Las operaciones mediático-judiciales ya no llegan a camuflar del todo el plan de saqueo que comanda la banda liderada por Mauricio Macri. Sin embargo, las consecuencias de tamaño crimen social son el hambre, la pérdida de vidas y un irrespirable clima de violencia social.

Con un puñado de fotocopias de presuntos cuadernos de un chofer que dice que transportó bolsos de dinero producto de la “corrupción K”, al juez patibulario Claudio Bonadio le alcanzó para meter presos a ex funcionarios y empresarios.

No debería sorprender a alguien que con el testimonio de un chofer que asegura haber escrito un diario se arme un presunto esquema de sobornos multimillonarios en torno de la obra pública del kirchnerismo.

Un periodista de La Nación retuvo tres meses sin dar aviso a la Justicia sobre lo que debería ser la principal prueba documental de esa grave acusación, que ya tiene en su haber más tinta periodística que la gastada en los presuntos cuadernos por el chofer de Roberto Baratta, el ex subordinado inmediato de Julio De Vido en el antiguo Ministerio de Planificación.

Con el espesor probatorio de una tela de cebolla, al dispositivo mediático que lideran el Grupo Clarín y el periódico fundado por Bartolomé Mitre le basta y sobra para instalar, junto al Gobierno que ambos protegen, que la sociedad argentina asiste a su propio Lava Jato, tal el nombre que tiene en Brasil el proceso de investigación de la corruptela de funcionarios que recibieron coimas en el vecino país durante los gobiernos de Inacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff.

Como dice el periodista Raúl Kollmann en el diario Página 12, al menos “en Brasil aprehendieron a los doleiros, a los cueveros, que «arrepentidos» explicaron la forma en que le giraron tantos cientos de miles de dólares a tal funcionario a tal número de cuenta en Hong Kong y de ahí a tal otra cuenta en Suiza. A Eduardo Cunha, el titular de Diputados, le encontraron cinco millones de dólares en el exterior. Aparecieron transferencias concretas a personas concretas”.

En la Argentina, en su momento, en un calamitoso paso de comedia, un fiscal se trasladó a la Patagonia, hizo remover hectáreas de tierras en busca del “dinero K”, y debió volver con las facturas de la contratación de la retroexcavadora, que pagaron, “con sus impuestos”, incluso quienes sabían de antemano cuál sería el resultado de tamaña payasada.

Poco más, poco menos, es lo que se ha venido haciendo para desgastar y esmerilar, en principio, a la principal figura de la oposición, Cristina Fernández de Kirchner, pero por extensión a la mayoría de los funcionarios que la acompañaron y, por si hiciera falta, a quien ya no puede defenderse, el fallecido ex presidente Néstor Kirchner.

Ese proceso de desgaste, en Brasil culminó con una presidenta destituida en medio de una vergonzosa campaña mediático parlamentaria, y con Lula preso. Una verdadera maniobra de pinzas que hay que observar porque se replica con sugerente similitud en la Argentina actual: el poder establecido especula con que el esmerilado de las figuras “populistas” alcance y sobre para sacarlos del juego electoral. Pero si no se logra ese objetivo, marche preso.

Ocurrió con Lula, de quien se esperó que el acoso judicial y político lo dejara fuera de la carrera presidencial. Pero cuando la causa iniciada por el juez Sergio Moro por corrupción no impidió que en las encuestas Da Silva mostrara que ganaría en las presidenciales, lo encanaron sin piedad.

Hasta el momento, la furibunda campaña política judicial y mediática contra CFK, aún habiendo alcanzado un ponderable desgaste de su figura, no impide que en esta coyuntura sea la dirigente opositora más votada, con chances de ganar incluso en un escenario de balotaje, si los estropicios económicos, sociales y políticos del Gobierno macrista permitieran llegar con normalidad a los próximos comicios presidenciales.

No es de extrañar, entonces, que las luces de alarma que encendieron la investigación por los aportantes truchos, la caída en picada de Macri y María Eugenia Vidal en la ponderación pública, y los dramáticos efectos sociales del ajuste por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), hayan convencido a los diseñadores del crimen político de que es el momento de meter presa a CFK.

Las consecuencias de un crimen político y social

A Cambiemos, como asegura el Presidente que le ocurrió al país cuando “veníamos bien”, le pasan cosas. Todas malas para sus ambiciones de permanencia en el poder, por cierto, y no debería esperarse otra cosecha, habida cuenta de lo que viene haciendo desde su llegada al Gobierno a fines de 2015.

Los números de la economía no arrojan un solo indicador positivo, y vale la pena recorrer ese espinel:

  • En junio, la actividad industrial cayó 8,1 por ciento. Desglosando, dos rubros señalan con más dramatismo ese deterioro. La refinación de petróleo se desplomó un 19,9 por ciento, en tanto que en la industria automotriz la caída fue del 11,8.
  • Según La Nación, “para los economistas la inflación de julio estará cerca del 2,8 por ciento”. Luego del 3,7 de junio, la proyección anual se sitúa en el orden del 32 por ciento, aunque algunos consideran que esa cifra puede ser mayor.
  • El Indec midió los resultados del primer trimestre de 2018, y en lo concerniente a la tasa de empleo, concluyó que sólo el 42,4 por ciento tiene trabajo, y que la tasa de desocupación alcanzó al 9,1 por ciento.
  • Un relevamiento realizado por el Grupo Gestión sobre más de un millón de personas que buscan empleo y presentaron sus datos en los últimos 18 meses indicó que tres de cada 10 personas que procuran trabajo no terminaron el secundario.
  • Según publicó el sitio web rosario3, “nueve ONGs que componen el Colectivo Situación de Calle en Rosario relevaron casi 400 personas que duermen en la vía pública en el Distrito Centro” de esta ciudad.

Si bien para Macri y su Gabinete sólo se trata de estadísticas, el drama social que representan esas cifras operan como una especie de telón de fondo de la obra criminal que está en escena producto de decisiones económicas que sólo tienen como objetivo la rapiña de recursos, lo más rápido que se pueda y a como de.

Las muertes tras la explosión de una garrafa de gas de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, vicedirectora y auxiliar respectivos de una escuela de Moreno son también consecuencias trágicas de ese crimen social que viene perpetrando Cambiemos, en este caso de la mano de la gobernadora Vidal, a quien se le viene cayendo la careta de Heidi desde que afloró el esquema delictual con que financió las campañas proselitistas de 2015 y 2017.

Pero hay otros episodios que también ilustran el clima de época que se vive en el país de Macri y sus CEOs. En la semana que culmina un chico de 17 años fue asesinado por un tipo que sospechó que se trataba de un ladrón y le descerrajó un balazo artero, cobarde, propio de un homicida envalentonado por la doctrina de “matar por las dudas”, y abonada por el apañamiento que tipos sin escrúpulos, como Macri, hacen de los que una parte insensible de la sociedad llama “justicieros”.

El pibe asesinado a mansalva tiene nombre y apellido, y también tenía sueños. Cristian Felipe Martínez Rodríguez estaba pintando un mural, se había trepado a una casa lindera para facilitar su faena artística, acompañado de sus amigos, alegre seguramente por aportar al barrio su trazo, sus colores, su idea del mundo, tan distante de la de su matador, a quien tuvo tiempo de decirle que no le tire, que estaba pintando una pared. En vano. El asesino disparó igual. ¿Habrá sido su sueño ser recibido en la Casa Rosada por Macri, como fue agasajado el policía Luis Chocobar?

Las consecuencias del crimen social que la banda de salteadores de Estado que gobiernan para el FMI y la nueva oligarquía son ocultadas por otro dispositivo criminal que usufructúa ese accionar con pingües negociados.

Desde los búnkeres de Héctor Magnetto, Daniel Vila, José Luis Manzano, Daniel Hadad, Bartolomé Mitre y un puñado más de crápulas mediáticos monitorean el hambre circundante y la violencia social que generan sus planes con los colmillos afilados y chorreantes de sangre vulnerable.

Un día después de la tragedia que se cobró la vida de la docente y el portero de la escuela de Moreno, Macri y Vidal participaron de un acto en Quilmes, donde fueron a entregar créditos de la Anses a jubilados. El mandatario no hizo referencia alguna a la explosión evitable –si existiera un mínimo de sensibilidad en su gestión–, pero sí para ingresar entre sonrisas al acto.

Apenas comenzó su discurso, Macri miró a Vidal y sugirió que los préstamos otorgados acaso pudieran servir “para arreglar esa habitación que tenemos problemitas o ese escape de gas, como le pasó a la vecina”.

La carga de violencia social que denotan esas palabras, el nivel de cinismo que lleva implícito esa actitud son resguardados por los medios hegemónicos, pero no resultan lesivos para los asistentes, que acompañaron con risas y aplausos la bajeza de quien debería mostrar, aunque sea en términos ficcionales, un gesto de dolor, de conmiseración, de pesar, ante la muerte.

Estos actores criminales que hoy gobiernan llenándose la boca con vocablos como república, democracia, justicia, son los mismos que luego determinan cuándo y cómo se comienza a transitar la espiral de la violencia que generan ellos mismos.

El miércoles a la noche, a minutos de estrenarse el documental «El camino de Santiago», dirigido por Tristán Bauer, un grupo de personas destrozó la entrada vidriada del ND Ateneo, acción que fue registrada por las cámaras de C5N, que estaba transmitiendo en directo desde el lugar.

Aún se debate si se trató de la actuación de servicios de inteligencia, una manada de desorejados anarquistas o la combinación de ambos. Lo cierto es que ese borbotón de violencia jamás se vio durante los doce años y medio en que gobernó el kirchnerismo, y es un botón de muestra de lo que se genera cuando la voz pública, sin necesidad de cadenas nacionales, avala el terrorismo de Estado, encubre a sus ejecutores, y plantea hipótesis que alimentan la construcción de un enemigo interior.

Cuando Patricia Bullrich, días antes del estreno del film, habló de «relato» para descalificar a quienes siguieron e investigaron el caso de la desaparición y posterior muerte de Santiago Maldonado, acusando a organismos de derechos humanos y reivindicando el rol de la Gendarmería para poner en tela de juicio la obra de Tristán Bauer, sembró la semilla del ataque al ND Ateneo, y lo hizo conscientemente.

La ministra de Seguridad, entrevistada por Jorge Lanata para su programa en radio Mitre, disparó: «Hicieron con Maldonado lo que hicieron durante muchos años, que fue cambiar la realidad por el relato». En castellano, para Bullrich es tan falso que Gendarmería haya tenido responsabilidad en el trágico final de Maldonado como los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura cívico militar.

La ministra remató el diálogo con una definición rotunda: «En este caso, le confrontamos la verdad y la realidad contra el relato, y logramos por primera vez poner la verdad sobre la mesa. Y ellos siguen con ese relato y ahora lo hacen película».

Apenas tres minutos antes de los primeros palazos contra los vidrios del ND Ateneo, un minicamión Iveco de Gendarmería pasó por el frente del lugar. Como mínimo, se trató de una acción provocativa, pero tal vez se trató del prólogo del violento ataque perpetrado poco después. ¿Quién puede, desde el poder, evitar que se especule con esos datos después de escuchar a Bullrich, a Macri, a sus secuaces?

Como se ha dicho en reiteradas ocasiones en estas páginas, el escenario político actual no parece ofrecer visos de normalidad institucional que explique el esfuerzo de algunos dirigentes por posicionarse camino a las elecciones generales de 2019. Más bien se trata de un territorio barroso, lleno de peligros para el sistema democrático, que requiere una voz que ordene detener el violento rumbo actual.

La casta empresarial que gobierna pretende quedarse y profundizar el hambre de millones de argentinas y argentinos aunque para ellos tenga que usar a los Bonadio, los Carlos Stornelli, lo peor de Comodoro Py y de los servicios de inteligencia asociados a esos jueces y fiscales. Se nota mucho.

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