En marzo de 2020 la pandemia irrumpió en nuestras vidas con sus múltiples efectos disruptivos. De forma repentina, un alto nivel de  incertidumbre comenzó a atravesarlo todo. Por supuesto que el impacto fue diferente según la situación social, económica, subjetiva en la que nos encontrábamos previamente. Y así como fueron diferentes los impactos, fueron también diferentes las respuestas que ensayamos ante la pandemia. Para quienes trabajamos en el campo de la salud, implicó asumir el desafío de transformar nuestros lugares de trabajo (centros de salud, hospitales, etc.) y nuestras propias prácticas para poder asistir a la población afectada por un virus al inicio desconocido. Desde el ámbito científico, implicó concentrar esfuerzos en construir conocimiento acerca del virus, sus formas de contagio, el tipo de enfermedad que generaba en el organismo humano y, finalmente, el desarrollo de formas de respuestas, terapéuticas y preventivas. Para muchas personas el desafío pasó por encontrar la manera de continuar sosteniendo la vida, los vínculos sociales y familiares, el trabajo, los proyectos colectivos y singulares en un escenario inédito. Y para otras personas el impacto angustiante y traumático de la incertidumbre que la pandemia instaló en sus vidas fue tan grande que precisaron contrarrestarlo con una búsqueda de sentido. Así como sucede en ciertas ocasiones ante el diagnóstico inesperado de una enfermedad grave a nivel individual.

La realidad confusa, caótica, imprevisible no puede ser simplemente producto de un devenir azaroso. Tiene que haber un sentido “detrás”. En ese punto, siempre existen ofertas de sentido, explicaciones que se ofrecen a quien las busque. Y, para quien necesita ese sentido para aliviar su angustia esas explicaciones son superadoras de las respuestas científicas (siempre parciales, siempre en proceso, siempre sujetas a reformulaciones en función de nuevas investigaciones) porque son completas e inmediatas. Son efecto no de una elaboración sino de un “despertar”. De forma tan repentina como irrumpió el trauma en nuestras vidas, puede accederse al sentido de todo ello, a una explicación global y completa de cada cosa que sucede. El mismo esquema de respuesta que puede plantearse a nivel individual se replica a nivel colectivo ante un suceso de impacto global como la pandemia. Y es así como se producen fenómenos colectivos de agregación ante los discursos que “revelan” el “sentido oculto” detrás de la pandemia. Si se trata de un virus que se disemina por el mundo en función de una concatenación involuntaria pero generalizada de actos, las únicas respuestas posibles para contrarrestarlo son globales y complejas (medidas de restricción de la circulación, vacunación masiva, pases sanitarios, testeos, etc.). En cambio, si se trata de los macabros planes de una “elite global” obsesionada con provocar un decrecimiento de la población mundial, podemos sentir que salimos de la impotencia mediante un acto de dignidad individual, negándonos a aceptar la farsa de la “plandemia”, e incluso asociarnos con otras personas que también “despertaron”.

La lógica reactiva de las acciones, el rechazo de cada medida sanitaria planteada para hacer frente a  la pandemia, guarda además una conexión con el profundo deseo de que nuestras vidas no se vean alteradas. Ese deseo, que podemos compartir e imaginar que se extiende mucho más allá de los grupos negacionistas, toma en estos colectivos el estatuto particular de causar las acciones que luego necesitan ser fundamentadas en explicaciones variables, no necesariamente compatibles entre sí: No me aíslo porque virus no existe, las muertes son producto de las mismas enfermedades de siempre. No me vacuno porque las muertes existen, pero no las causa el “supuesto virus nunca aislado” sino justamente las vacunas. No al pase sanitario porque nadie puede restringir mi libertad (de contagiar o ser contagiado). Posiblemente el mayor riesgo de todos estos procesos resida en la conexión profunda de estos discursos que ofrecen un sentido global y completo de la pandemia, reemplazando la incertidumbre por un conjunto de certezas inconmovibles, con el tipo de individualismo que la cultura neoliberal viene construyendo desde al menos mediados de la década del 70. Podemos tomar como ejemplo el OPPT (One People’s Public Trust): la idea de que existe una “ley natural”, no sancionada por ningún poder legislativo ni figura institucional alguna, que alcanza con asumir de forma individual para quedar exceptuado de reconocer cualquier forma de soberanía popular, colectiva o estatal. Este planteo comienza a ganar aceptación como matriz argumentativa de quienes se oponen a la vacunación y a todo tipo de medidas de cuidado colectivo como el pase sanitario. La idea de que la única legalidad reconocible es una especie de “ley individual”, una legalidad que nunca pasa por el reconocimiento del otro, por el problema de la organización de la vida en común y que, fundamentalmente, nunca entra en contradicción con nuestros propios impulsos y disposiciones individuales.

* Psicólogo. Instructor de la Residencia Interdisciplinaria en Salud Mental (Risam). Hospital Escuela Eva Perón, Granadero Baigorria, Santa Fe.

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