Todo parece indicar que el tiempo transcurrido, desde la primera revelación de una posible tragedia universal descargándose sobre una humanidad desprevenida, ha hecho posible la salida del estupor catatónico que la novedad aterradora nos causaba, dándonos la oportunidad de mirar en una dirección diferente.

Dirección que podría marcar el camino de la reconstrucción en la escena devastadora de un acontecimiento extraordinario, cuyos contornos y dimensiones aún no alcanzamos a percibir con la nitidez que sería deseable, si de lo que se trata es de comenzar a elaborar –desde lo táctico y lo estratégico– ciertos modos de abordaje que puedan conducirnos hacia la resolución de una de las crisis más significativas que ha sufrido la humanidad.

Dimensión significante lo suficientemente amplia y abarcativa, como para exigirnos la difícil e impostergable tarea de replantearnos mucho de lo que hasta ahora teníamos por cierto e indubitable.

El frondoso árbol genealógico de padecimientos y malestares propios de la acción civilizatoria –con base en un modo de producción varias veces centenario– comienza a exhibir sus raíces en descomposición acusando el impacto tremendo de lo que es, sin dudas, uno de los mayores ataques sufridos por la vida en sociedad.

La recurrencia al pasado no es ociosa si tratamos de anticipar las consecuencias y los alcances de las actuales calamidades e intentamos hacer algún aporte que pueda estar a la altura del desafío.

La realidad más inmediata y los datos más acuciantes, nos obligan a mirar en la deuda social que el capitalismo tiene para con los habitantes de este planeta.

Desde el cuidado de la naturaleza, pasando por todas las formas de lazo vincular que reproducen y perpetúan sus premisas –hegemonías de género, relaciones de producción, expresiones artísticas, géneros discursivos, formación y acción política, salud y educación– todos los ámbitos y expresiones de la vida, tal como los conocemos, se encuentran conmovidos y en la necesidad de replantear sus presupuestos organizativos e ideológicos.

Toda iniciativa o cálculo anticipatorio que se precie de tal, debería desterrar la palabra volver de su vocabulario, frente al panorama desolador y el diagnóstico lapidario de tierra arrasada.

Volver a una situación anterior de “normalidad” no solo es imposible, sino que tampoco resulta aconsejable desde cualquier proyección imaginaria que intente bosquejar los perfiles futuros de una sociedad organizada sobre nuevas bases de equidad, justicia social y optimización de recursos.

Queda cada vez más claro y al desnudo, que la propiedad privada de los medios de producción es la palanca universal que ha venido impulsando hasta hoy, sin prisas ni pausas, la gigantesca y mortífera rueda de la desigualdad, la exclusión y el canibalismo social.

Frente a la posible especulación teórica y la ulterior polémica que esta afirmación pueda suscitar, podríamos formular algunas preguntas básicas, muy concretas.

¿Cuántas veces se detendría en el futuro la línea de montaje? ¿Cuántas serán las pausas observadas por las nuevas leyes laborales para proteger la salud del trabajador y aminorar la fatiga y la instrumentalización de su cuerpo, que la rentabilidad empresaria considera imprescindible para maximizar los rendimientos y justificar la inversión?

¿Cuántas horas de oficina ininterrumpidas –presenciales o virtuales– harían falta para recuperar los circuitos administrativos que optimicen la circulación de datos e información necesarios, para que el sistema pueda recuperar y/o mejorar sus perspectivas de acumulación?

Horas de trabajo, esfuerzo y productividad, seguramente pagadas con salarios miserables y riesgo sanitario inminente. ¿Desconocemos acaso cómo el capital recompone sus fuerzas y vuelve de sus agonías?

Las voces que comienzan a escucharse hablan de economías destruidas, desocupación, pobreza y miseria generalizadas. Ergo: tierra exquisitamente abonada para la pandemia que viene.

¿Podríamos cometer la torpeza, después de lo vivido, de ignorar que el bienestar físico y mental es condición indispensable para pensar una subjetividad que pueda afrontar con éxito los desafíos de la vida y de la muerte?

¿Entendemos hoy por bienestar lo mismo que entendíamos hace tres meses, o algo cambió radicalmente en la percepción de nosotros y de nuestro entorno?

¿Nos conformaríamos solamente con actualizar una foto del pasado?

¿Volveríamos con gusto a los viejos hábitos, alimentados por la gran zanahoria ofrecida como premio al cumplimiento de deberes y expectativas, pagados en las cuotas infinitas de un consumo exacerbado, al servicio de intereses siempre ajenos, siempre lejanos y definitivamente inalcanzables?

Si pretendemos volver de las cenizas, ¿lo haríamos reencarnados en las mismas alegorías que antaño nos prometían sangre, sudor y lágrimas, para recomponer la tasa de ganancia y de esa manera reconstruir un mundo maravilloso, meritocrático y desigual?

¿O más bien es hora de despertar del letargo y aventar definitivamente los espejismos en los cuales fuimos educados y que solo han servido para sostener creencias y costumbres consustanciales a la única forma de vida que conocíamos?

Ganarás el pan con el sudor de tu frente; el tiempo es oro; todos debemos poner el hombro; al que madruga Dios lo ayuda; el ahorro es la base de la fortuna, etc.

Frases hechas, slogans; verdaderos manifiestos encubridores de una subordinación masiva a los designios de la concentración económica más obscena que ha conocido la humanidad.

Quizás esté llegando el momento de repensarnos como sujetos políticos, en la búsqueda de una dimensión que nos incluya como participantes activos, en las decisiones más trascendentes.

Potenciar la democracia participativa al interior de nuestras organizaciones, impulsar el diálogo, la discusión y el intercambio, así como alentar todas aquellas iniciativas que propongan una auténtica renovación de ideas y metodologías, podría ser un buen comienzo.

Profundizar el conocimiento y el estudio sobre aspectos nodulares que requieren nuestra atención más urgente, es un camino ineludible a transitar.

Pero sobre todo, tener presente que los paternalismos carismáticos, la absolutización de conceptos y las verdades reveladas, han caducado definitivamente. Sólo así podremos pensar en construir un futuro que nos contemple y nos incluya.

Ganarnos el derecho a una vida distinta, acceder a una instancia de salud física y mental que merezca llevar ese nombre, es una tarea que debe convocarnos desde el primer día en que dejemos atrás el miedo y comencemos a dar los primeros pasos hacia adelante.

* Héctor García es Psicólogo-psicoanalista.
Miembro de Prisma Cooperativa de trabajo en Salud Mental

Más notas relacionadas
Más por Héctor García *
Más en Columnistas

Dejá un comentario

Sugerencia

Pajaritos bravos

Yo no sé, no. Manuel estaba con la tarea que le dio la de Lengua. Tenía que hacer una narr