comodoro Py, el diario La Nación titulaba lo siguiente: “Di Tullio denunció que fue golpeada por la policía en Comodoro Py y Bullrich defendió el operativo: «Salió perfecto»”. Ya en la bajada, el matutino de los Mitre ampliaba: “Ayer hubo un fuerte operativo policial en medio de la manifestación kirchnerista por la declaración de la ex mandataria”. Naturalizar el “fuerte operativo policial y justificarlo en que había una movilización, y encima K, es una sola cosa para este periodismo de guerra.

Vale la pena analizar los dichos de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, más allá de que para ella «el operativo salió perfecto».

En declaraciones a Radio Nacional, Bullrich mandó preso a Alejandro Slokar, presidente de la Cámara de Casación, y reveló que fue ese magistrado quien ordenó el operativo de custodia.

Pero más fuerte fue su consideración política del episodio: «El Estado estuvo ahí para cuidar el lugar. Se pusieron los efectivos que se consideraron adecuados», interpretó Bullrich. La Nación va más allá, dice que la funcionaria “aprovechó la oportunidad para cuestionar a las agrupaciones kirchneristas, que en la anterior indagatoria de Cristina Kirchner, en abril, montaron hasta un vallado propio para resguarda a la ex mandataria”, como si eso no fuera motivo de elogio a la organización pacífica.

Bullrich prosiguió: «Se mostró claramente que el Estado es el que cuida a los ex presidentes y no permite una paralelización del Estado por parte de fuerzas políticas que quieren dominar el territorio». Por si hiciera falta, descerrajó otro balazo a la tradición histórica política callejera de la Argentina: «El territorio lo tiene que cuidar el Estado y fue con orden judicial. La queja (de las organizaciones) es porque hay una clara pérdida de control que se ejercía». ¿Habrá alguna forma más clara de confesar que “la perrada” está para ejercer el control de la protesta social? ¿Existirá una mejor y más explícita declaración del principio “No nos importa que lo hagan bien, nos interesa que no lo hagan”?

Nada de esto forma parte de la lectura de los medios corporativos. Siguiendo con la crónica de La Nación: “El mayor momento de tensión de ayer (por el lunes pasado) ocurrió cuando Cristina Kirchner salía de declarar ante el juez Julián Ercolini y en las inmediaciones de los tribunales había unos 5000 simpatizantes de la ex mandataria. Allí, el cordón policial se enfrentó con algunos militantes. El episodio terminó con la ex presidenta abriéndose paso en medio de una marea humana”.

Nada de eso que narra el matutino porteño es inexacto. Sin embargo, las implicancias y consecuencias de todo ese escenario son omitidas. Porque lo cierto es que el lunes 31 de octubre CFK corrió peligro físico. En otro contexto, esto hubiera sido el eje de una reflexión metodológica en cuanto a la organización, pero en esta coyuntura que se acaba de describir, se trata de un dato político.

El lunes ese, CFK podría haber terminado aplastada por los propios compañeros, sufrir un accidente menor o un episodio de asfixia, cuanto menos, y se torna preciso ponderarlo en clave política, porque dadas las verborrágicas explicaciones de Bullrich, la responsable del “operativo perfecto”, no importa si la ex mandataria está más segura si las vallas o protecciones las ponen los militantes. Que Cristina esté segura –o no– es cosa del Estado, y el Estado es ella, Macri, Cambiemos.

Hay que ver el video completo desde que CFK decide afrontar con su cuerpo la embestida de los efectivos desplegados por la cartera de Seguridad. En determinado momento los compañeros que rodeaban a la ex presidenta estuvieron a punto de ser desbordados, no por la cana, sino por el propio movimiento informe de la multitud. Un poco más de presión sobre ese insuficiente cerco humano hubiese sido fatal.

Ahora bien, si le llega a ocurrir algo a CFK, cabe reflexionar en torno de las consecuencias mediatas e inmediatas. Y si éste no es un dato político, quien esto escribe promete dedicarse a relatar deportes extremos.

CFK presa parece que no da la categoría para que pueda afrontarlo el escuálido boxeador que es el gobierno de Macri a 10 meses de asumir. Herida, accidentada o algo peor es otra cosa, y máxime si se puede achacar eso a “la militancia”, a sus desbordes, a la ocupación ilegal del espacio público, conceptos que se siembran no para el momento, sino para cosecharlos en el momento propicio.

Pero la preocupación de la dirigencia política que le está dando oxígeno a una gestión que parece obsesionada más por la rapiña financiera a cumplir que por gobernabilidad real debería centrarse en que si la ex jefa de Estado no constituye un límite para la diagramación criminal de dispositivos de provocación policial, está muy claro que frente a la “militancia común” esos planes merecen menos contemplaciones aún.

El macrismo quiere provocar un hecho de sangre. Sería el mayor beneficiario. Las víctimas serán peronistas, como casi siempre ha sido. Los que se dicen peronistas tal vez estén excluyendo de esa fuerza política al kirchnerismo. Ya lo hizo la Triple A y la derecha peronista con la JP y Montoneros para facilitar una masacre que no tuviera muertos del “Movimiento”. Los tiempos son otros, vaya si se sabe y se valora. Pero que no quepa duda alguna, los que votan a mano revoleada lo que ordena el macrismo no sólo serán cómplices del mayor fraude político, económico y social desde Videla y compañía: también recaerá sobre sus espaldas el haber ayudado a abrir la Caja de Pandora de la represión. Como Fernando de la Rúa antes de irse rodeado del sonido de las aspas oficiales.

Fuente: El Eslabón

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