Madre, música y locura. No es el título de un ensayo freudiano, ni de un espectral informe psiquiátrico ni de una película de terror Clase B. Es el nombre del tercer disco de Don Paladar, una banda de rock de Rosario que desde hace tiempo anda rodando por la ciudad. Conocí a su saxofonista en la tribuna de la cancha de Argentino veinte años atrás y, cuando volvimos a reencontrarnos en esos mismos tablones, allá por el 2015, me invitó a sus recitales. Los he visto en bares de la zona norte, del centro, en clubes de barrio y en teatros. En festivales y jornadas solidarias. Siempre me gustó que convoquen a la gente a lugares inadvertidos. Mirar un recital en el salón de algún club lejano y después dar una vuelta y charlar con el bufetero que mira nervioso el fútbol por la tele. Hablar con las mujeres que hacen boxeo o patín. Recibir un guiño cómplice y melancólico de alguna cancha de bocha casi en desuso. Me gusta también que sus seguidores fieles sean realmente fieles. En Rosario le restan importancia a los artistas porque los conocen; mejor dicho, porque piensan que los conocen. Me gusta ver a la gente contenta, eufórica, celebrando el ritual de la música, la bebida y el encuentro.
El rock de Don Paladar es un rock vieja escuela, adrenalínico, que va a los caños. Con preponderancia de vientos y bases de dos guitarras, bajo y batería. Su primer disco fue Cómo me gustan los lunes, y luego vino Segundos afuera. Aunque el estilo es el mismo en esta nueva producción, los arreglos musicales suenan mucho más ajustados y sutiles. Y lo mismo ocurre con sus letras. Siguen siendo frontales, arrabaleras, calaveras, pero están más logradas.
Desde su primer recital en el club Leña & Leña, hasta su última presentación pre pandemia en la Sala Lavardén, pasaron diez años. Muchísimos ensayos, recitales, juntadas y caravanas. Que todo suena mejor, no hay dudas. Sus integrantes son Walter Laporta, en guitarra y voz; Ciro Ríos en bajo; Charly Jacobino en teclados; Lucas Urraco en primera guitarra; Gabriel Ibarra en saxo tenor; Marcos Martinelli en batería y Lucas Sánchez en Percusión. La lista de personas invitadas al disco no es menor: Adriana Coyle en coros y recitados; Tania Castillo en acordeón; Adrián Fluck en trombón y Bruno Lazzarinni en trompetas. Son una verdadera orquesta. Al decir de Pajarito Zaguri: “Un camión de rock and roll”.
Restringidos por la pandemia, dejaron todas las energías del año que pasó en el estudio de grabación. Madre, música y locura puede escucharse en YouTube, aunque pronto será subido a nuevas plataformas.
Espero que vuelvan pronto a los escenarios y presenten este disco, que se reencuentren con su gente y que su público siga creciendo. Que actores, mimos, poetas, parejas de tango y demás personajes que invitan siempre al escenario enciendan la hoguera una vez más. Que Wally, su cantante, siga hablando de sus viajes como marinero luego de los shows, o que hable de Charles Baudelaire o de algún demente que conoció por ahí.
Ya saben. No hay donde ir. Rosario es una ciudad congelada. A menos que se encienda un fósforo para iluminarse por dentro y ver quien anda ahí; a menos que un grupo delirado invite a la juntada. Salud.