Las salas de la galería Subsuelo se poblaron de pinturas de colores crepusculares. Sobre sus paredes se dispone meticulosamente una serie de dibujos pintados. Se trata de la muestra Ofrendas, de la artista rosarina Carla Colombo. El montaje es sobrio y las obras están estratégicamente ubicadas para que cada una conserve su protagonismo. Recorrer la galería es como entrar a una gruta llena de secretos y misterios. Un lugar fantástico, desconocido, hasta inquietante por momentos.
En primer lugar, sorprenden los lienzos de gran formato. Este grupo de obras está más emparentado con el género del bodegón y se nos impone con su presencia soberbia. En la mayoría de ellas, vemos frutas sobre tazones inmensos y coloridos. En los lienzos aparecen las ofrendas al espectador: granadas, choclos, maracuyás, calabazas y muchas otras frutas reales y fantásticas. La disposición ingrávida de todos los objetos sugiere recetas enigmáticas que guardan algún tipo de poder sanador.
Las pinturas de pequeño formato, en cambio, muestran manos que hacen ofrendas, desarrollos lineales y arborescentes –algunos simulan ramas o tentáculos– y arabescos complejos y enigmáticos. Su estructura nos resulta tan natural, tan orgánica, que no notamos el hecho de que cada pequeño detalle proviene de un universo simbólico muy distante. Conviven aquí las ilustraciones medievales, el género de la naturaleza muerta y hasta cierto automatismo psíquico muy mesurado.
Carla, además de pintora y dibujante, también es música y toca el teclado en las bandas Densha Gogó y Perro Fantasma ¿Será por eso que sus obras ponen tanto énfasis en los ritmos y las armonías? ¿Tendrá eso que ver con las repeticiones constantes y obsesivas de algunos grafismos lineales dispersos por los planos de color?
Las obras parecen conciertos de formas que bailan sumergidas en entornos líquidos. Es continua la alusión al agua y a la fluidez, pero al mismo tiempo hay un énfasis muy marcado en presentar contornos sólidos y definidos. Una tensión constante que se expresa en la forma de composiciones evanescentes y colores aplicados de manera plana.
En algunos dibujos, manos sin cuerpos parecen dirigirse diligentemente a realizar alguna acción no definida. La confusión formal, en otros casos, es exquisita: ¿vemos volutas de humo u hojas larguísimas? ¿Qué son esas manchas en los planos inferiores? ¿Son gotas o son hojas? Este repertorio genuinamente personal hace que los encuentros de realidades disímiles no resulten en la extrañeza del surrealismo sino más bien en un todo cambiante y dinámico. Sus cuadros son una mezcla potente de bodegón aumentado, herbario maravilloso y miniatura medieval.
En todos los casos, Carla logra siempre eludir lo narrativo. Sus imágenes son sugerentes pero nunca llegan a ser explícitas, literales. Ante ellas, estamos a punto de descubrir un relato, un hilo conductor, pero rápidamente el sentido se nos escapa. Al final, terminamos perdidos entre las líneas, las texturas, las direcciones esquivas y un espacio siempre elusivo.
En la galería existe una pintura guardada en la trastienda. Es un cuadro de fondo negro que no forma parte de esta muestra. En él, puede verse una planta monstruosa de la que emergen cabezas de animales fantásticos: como una especie de guardián reposando y esperando agazapado. En esta pieza, de gran formato, una de las manos es presa de las fauces de una de las bestias ¿Las demás correrán la misma suerte? Aparece aquí otro de los rasgos más disimulados de la obra de Colombo: un humor sutil y un poco ácido que se deja ver apenas entre referencias concretas y bien desarrolladas. Un ejemplo de esto son las lanzas y cuchillos que laceran las frutas.
De chico yo era fanático de los libros del estilo de ¿Dónde está Wally?. Me quedaba largos ratos mirando las ilustraciones con escenas complejas y llenas de detalles. Siempre había que buscar algún objeto o persona pero a mí me divertía más recorrer libremente las páginas e ir sorprendiéndome. Esos niveles de complejidad también los encuentro aquí. Hay un primer vistazo de mucho impacto donde la sensualidad de formas y colores llegan de improviso. Existe, después, un momento en el que intentamos reconocer y diferenciar los elementos representados. Por último, nos volvemos a perder definitivamente entre los motivos que no se dejan atrapar y nos resultan enigmáticos.
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