La relación del peronismo con la universidad nunca fue plácida, ni menos aún sencilla.
Acaso las marcas de origen de ambos términos siempre dificultaron su vínculo, dado que la universidad, como institución, históricamente ha sido un organismo jerárquico y conservador, mientras que el peronismo, como movimiento político, se ha caracterizado por su condición gregaria, plebeya y de vocación igualitarista.
Cuando se repasa la historia de esa relación –tomando como punto de partida la aparición del peronismo en la escena nacional– se constatan una serie de hechos que abonan esta tesis. Así, si pensamos en el primer peronismo, debe recordarse que fue Perón quien introdujo la gratuidad de la enseñanza universitaria y creó la primera universidad obrera del país (la Universidad Obrera Nacional, luego Universidad Tecnológica Nacional), del mismo modo que respetó la estructura tradicional de las universidades, en cuanto a la organización de las cátedras, los contenidos de la enseñanza y el funcionamiento académico, más allá de ciertas prácticas de proselitismo a nivel del claustro de profesores.
Depuesto el peronismo en 1955, en las universidades se produjo una restauración reformista. Esto significa que se reimplanta un régimen basado en la autonomía y el co-gobierno de profesores, estudiantes y graduados, en consonancia con los postulados básicos de la reforma universitaria. Desde ese año, y hasta la intervención dispuesta por Onganía en 1966, las universidades argentinas practicaron en su interior una vida formalmente democrática, que no se correspondía con las sucesivas proscripciones sufridas por el peronismo en la vida política e institucional del país.
Por ello pudo decirse que la universidad no era más que una “isla democrática”. En el crédito de esa etapa debe consignarse una gran productividad a nivel de la investigación y la generación de trabajos académicos, pero esa fecundidad no guardaba mayor relación con las demandas y necesidades del país situado allende sus muros.
Esa experiencia reformista fue clausurada por la dictadura militar implantada en 1966. A lo largo de su ciclo el peronismo comenzó a gestar respuestas al nuevo estado de cosas, desde fuera pero también desde dentro de la universidad. Hacia fines de los años sesenta del siglo pasado surgen, en la Universidad de Buenos Aires, las llamadas “cátedras nacionales”, un conjunto de cátedras de la carrera de Sociología donde el saber universitario y sus prácticas de enseñanza resultaron fuertemente interpelados. Esas cátedras reivindicaban el carácter político que supone toda actividad universitaria, a partir de una perspectiva latinoamericanista, nacional y antiimperialista, mientras proponían nuevas lecturas filosóficas y teóricas recuperando autores tradicionalmente excluidos de las bibliografías universitarias, como Franz Fanon, Juan José Hernández Arregui, José Carlos Mariátegui o Mao Tsé Tung.
De ese modo, una impronta nacional y popular, y puntualmente peronista, terminó tiñiendo la vida universitaria por aquellos años. Ello desembocó en la experiencia del gobierno peronista vigente entre 1973 y 1976, cuando el peronismo recuperó el gobierno del país y dirigió las universidades públicas por medio de una intervención que tuvo, de todos modos, componentes altamente transformadores de la realidad universitaria.
Debe recordarse que, por aquel entonces, se ejerció en lugar de una democracia formal -al estilo reformista- una democracia sustantiva, basada en prácticas plebiscitarias donde los claustros se expedían sobre cuestiones académicas, institucionales y políticas.
Pero ese estado de cosas, en consonancia con el proceso de confrontación política y social que se vivía a nivel nacional, no podría sostenerse en el tiempo. El golpe genocida de 1976 vino a poner fin a esa experiencia, sustituyéndola por formas autoritarias y proscriptivas que terminaron eliminando toda postura crítica, cuestionadora y democrática en la vida universitaria.
El retorno de la democracia en 1983 posibilitó, a su vez, la restitución de la institucionalidad reformista en las universidades públicas. Así, se volvió al co-gobierno y la autonomía, al tiempo que se deponían las restricciones dictatoriales en materia de bibliografías, orientación de las cátedras y contenidos de la enseñanza.
En los albores del alfonsinismo, una nueva era parecía anunciarse en la vida universitaria. Pero ello era más aparente, o ilusorio, que efectivo. La democracia universitaria continuó siendo una democracia indirecta y delegativa, ya que las autoridades nunca fueron electas por los claustros sino por sus representantes en instancias reducidas (consejos directivos por facultades, consejo superior de la universidad). Ello posibilitó el surgimiento de una auténtica burocracia universitaria, compuesta por funcionarios perpetuados como casta, que asumieron el manejo de la cosa pública con espíritu faccioso y corporativo.
El tiempo del menemismo no hizo más que acentuar esa tendencia, avanzando en la privatización de vastos aspectos de la vida universitaria -post-grados, investigación subsidiada por intereses privados, convenios de prestación de servicios a empresas- que habría de tener un momento de reversión en la etapa kirchnerista. Entre 2003 y 2015 el estado nacional aumentó fuertemente la inversión en universidades, desarrollando infraestructura, mejoras salariales, becas para estudiantes, y creando nuevas universidades en diversas zonas del país que así lo requerían. No debe olvidarse, en tal sentido, el impulso que también se le dio a la ciencia y la investigación, haciendo entre otras cosas que el número de becarios en los organismos de investigación estatales creciera de manera exponencial.
Sin embargo, por falta de claridad estratégica, por pragmatismo, o por lo que fuere, el kirchnerismo no incidió mayormente en la vida política de las universidades, permitiendo que la burocracia reformista se mantuviera usufructuando de sus prebendas y beneficios particulares. Por ello, la etapa del macrismo no hizo más que profundizar esa orientación, que sólo beneficia a un pequeño número de actores universitarios, en desmedro de las mayorías de graduados, profesores y estudiantes.
Es por ello que los tiempos que se avecinan, que parecen presagiar un retorno del peronismo al gobierno, contienen grandes desafíos a resolver. Por una parte, el de la recuperación de los estándares económicos existentes hasta 2015, por medio de una fuerte inversión por parte del Estado. Junto con ello, el de la democratización de la vida política universitaria, promoviendo formas de elección directa de sus autoridades. Pero el mayor desafío parece ser el de hallar una política estratégica que abra las universidades a la comunidad, permita el ingreso de las culturas y los saberes populares a la vida académica, y genere nuevas prácticas de enseñanza y aprendizaje, basadas en una conciencia ni individualista ni liberal, sino fuertemente comunitarista y solidaria, donde el trabajo de cada cual se potencie con el trabajo de todos.