Chiqui González

En reconocimiento a su trayectoria y a sus importantes y continuos aportes en materia cultural, la Universidad Nacional de Rosario (UNR) otorgará -en fecha a definir- el título de Doctora Honoris Causa a la doctora María de los Ángeles “Chiqui” González. Dicho reconocimiento fue aprobado por unanimidad el pasado 15 de abril por el Consejo Superior de la UNR, y es apadrinado por la Facultad de Humanides y Artes.

Chiqui” González, nacida en Rosario, ocupó lugares claves para la transformación cultural colectiva y popular. Fue secretaria de Cultura de la ciudad de Rosario (2006 – 2007) y ministra de Innovación y Cultura en la Provincia de Santa Fe (2007 – 2019). Durante su recorrido por la gestión pública municipal se ocupó del diseño, marco conceptual y dirección de las muestras y dispositivos lúdicos del Tríptico de la Infancia de Rosario, integrado por la Granja de la Infancia, el Jardín de los Niños y la Isla de los Inventos. Como ministra inauguró junto a destacados equipos de colaboradores el Tríptico de la Imaginación en la ciudad de Santa Fe: nuevos ámbitos de participación, construcción, juego y aprendizaje, abierto a toda la ciudadanía.

-¿Qué significa para vos recibir el máximo reconocimiento que otorga la Universidad Nacional de Rosario?

-Es un honor enorme recibir este reconocimiento en mi propia tierra, mi propio lugar de formación al que he recurrido y vuelto permanentemente, llevando adelante la lucha y la admiración por la Universidad Pública y por todo lo público en general. Significa muchísimo porque la Universidad Nacional de Rosario fue mi universidad. Me recibí de abogada, atravesé en ella toda mi militancia política universitaria y volví a ella veinte años después a hacer la Especialización en Derecho de Familia y Minoridad. Como verán, la infancia aparece académicamente allí. Fui ayudante de Derecho Penal I durante tres años (ya en la calle Córdoba) y fue mi iniciación en la docencia universitaria. Luego de esto, me anoté en la carrera de Filosofía en Humanidades. Eran épocas tremendas porque eran épocas de dictadura, pero era mi verdadera vocación. No obstante ejercí el derecho durante treinta años, pero la carrera de Filosofía me apasionaba y me sigue apasionando. En la UNR encontré grandes amigos. Y en ese mismo lugar, desaparecieron grandes amigos. Desde ahí salí: desde la propia calle Córdoba, de la propia Facultad de Abogacía y RRII en aquel tiempo con las columnas del Rosariazo. A la Facultad de Humanidades he ido cinco años gracias a la Licenciatura en Teatro dando la materia de Metodología del Actor Creador. También trabajé 26 años en la UBA dando Estética del cine y dirección de actores. Volver a Humanidades me pareció maravilloso. Allí di muchas clases aisladas de Gestión Cultural, de Filosofía, de Educación, además dirigí muchas tesis. Es decir, estuve toda una vida unida a la Universidad Pública, política, gratuita e irrestricta y sin examen de ingreso. Invité varias veces desde el Estado a personas de la UNR a disertar, a ser jurados de distintos concursos y también he disertado en el aula magna de la Facultad muchas veces. La última vez fui invitada por Juan Giani para hablar sobre la figura del gaucho, donde traté la relación de Juan Moreira sobre lo teatral y lo cinematográfico de Leonardo Favio. He hecho obras adentro de la universidad, como La Vida Perdurable, en la maravillosa biblioteca. Fue la puesta más arriesgada y de ensoñación que yo recuerdo.

-En un contexto de pandemia como el que estamos atravesando, ¿cómo reinventamos la cultura?

-Esta es una pregunta difícil porque hay que mirar el futuro y el pasado. Sobre todo mirar este 2020 y 2021 y ver cómo se teje, no solo la posibilidad de los trabajadores de la cultura de seguir con su tarea, sino también el propio concepto de cultura. En esto último, para mí, aunque suene disparatado, es beneficioso. Cuando fui ministra de Innovación y Cultura no tenía especialidad en innovación tecnológica aunque la estudiaba. La palabra innovación estaba porque lo que me pedían era que fuera un concepto de cultura innovada. Es decir, que me encontré con una sociedad que todavía seguía pegada al concepto de cultura vinculado al de espectáculo, de arte y del patrimonio, de las formas de exposición y de relación del público con los museos, y algunas cosas más: las artesanías, la parte del folklore encerrado en la propia música. Eso en la pandemia se ve en proporciones enormes. Es verdaderamente doloroso y desconsolado para mí ver que nunca cuando se habla de la cultura se pone lo simbólico adelante de la cultura, salvo en las universidades. En el mundo político, el verdadero uso del símbolo se lo queda la comunicación y los gobiernos centrales, nacionales, provinciales, regionales. Creo que la pandemia va a aflojar esto y que a la hora de hacer una intervención social la cultura es enormemente significativa, en una posición absolutamente transversal. Creo que no hay manera en que se puedan trabajar las soluciones, las enfermedades, la alimentación, la pobreza, lo vinculado a niños y a adolescentes sin un proyecto de vida, sin un proyecto creativo. La pandemia ha dejado claro que la cultura atraviesa los campos de las políticas sociales, de salud y culturales. En este contexto se ha retomado una epistemología equivocada. Decir presencial y virtual es tomar el fenómeno con muchísima superficialidad. Para mi que vengo de la teatralidad, la presencia no es solo estar presente con tu cuerpo, que sería bueno después de todo, en el país de los desaparecidos. Estar presentes es un acto de fe y de verdadero compromiso. En este sentido, la pandemia supone un uso distinto del lenguaje. La presencia es el hecho de estar en el mundo, de vibrar con el mundo mismo. Y la virtualidad es un complejo del lenguaje muy interesante no solo para comunicarnos, sino para entender cómo se transmite la presencia. Entonces la virtualidad sirve también para trasladar el tiempo, el espacio, la emoción, los objetos, la acción, la relación con la naturaleza, las percepciones, las sensaciones. Por lo tanto no hablamos de dos cosas enfrentadas sino de la presencia de estar en el mundo y de la manera de crear presencias en los lenguajes electrónicos. Creo que es muy difícil gobernar en pandemia. Yo sé lo que es la pobreza y también las otras pobrezas: las simbólica, la cultural. Sé la tarea que tenemos. Entonces creo que la pandemia puede inaugurar cambios en la educación, una mayor aproximación a la presencia en los medios virtuales, agujeros contra el capitalismo y aproximación a paradigmas que están muy pulverizados pero que están mucho más cerca de la naturaleza. La pandemia nos obliga a ocupar territorio, nos obliga también a otra idea del conocimiento, algo que la Facultad de Humanidades ya está haciendo. Es lo que llamamos una escuela de todas las cosas, donde reine la diferencia de edades en los grupos, donde reine el mutuo aprendizaje y donde todo el mundo tenga acceso a cursos, cultura y compañía. Es difícil hacer cultura en la pandemia pero también es la oportunidad de lanzar ideas muy particulares. Algo que la Facultad de Humanidades y Artes y toda la Universidad Nacional de Rosario se está animando. Su tarea no es solo académica de carreras universitarias sino que es ganar el territorio y atraer hacia sí toda la cantidad de saberes y compartirlos y repartirlos como el pan. Es decir, inaugurar un sistema de comunidades libres que tengan cierto reparto de su propio poder.

-¿Cómo se vinculan, en tu trayectoria, la educación y la docencia con la cultura y el arte?

-Esto es un punto clave. Yo me recibí en quinto año de maestra normal y ejercí durante quince años de maestra de grado mientras estudiaba teatro, mientras era actriz. Dividía el día entre las dos cosas. Seguí como maestra y profesora en el secundario en una escuela piloto pública, por supuesto, siempre pública. Después pasé a la Universidad cuando ya empecé a ejercer direcciones de centros culturales. Siempre entendí que allí estaba la clave de la transformación y el cambio. Por eso me honra mucho reconocimiento: porque alguien vio que la historia de mi vida es estar en esta paradoja de la educación y la cultura. Tal es así que gente de la cultura que gobernó conmigo no entendía qué hacía yo con los trípticos. Yo siempre estuve convencida de que no se podía realizar un Ministerio sin una relación con la educación. Porque la educación transmite la cultura. Hay una cultura del otro, hay una cultura comunitaria que necesita confluir en valores, en vínculos, en trabajo y creación. Hay que crear cultura, crear las redes donde los grupos no dependan tanto del subsidio de los partidos y que sientan que pueden. Eso me gusta: la palabra empoderar. Todo esto tiene que ver con el reparto del poder y la riqueza. Es la hora del territorio, es la hora de los grupos comunitarios, y es la hora de que el estado promueva una gran cooperativa o mutualidad donde el estado integre, pero no haga asistencialismo. La educación tiene que salir del siglo XVIII y XIX, absolutamente ligada al capitalismo y al mismo cuadro científico de esa época. Pero para eso tiene que dejar atrás las divisiones de las materias, de la ciencias, y también las divisiones en el seno de la condición humana (cuerpo y mente como dos cosas distintas). No hay ningún contenido transmisible sin forma. Entonces tiene que haber reconciliación epistemológica entre cuerpo y mente, forma y contenido, teoría y práctica. La Universidad ya ha empezado a ser parte del territorio e intervenir en proyectos que son comunitarios, a enseñar a mayores de edad sin título, a poder poner una escuela libre. Hay que crear una escuela primaria y secundaria con multilenguajes. Todo lenguaje es expresivo. Si no expresa, no es lenguaje. El lenguaje es lo más democrático. Hay que apelar al uso total e irrestricto del lenguaje de parte de todos, como decía Gianni Rosario, no para que todos sean artistas sino para que ninguno sea esclavo. Los discursos políticos deben poetizarse, deben acercarse a las poéticas de las comunidades. Deben aprender los lenguajes de las distintas multiculturalidades porque sino el discurso político es un cliché que se repite sin poner en dudas y en preguntas (nuestras grandes aliadas) cómo es el rol del estado en el reparto de conocimiento. La educación debe cambiar muchísimo para entender que transmite múltiples lenguajes, fórmulas y recorridos teóricos, la práctica y la investigación, el juego, el deseo de aprender, la solidaridad, la forma de vivir en grupo. Tiene que cambiar el espacio de las clases, el tiempo de las clases y el modo. La universidad ya lo ha empezado a hacer, pero yo quiero que llegue más lejos. La escuela tiene que cambiar, porque sin ella no hay cambio. Hay que salir al territorio a intervenir

Chiqui González
«Hay una cultura del otro que necesita confluir en valores, en vínculos, en trabajo y creación», dice «Chiqui». Foto: Chiquigonzalez.com.ar
-¿Creés que la trama entre saberes es indispensable para pensar lo colectivo?

La interconexión, la interdisciplina es mezclar un valor con un tema, mezclar los modos. Hay que reconciliar la forma con el contenido, la teoría con la práctica. Creo muchísimo en la experiencia. No hay que derrochar la experiencia popular, la experiencia de lucha, de resolver problemas, de resistencia, de arte popular. En lo popular hay algo imposible de matar. Siempre hay algo que no ha muerto y que aparece en una gran mutualidad donde donemos tiempo y aprendamos todos de todos y en donde la Universidad debe ser enorme e importante. Solo con esa concepción de lo transversal, más allá de la diferencia presupuestaria y política, y con una gran reforma sobre los campos que atraviesa, el Estado va a ser eficaz con sus cometidos. El Estado tiene que cambiar esa fragmentación en la acción. He tenido la dicha de tener gobernadores que me permitieron empujar un esquema de un proyecto cultural. Cuando el proyecto cultural empieza a crecer, todo se empieza a unir con todo, la interconexión se vuelve de una velocidad enorme. Solo se podrá construir un paradigma educativo más libre, más crítico, mucho más creativo, mucho más diseñador y mucho más despertador de nuevos dispositivos si hay una mirada transversal, si hay un cambio en la reforma del estado, y si hay una sociedad que empieza a verse como colectivo después de muchos años de verse como individuos que tienen que triunfar o ganar.

-Como sabrás, en el año 2019 creamos carreras universitarias gratuitas en Gestión Cultural. ¿Qué opinión tenés acerca de estas nuevas carreras?

-Estuve muy feliz en la inauguración junto a Teresa Parodi en una charla de la carrera. La gestión cultural se ha convertido en un campo esencial, en un intercampo con interobjetivos e intermetas que no puede abrazarse con una sola disciplina, porque la gestión cultural está atada a los debates de los conceptos de cultura y a erradicar el concepto de cultura decimonónico. Porque la gestión cultural ama la experiencia, y la carrera se basa en la experiencia. Con esta carrera se está en el territorio, viendo y analizando las programaciones y los actos. La gestión cultural rompe el adentro y el afuera de la Universidad y de las instituciones culturales. Además, tiene muy buenos docentes con enorme experiencia en este campo. Es necesario vencer la idea de la gestión cultural donde no hay margen de error. Estoy cansada de los estudios del público porque en ningún caso me ponen ante el hecho vivo y vibrante de estar juntos ante un acto cultural. Más que público, en todo caso, son protagonistas de su historia y su historia tiene mucho de cultural. Y cuanto más se simbolice y más se poetice, más cultural y humano es. La cultura es un proceso de humanización. Además, en las prácticas de la carrera, van a poder hacer una crítica a las propias instituciones culturales y van a poder gobernarlas. Pero tampoco creo que solo un técnico pueda gobernar una institución. Se tiene que tener una visión holística, multicultural y un respeto enorme a la comunidad.

-Como militante de lo público y lo colectivo, ¿qué valor tiene para vos la Universidad Pública?

-A los 17 años entré por primera vez a una facultad. Siento que la Universidad Pública es el reaseguro de una sociedad única llamada Argentina, que sorprende enormemente con sus profesionales y pensadores, con sus técnicos, con sus músicos, con sus hombres de teatro, con sus diseñadores. Yo soy una enamorada de lo público. Lo público es un lugar donde aparecer y no desaparecer. Es el lugar donde ser y no tener. Es el lugar donde se cruzan todos los sectores sociales con sus sillitas y heladeritas en los veranos. En el mundo se sorprenden por el lugar que tiene Argentina del manejo del espacio público. Especialmente Rosario.La Universidad Pública es una de las usinas de sentido de nuestra comunidad. Siempre y cuando no separe un adentro y afuera, o saberes de conocimiento. Para ello tiene que tener en cuenta las experiencias de vida que no llegaron a la Universidad y tener presencia en todos los territorios. La Universidad Pública es el segundo recurso que queda cuando un gobierno no tiene un plan cultural. No puede hacer un plan cultural entero porque para eso tiene que pelear para gobernar. Pero puede unirse a los estados y puede ir generando el conocimiento de un plan cultural para que los que gobiernen la lleven encima. La Universidad Pública es un faro. Pero siempre que lo hagan faro y no palacio. Y ustedes no lo están haciendo palacio. Porque la generación que está gobernando la Universidad Pública ha pasado por la dictadura y los desaparecidos, desde la Universidad ha salido el grupo de defensores de presos politicos y detenidos desaparecidos. La Universidad Pública ha pasado por la experiencia del pueblo y la pobreza, ha pasado por esta pandemia. Tengo mucho orgullo de recibir este reconocimiento. Y más orgullo de haber sido formada por esta universidad de mi tierra. Nací en saladillo y viví hasta los treinta años cerca del arroyo. Y acá estoy, con todas las academias que transité y con todos los títulos. Pero esto me parece más bien un reconocimiento amoroso y también una forma de decir, “queremos ir para allá”. No poniéndome de modelo, pero sí diciendo que la cultura es más amplia que espectáculos y museos; que es una gran transversal del sentido y que esa usina debe estar compuesta por diferencias muy enormes y puede estar compuesta por conflictos enormes. Pero hay que transitar el territorio y trabajar a nivel superestructural y territorial, a nivel nacional y local. No hay que olvidarse nunca que en cultura, las operaciones más contundentes, salvo el presupuesto, deben ser lo cercano. Mi agradecimiento eterno a esta usina. Confío que de ella aparecerá un cambio profundo.

Fuente: Facultad de Humanidades y Artes (UNR).

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